Desmembramiento. Los nuevos retos de lo presencial
Sara Baz

La deriva de los tiempos

94 opiniones • veces leído

Creo que, independientemente de pandemia, clases y reuniones a distancia, estamos cada vez más desmembrados, no tenemos la atención en una sola…

Imagen: Ecoosfera.
Imagen: Ecoosfera.

Lectura: ( Palabras)

Cuerpos, cuerpos vivientes arrojados al mundo, tenemos que cargar, además de con el peso de nuestra carne, con el de nuestras expectativas, reticencias, traumas, deseos, resentimientos y un largo etcétera. Vivir conforme a tiempos institucionales nos obliga a reflexionar sobre la institucionalidad misma como necesidad (según las pautas de Hobbes, de Kant, de Weber), a reflexionar en torno a los límites (propios e impuestos) y en torno a nuestras formas de sociabilidad, que se estiman seguras, pero que, como todo, son cambiantes. Durante mucho tiempo nos desacostumbramos (mal por nosotros) a que hubiera grandes cambios… grandes, de ésos que afectan a todo el mundo, como la pandemia. Confiamos, como Hume y Kant, en que abriríamos la puerta de la habitación y el piso seguiría estando ahí. Y de pronto no hubo piso.

Teníamos una vida con una formalidad. Una formalidad que llegaba a ser apabullante, pesada, pero cotidiana. Sabíamos que había que adoptar comportamientos en ciertos espacios, porque son espacios con “reglas” (no comer en clase –sigo sin saber por qué–, no darme la vuelta e irme cuando alguien que tengo enfrente me dice cosas que no me importan, no platicar con el compañero cuando el profe habla, vestirme con el mismo esmero de la cintura para abajo, que de la cintura para arriba). Y cuando llegó la excepción, nos vimos arrojados al interior de la casa, compartida o no, pero seguro es que esos imperativos se comenzaron a hacer más laxos.

De cara a la vuelta a clases presenciales (y hablo sólo por el sector superior), muchas cosas se sacuden actualmente: emociones, quizá un atisbo de volver a tocar la vida que teníamos antes, miedo e incertidumbre o incluso, hay quienes deseamos que nada vuelva a ser igual que antes de la pandemia. En mi caso, me agobia una sensación de desmembramiento; mi cuerpo quiere estar físicamente con otros, pero no tanto tiempo (ni tan cerca), aunque también es posible, sobre todo siendo docente, que enfrente un desgajamiento entre mi imagen física y mi imagen virtual. Sí, entre deber ser –imperativo– y voluntad, contra cuerpo que pesa en el mundo, y que pesa más si se tiene que vestir de la cintura para abajo. Imagen, cuerpo, atención, pensamiento, voluntad, son cosas que están disociadas; que en el transporte de un lado a otro (¡físicamente!) se apartan todavía más, pues hay espacio para que la fantasía acuse la levedad que el cuerpo no tiene.

desconexion emocional
Imagen: Granada Digital.

Si bien volveremos a las aulas algún día, la sociabilidad a partir de pantallas es algo que llegó para quedarse: compartimos contenidos, seguimos sosteniendo reuniones a distancia porque es práctico y seguro (y por favor, que así se quede). Podrá darse el caso de que, incluso, tengamos que duplicarnos y transmitir lo que hacemos en tiempo real. Si la entrada intempestiva a las plataformas de streaming nos obligó a desarrollar habilidades específicas para enfatizar nuestro lenguaje perlocutivo, para comunicarnos y para continuar siendo (mostrándonos, al menos) enfáticos y empáticos, pienso ahora en la perlocución (mis muecas y mi manoteo cotidianos) velada por un KN95… Y por otras cosas horribles, tales como la moderación impuesta por el veto social.

