Lo que hace de la democracia un sistema de gobierno acorde a la sociedad, es que permite que —en libertad— converjan todas las ideas en un plano de igualdad y que, a través del diálogo, la negociación y el entendimiento, se puedan adoptar decisiones que, si bien no son unívocas, se vuelven mayoritariamente aceptadas. Cuando las tendencias o ideas dejan de tener fuerza social, o los resultados no son los ofrecidos, la sociedad tiene la opción de cambiar a quienes ejercen el poder.
Así, cada expresión política tiene la posibilidad de acceder al poder a través de las urnas, convenciendo al electorado con ofertas determinadas. Sin embargo, la mercadotecnia y las estrategias de “ventas”, se han vuelto el imperativo en las campañas políticas, transformando a los actores más en personajes ficticios, afables y cercanos, que en lo que debieran ser: aspirantes a estadistas.
Las condiciones del mundo actual han hecho que la cuestión política haya dejado de ser un tema de preponderancia social, de debate de ideas y planes de gobierno para —lamentablemente— trivializarse en concursos de popularidad. Hoy las campañas carecen de ideas, los programas de acción no son más que requisitos que impone la autoridad electoral, sin seguimiento, evaluación o sanción con respecto a su cumplimiento o avances, al tiempo que los debates se reducen a un intercambio incesante de acusaciones, descalificaciones y cuestionamientos. Las propuestas de mejoría son ofrecimientos incuestionados de buenas voluntades, sin plan o idea de cómo materializarse, con lo que la actividad pública se estanca y —en consecuencia— deja de ser útil y de interés para la sociedad, por no generar bienestar para las personas.
Este círculo vicioso ha traído —también— un claro debilitamiento —si no es que hasta anulación— en los liderazgos políticos de las naciones. Lejos de cualquier especulación, es innegable que, de unas décadas para acá, han dejado de surgir personajes de la política que verdaderamente trasciendan por sus ideas, trayectoria de servicio, desempeño público o —incluso— por sus convicciones e ideologías, para abrirle paso a elaboradas imágenes públicas, creadas a partir de tácticas de mercadotecnia, en las que se muestran personalidades —en muchas ocasiones falsas— que cubran las expectativas populares y, evidentemente, sean apoyadas y traducidas en votos en las urnas, lo que, ya en el ejercicio del poder, dejan de ser representantes populares, liderazgos de representación, para volverse una autocracia que accede a la burocracia por costosos procesos de selección, al servicio de intereses particulares y aviesos, que nada tienen que ver con el bienestar público ni, mucho menos, de la población a la que dicen representar.
Hoy la crisis política en el mundo impera un regreso al reencuentro con los principios e ideas para que el sistema democrático prevalezca, de lo contrario estaremos en la antesala de imponer sistemas de gobierno con tintes dictatoriales, donde la visión de uno o de un grupo, sea la que determine el rumbo de las naciones, derivado de la desilusión que la democracia ha ido generando en la sociedad, precisamente por la falta de liderazgos reales y que, verdaderamente, sean representativos de los sectores sociales de los que afirman formar parte.
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