¿Dónde inicia nuestra responsabilidad como ciudadanos para lograr vivir en paz y con tranquilidad? ¿En qué momento participaremos para dibujar la línea en la que rechacemos cualquier conducta antisocial, denunciemos lo que nos afecta y establezcamos acciones de prevención para que lo que nos perjudica no ocurra?
Somos, todavía, una sociedad de principios y de valores que nos han permitido sobrellevar periodos difíciles, algunos externos y otros provocados por las decisiones que hemos tomado en lo colectivo, que puede modificar sus conductas y poner límites acerca de lo que está dispuesta a tolerar, o no, para mejorar sus condiciones de vida.
Estamos en condiciones, a pesar de nuestras diferencias en algunos temas, para que nuestras comunidades se desarrollen en un entorno pacífico y de plena colaboración con las instituciones que hemos diseñado para proporcionarnos seguridad, salud, educación y empleo digno.
Pero es importante que hagamos lo que nos toca y empecemos a enviar mensajes claros sobre lo que defendemos como una sola sociedad para erradicar las causas que han provocado la desigualdad y la falta de justicia en el país, que son el origen de la inseguridad.
Dibujar la línea claramente para que no haya duda de lo que queremos para la mayoría de nosotros es un acto de corresponsabilidad que es obligatorio si nos consideramos una ciudadanía activa.
Vale quejarnos de las muchas maneras en las que lo hacemos a diario, aunque sin una propuesta concreta, todo se queda en protesta y en un falso desahogo. Asumamos que cada inconformidad debe ir acompañada de soluciones y que éstas consisten en comprometernos a resolver lo que no nos ayuda a crecer.
Decidir los términos de la convivencia social y seguir nuevos comportamientos para que actuemos de una manera correcta y en beneficio de los demás son contribuciones que estamos dejando a un lado por la discusión de supuestas diferencias que no existen entre la mayoría de nosotros.
Compartimos los mismos problemas, tenemos necesidades comunes y estamos en los mismos lugares porque son nuestro hogar, podríamos hacer una diferencia entre lo que es necesario llevar a cabo como ciudadanos en el lugar que habitamos y las opiniones que tenemos al respecto de lo que ocurre en el país. Enfocarnos en mejorar el entorno inmediato provocará un efecto expansivo que dará bases sólidas a los cambios que se requieren en los próximos años.
Tenemos de acuerdo donde están esas fronteras que permiten la paz y la tranquilidad, sin permitir que se crucen fácilmente; no es aislarnos o seguir en comunidades amuralladas físicamente, sino ampliar el territorio civil que nos toca ocupar para que los espacios públicos sean efectivamente de todos. Si quienes recurren a conductas antisociales parecen ser más, es porque nosotros no hacemos presencia en las calles, en los parques, en las áreas comunes, a pesar de que los superamos en número.
Si partimos de la desconfianza de nuestros propios vecinos, será difícil marcar los límites de conducta que estamos dispuestos a establecer para que, en lo colectivo, aparezcamos como un frente unido y en contra de agresiones y delitos. La ley la aplican las autoridades, los ciudadanos le damos credibilidad y la respaldamos para que se cumpla bajo un principio de convicción.
Estar convencidos de las líneas de conducta y participación que pueden dirigirnos como ciudadanía es el papel que debemos asumir el mayor tiempo posible. Desde coincidir en la forma en que cuidaremos de nuestro entorno y hasta la manera en que pediremos que se hagan cambios profundos en normas y regulaciones, nuestro mapa social debe estar bien trazado, con el consenso de la mayoría y dirigido a que el bienestar común esté por encima de intereses particulares o momentáneos que impidan cambiar lo que afecte nuestro buen y bien vivir.
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