Una de las mayores características de la humanidad es su capacidad de aprendizaje que supera, por mucho, el propio de cualquier otra especie, pues en su ejercicio no solo opera repetir una y otra vez el mismo comportamiento como lo hace un animal amaestrado, sino que le lleva a interconectar diferentes experiencias para lograr un conocimiento mayor.
En efecto, solo una mínima parte de la corteza cerebral está diseñada para comportamientos instintivos, el resto está dispuesto para un futuro no diseñado. Esta capacidad es la responsable de los inventos, los descubrimientos, el arte, la evolución humana.
La capacidad de aprendizaje en el ser humano es una facultad innata que permite no sólo la acumulación de información sino la organización de esta en formas múltiples y novedosas. Esta condición de posibilidad va moldeando a la persona. Es un proceso que inicia al nacer o a partir de que se desarrolla el cerebro en el feto y dura toda la existencia.
Ciertamente, los primeros años son más receptivos y permeables que los últimos no solo por la flexibilidad neuronal que existe en esos momentos, sino porque carecen de información previa que impida la asimilación de la novedad a la que se están expuesto.
El aprendizaje se lleva a cabo por medio de un fenómeno conocido como introyección, el cual para llevarse a cabo requiere de dos condiciones ineludibles: cercanía y aceptación. La cercanía hace referencia a que en la persona debe haber previamente información que permita acoger la novedad; la aceptación, por su parte, al ejercicio de la voluntad de la persona que lo admite consciente o inconscientemente. En ese sentido, nadie puede asimilar lo que no se encuentra en su entorno, de la misma manera que nadie puede imponer ninguna creencia en contra del deseo de la persona que la recibe.
Se ignora con exactitud cuáles son los criterios de elección que intervienen en las personas, sobre todo los referidos a los que operan en la más temprana edad, incluso antes de ejercicio de su consciencia reflexiva. Pero es su subjetividad y no la de nadie más la que está actuando en sus elecciones.
El aprendizaje se puede ser formal o informal. Al primero corresponde una intención determinada y un programa específico cuya intencionalidad está perfectamente definida. El aprendizaje formal cumple la función de dotar a la persona de los elementos necesarios para desenvolverse en su ambiente y ser productivo en la cultura en la cual se desempeña.
El aprendizaje informal, también conocido como social, es al que está expuesto el ser humano todo el tiempo. Así, más que en una actividad formal e intencional, el ser humano copia del entorno aquellos ejemplos que le son significativos y con ellos construye su identidad.
En el aprendizaje social intervienen dos sujetos: el observador y el modelo o demostrador y está basado en la relación establecida entre ambos aun cuando ninguno de los dos esté consciente del proceso. En ese sentido, todos, todo el tiempo, somos maestros y todos somos discípulos.
En el aprendizaje social, antes que los conceptos, se asumen modos de relación que, en caso de ser necesario, buscan argumentaciones que los justifiquen como en el pasado la esclavitud y/o la opresión femenina que aún siguen vigentes en cierta medida en los imaginarios de muchas personas.
Gracias al aprendizaje se establece el sistema de creencias que es la estructura que sostiene la identidad de cada persona. De la mayor parte de ellas se es inconsciente, pero se manifiestan en la conducta y se defienden vehementemente a pesar de que algunas de ellas atenten en contra del bienestar mismo su ser.