El crisol de expectativas afganas
Manfredo Martínez

Sociedades del Siglo XXI

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Ghani cree que “para ganarse la legitimidad y el corazón del pueblo, es necesario que los talibanes den garantías a todos, a las tribus, a los distintos…

Foto: Paula Bronstein-Getty Images.
Foto: Paula Bronstein-Getty Images.

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La situación socio-política prevaleciente en Afganistán ha acaparado la atención este mes de la prensa internacional a través de las miles de imágenes que dan la vuelta al mundo. Además de motivar la reflexión de líderes políticos globales en el papel que deben jugar en el apoyo a la consolidación democrática, pero que también ha provocado que desde las diversas vertientes religiosas se eleven plegarias a Dios con el fin de “alcanzar” la paz y el entendimiento en el momento cúspide en que los talibanes han tomado este 15 de agosto el control del palacio presidencial para “ejercitarse” en la dirección de los asuntos de la nación asiática y de facto se ha reinstalado el Emirato Islámico de Afganistán.

En un principio se podría señalar que esta situación sólo proyecta una sensación de fracaso del proyecto “intervencionista” estadounidense en el afán de trabajar con líderes políticos y civiles locales –a la sombra de la lucha antiterrorista que tuvo su génesis de “control” y “búsqueda” en suelo afgano de militantes de Al Qaeda en octubre de 2001, inmediatamente después de los ataques terroristas del 11-S en tierras norteamericanas–, en la consolidación de una robusta administración democrática de este país bajo el nombre de República Islámica de Afganistán.

Ahora bien, es evidente que esta violenta irrupción en la toma del poder está “lejos” de ser una posibilidad legítima de control y promoción democráticas. Se ha visto, por ejemplo, con las dantescas gráficas de ejecuciones públicas por parte de los integrantes del régimen con la central de operaciones en Kabul, su capital, pero también con la exasperación social visibilizada espontáneamente con miles de civiles que han buscado por todos los medios salir del país. Todo esto, en consecuencia, genera inquietudes en torno al binomio progresión-regresión en materia de derechos humanos, tomando en cuenta la adhesión a una interpretación radical de la ley islámica de la sharía por parte de los talibanes.    

Ashraf Ghani, Afganistán
Ashraf Ghani (Foto: El País).

Sin lugar a dudas que en escenarios multiculturales y multiétnicos como estos se hace necesario ahora más que nunca una solución pluralista de los asuntos internos del país para evitar las visiones apocalípticas en video en Facebook del expresidente afgano en el exilio Ashraf Ghani, quien ha afirmado que huyó del país para mantener la paz y “evitar el derramamiento de sangre”. En consonancia con estas ideas, que creo pertinentes para posibilitar la armonía social, Ghani cree que “para ganarse la legitimidad y el corazón del pueblo, es necesario que los talibanes den garantías a todos, a las tribus, a los distintos segmentos, a las hermanas y a las mujeres de Afganistán y que elaboren planes claros y los compartan con el público”.

En definitiva, en el actual momento histórico debe primar en el país asiático una “prudente” revisión en torno al cómo se han gestionado los asuntos comunes de la sociedad afgana en los últimos veinte años, evitar “revanchismos” de cualquier naturaleza y procurar un consenso con una visión integral e inclusiva que permita gestionar claramente sus asuntos y diferencias bajo sus cosmovisiones socio-culturales y criterios anclados en la aplicabilidad de sus propias leyes. Pero, no obstante, con la tolerancia hacia el “querer ser” de sus habitantes en un irrestricto respeto a los derechos humanos, lo cual evidentemente se traduce de una u otra forma en progreso y evolución social; es decir, trabajar con base a la progresión en lugar de la regresión.

Posdata: Se puede identificar como un factor clave la recuperación del poder por parte de los talibanes –habían dirigido los destinos de la nación en el período 1996-200–, la rúbrica del “Acuerdo de Doha”, Qatar, llamado oficialmente “Acuerdo para traer la Paz a Afganistán”, firmado el 29 de febrero de 2020 entre estadounidenses y talibanes, en el cual se fijaba 14 meses, a partir de entonces, para la retirada de las tropas norteamericanas y sus aliados, a cambio del compromiso de los talibanes de “no permitir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos”.  

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