Hace algunos días se hizo viral el video (uno de tantos videos) de un alumno de Derecho que le espeta al profesor que “neta, no puede” con la manera de dar su clase. Viendo la gestualidad de algunos alumnos tomando clase en línea (y no mis clases), me doy cuenta de que la modalidad a distancia no necesariamente multiplicó los distractores que los estudiantes enfrentan. Celulares y computadoras ya estaban antes, como puertas abiertas a la fuga, en el salón de clase mientras el docente hablaba, escribía sobre un pizarrón o conducía discusiones. En aquellos entonces lidiamos con la idea de incorporar los dispositivos a nuestra actividad docente o desterrarlos (a mí, esto último me parecía mala idea). La cuestión es que, en casa, la pantalla en donde se daba la clase era una más de muchas que abrían la atención a memes, videos, conversaciones, lecturas, etc. y, además, sin ningún “policía” que dijera “pon atención, la clase es aquí”. El dicho podía estar, pero no hubo durante el distanciamiento ese cuerpo del otro que interpelara y exigiera que lo vieran a los ojos.

Creo que, independientemente de pandemia, clases y reuniones a distancia, estamos cada vez más desmembrados, no tenemos la atención en una sola cosa y, de hecho, este ejercicio se ha convertido en eso para muchos: en un ejercicio consciente, casi como una meditación; con disciplina.

regreso a clases presenciales
Imagen: Knowledia News.
modalidad no presencial
Imagen: PuntoEdu.

Sigo pensando que prohibirle a una persona comer (porque está en clase) es como prohibirle respirar. Que sí, sí, hay espacios y tiempos para todo, pero que, con la pandemia y este hito que marcó el confinamiento –por más relativo que fuese en este país– somos distintos. Pese a que veo estudiantes, ya en un espacio colectivo, sentados con la rabadilla, tablet al cielo, pantalla apagada y muy atentos al celular, no creo que todo el tiempo el entusiasmo los embargue frente a la idea de tomar 50 o 90 minutos de clase presencial que exige una disposición corporal y una atención muy distintas. Quizá sí y yo esté muy equivocada. Ahora que también, como en el común decir; para atrás, ni pa’ tomar impulso… se supone que todos estamos convertidos en otra cosa y que apenas nos vamos a dar cuenta de cómo la experiencia reciente nos cambió con la vuelta a la presencialidad. Ahí nos contaremos las experiencias y nos auguro un largo camino de conversaciones.

Leyendo a Roberto Esposito, reflexiono en que la acepción de Immunitas (sí, de donde viene la palabra inmunidad) es inherente a la communitas. La esencia de la vida comunitaria es contaminarnos. ¿De qué? De otros cuerpos, de relaciones, de experiencias de las que no tenemos control. La bronca es hacernos inmunes a la presencia del otro (ese otro que me obliga a salir de mí). Dice Roberto Esposito (cf. “Nada en común”) que la communitas (comunidad) tiene en común que nada nos es propio. No somos dueños de nada por estar en comunidad, pero paradójicamente, lo estamos. Lo que no es propio “empieza ahí, donde lo propio termina”. Hay que enfrentar que habrá menos ocasiones en las que podremos apagar el video y el micrófono para mandar al cuerno al que está “enfrente”.

“Lo que se teme, en el munus hospitalario y a la vez ‘hostil’ […] es la pérdida violenta de los límites que, confiriendo identidad, aseguran la subsistencia” (Esposito, op. cit.). Lo inmune, la inmunidad, es ese contrario del que está preñada la idea de comunidad: es lo que abre la puerta a pensar en que no necesariamente quiero lo que quieren los demás. Es como el hoyo de la dona (permítaseme la vulgaridad de la metáfora): esa ausencia que nos determina a concentrarnos en la orilla, en donde sí hay pan, porque se supone que en esa materia estamos montados todos. Por obra de esa materia, actuamos conforme a las reglas de la communitas. Estamos frente a un proceso en el que registraremos, pensaremos, comentaremos y actuaremos en virtud de una vuelta a sus reglas, y vamos a ver cómo nos va.

Más columnas del autor:
Todas las columnas Columnas de
5 1 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Lo que opinan nuestros lectores a la fecha