En los últimos días se han registrado, desde mi perspectiva, dos tragedias en el ámbito global. Una de carácter político con graves repercusiones en materia de Derechos Humanos, particularmente en relación con la situación de la mujer, que es la caída de Kabul, Afganistán, en manos de los Talibanes. La otra, la confirmación de la grave situación en el mundo, que amenaza el presente y el futuro de la humanidad que es el empeoramiento de la crisis climática que padece el planeta, lo cual se ratifica con el más reciente Informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).
En el primer caso, es claro que la problemática política de Afganistán es muy compleja. Es un país en el que han fracasado diversos intentos de dominación, desde hace siglos y aún milenios. Basta recordar los fracasos del Imperio Británico, de la Unión Soviética y de los Estados Unidos en el intento de control de ese complejo país del Asía Central. La intervención estadounidense iniciada por el presidente George W. Bush fue un desastre. El plan de retiro de la presencia militar estadounidense de Afganistán fue decidido por Trump, pero la forma como se colapsó Kabul tendrá probablemente altos costos políticos para el presidente Biden, quien parece haber recibido pésima asesoría militar y diplomática.
La traumática caída de Kabul hace recordar el colapso de Saigón en 1975. En ese año estudiaba en la Universidad de Harvard, pude presenciar en Cambridge, Massachusetts, el 30 de abril de 1975, en la cafetería del Harkness Commons, lugar donde un buen número de estudiantes cenábamos, el noticiero de Walte Cronkite, en el que se observaban las escenas de la caída de la sede diplomática de los Estados Unidos en Saigón, la desesperación de miles de personas por entrar a la Embajada, por subirse a los helicópteros que despegaban del techo de la misma, o la llegada a los barcos de guerra o de transporte estadounidenses, en los que para aligerar la carga tiraban al mar helicópteros y materiales diversos. Constaté el profundo efecto que este acontecimiento provocó en numerosos estadounidenses, ya que fue la más humillante derrota de las fuerzas armadas norteamericanas hasta ese momento.
Años después, escuché decir a John D. Negroponte, ex Embajador de los Estados Unidos en México, a propósito de algún otro tema, que en su gobierno se preocupaban porque nunca más se repitieran ese tipo de situaciones. Pero, en los últimos días ese descalabro se repitió en Kabul. La parte trágica, para mí, es que los Talibanes, a pesar de que se trate de una nueva generación, vuelvan a imponer un régimen de terror medieval, en contra de la dignidad de las personas y en particular de la violentísima represión de la mujer. Se entiende que la intervención militar estadounidense fue un desastre y que fue extraordinariamente corrupta. Los estadounidenses se apoyaron con criminales mercenarios y con grupos afganos muy corruptos, pero para mí es muy lamentable que en pleno siglo XXI se vuelvan a vivir regímenes de terror primitivo, especialmente para las mujeres. Por su gravedad, este tema nos concierne a toda la sociedad global.
El otro asunto, que también nos atañe a todos, es el más reciente Informe del IPCC sobre el Cambio Climático. Este Informe mereció que el Secretario General de la ONU, António Guterres, declarara que se trate de una ‘alerta roja’ para el planeta. Guterres precisó que los países deben redoblar sus esfuerzos en presentar planes de acción más fuertes y ambiciosos para lograr los objetivos firmados en el Acuerdo de París de 2015. Asimismo, señaló que 2021 es un año decisivo para enfrentar la emergencia climática global. La ciencia es clara para limitar el aumento de la temperatura global a 1.5°C; en el siglo XXI debemos reducir las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en un 45% para 2030, desde los niveles de 2010.
El Informe evaluó los planes de las Contribuciones Nacionales Determinadas (CND) y señaló que sólo el 40% de los países firmantes han presentado planes, a pesar de que todas las naciones se comprometieron a enviarlas antes de finalizar 2020. Además, el informe muestra que los gobiernos no están ni cerca del nivel de ambición necesaria para limitar el cambio climático a 1.5 grados y cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.
Se señala que el documento es preliminar y que no provee una imagen completa, ya que debido a la pandemia del COVID-19 fue un gran desafío para los países completar sus planes. Sin embargo, también es importante señalar la aún lamentable falta de conciencia del nivel de problema que estamos enfrentando y la altísima corrupción que implica sacrificar el interés general, para privilegiar los intereses creados que ponen cada vez más en peligro el futuro de todos.
El cambio climático causado por el ser humano está provocando cada vez efectos más devastadores en todos los ámbitos de la naturaleza y de la vida social e individual. La pandemia del COVID-19 ha provocado severos retrocesos en la consecución de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, tanto en sus vertientes social, económica y ambiental. Varios de los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible se han visto severamente obstaculizados. Además, ante la urgencia de la recuperación económica se han puesto de lado varios aspectos de la necesaria transición energética, hacia fuertes limpias.
Dos aspectos fundamentales de la agenda global, el respeto a los Derechos Humanos y la protección del ambiente están siendo profundamente afectados. Hay que actuar con creciente energía y rapidez para solucionar la problemática global.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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