Ya lo dijo Hans Christian Andersen en El traje nuevo del Emperador: “No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad”; pero por estos días se hace cada vez más evidente que algunas premisas básicas de la democracia están siendo amenazadas. Tres ejemplos sencillos:
a) Cohabitar. Sea como compartir un proyecto país, una idea hacia el desarrollo o un territorio común, cohabitar es algo cada vez más mal visto. La moda en estos días es exacerbar la diferencia, la exclusión, la imposición de ideas nacidas desde el malestar y la emoción. El soporte ideológico ha sido reemplazado por la experiencia sensorial y la confrontación de posiciones por la supuesta reparación histórica de la injusticia con nuevos paradigmas que, en nombre de ésta, imponen una nueva moral profundamente conservadora.
b) La validación de la violencia. Sea en nombre de los oprimidos, segregados y maltratados a lo largo de la historia o el buen cuidado del planeta, millones consideran que las reivindicaciones deben ser legitimadas y alcanzadas por la razón o la imposición de la “moral del siglo XXI” o por la fuerza iconoclasta y la exclusión de los otrora censores y conquistadores de ideas y civilizaciones. El “ojo por ojo” ha cobrado una vigencia y fuerza monumental. Todas las formas de lucha son posibles si la nueva mayoría así lo estima. Poco importa si el costo es la quema de monumentos, destrucción de mobiliario público, incendio de bibliotecas o saqueo del comercio. Son tantos los años de frustración, injusticia y rabia acumulados que se debe entender y aceptar que el comportamiento delictivo no es responsabilidad del hechor, sino que de las circunstancias que lo llevaron a ello. En otras palabras, la nueva lógica relacional declara que la violencia y venganza de la víctima, no sólo está justificada, sino que debe ser comprendida y quedar impune ya que constituye un acto reparatorio.

Y finalmente…
c) El silencio. Ante todo lo descrito, se nos quiere hacer creer que la mejor posición es el callamiento. Dejar que los indignados se expresen, exterioricen sus pulsiones y proclamen a diestra y siniestra la buena nueva de la “moral del siglo XXI” nos debe invitar a la reflexión y a la empatía hacia los dolores arrastrados por siglos. La omisión de la propia opinión, o el alineamiento irrestricto con los nuevos cánones culturales, constituye, para los nuevos inquisidores, una conducta solidaria y purificadora de todos los órdenes civilizatorios previos que tanto mal causaron a los que hoy están llamados a conducir el destino de todos nosotros.
¿Queda algo de espacio para una ética propia? Al parecer no. El péndulo se ha ido al otro extremo y pareciera no importar demasiado. Hoy por hoy la disidencia no está de moda, como así tampoco la ciencia. En la era del reinado de las emociones, los colores, paradojalmente, se han ido desvaneciendo, instalándose texturas y formas cada vez menos libres.
Pero el verdadero riesgo no está en todo lo descrito. La historia siempre se encarga de que el péndulo se impulse, tarde o temprano, a su otro polo. Y cuando ello ocurre la fuerza de la purga inversa es siempre devastadora.
En definitiva, la intolerancia se vista o no de seda, como dictadura finalmente queda.