Hablemos de normalidad, hablemos del ayer, de ese tiempo que ya no es, como tampoco ya es presente el instante en el que usted comenzó a leer esta oración, aunque recién ahora terminó de hacerlo. “Hoy es el ayer de mañana” y el futuro, cuando llega ya no es otra cosa que lo que ya pasó. No se trata de un trabalenguas, ni de un juego con la temporalidad lineal. Lo que describo no es más que la constatación de cómo la mente humana entiende en forma muy distinta la realidad teórica y la experiencia subjetiva.
El tiempo psíquico, es decir, la sucesión de estados mentales, de percepciones fisiológicas y las interpretaciones asociadas a ello, debe siempre ser entendido desde lo que es: subjetividad pura. El tiempo físico y objetivo es otra cosa, se trata, en lo esencial, de una magnitud que permite medir la duración y distancia entre eventos únicos o simultáneos.
Así como no nos resulta fácil distinguir entre tiempo teórico y temporalidad subjetiva, tampoco es sencillo distinguir entre necesidad y deseo. Las necesidades son manifestaciones de algo imprescindible para nuestro bienestar fisiológico, psicológico, social o, incluso, espiritual. Ya en 1943, Abraham Maslow estableció en su célebre “pirámide” su teoría de la jerarquización de las necesidades humanas. De acuerdo con ésta, a medida que los individuos satisfacemos nuestras necesidades más básicas, vamos accediendo a otras más complejas. Por otra parte, los deseos son manifestaciones específicas de ciertas necesidades. Un ejemplo básico es el agua. Si los seres humanos no tomamos líquido, morimos. Podemos pasar un par de meses sin comer, en ayuno voluntario o forzado, pero si una persona no consume líquido, fallece en pocos días. Una cosa es decir “yo tengo sed”, esto es, expreso mi necesidad, y otra muy distinta es sentir deseo de tomar agua, coca-cola, whisky, cerveza o limonada.

Deseamos porque necesitamos y deseamos en forma distinta porque cada uno de nosotros tiene formas diversas de satisfacer una necesidad. Desde hace más de un año hemos necesitado y anhelado volver a lo conocido, soñamos con la “normalidad”, con volver a rutinas conocidas y escenarios predecibles. ¿Pero qué es lo que en verdad deseamos?, ¿queremos volver a lo de siempre o queremos algo distinto a lo que hoy vivimos?
Hay que ser cuidadosos. No hay que permitirse el autoengaño. Lo “normal” no es necesariamente lo óptimo, y lo que se desea tampoco es siempre lo mejor para cada uno de nosotros. Aunque esto lo sabemos desde siempre, cada tanto pareciera que lo olvidamos y repetimos ciclo tras ciclo viejas historias de malestar, frustración y dolor. El camino del aprendizaje está siempre lleno de contradicciones y muchos, muchísimos fracasos. Somos tercos los seres humanos, aprendemos y pronto desaprendemos.
Asumámoslo de una vez, lo que ayer era normal, probablemente ya cumplió su ciclo. El futuro, ese lugar que deja de existir en cuanto llegamos a él, requiere de nuevas lógicas discursivas y de herramientas diferentes para abordarlo. Si nos esmeramos, nos daremos cuenta de que el presente, ese tiempo del que hemos querido escapar tantas veces en los últimos meses, es una oportunidad fantástica para poder elegir, machete en mano, como queremos ir haciendo camino por la selva que tenemos frente a nosotros.
Pocas veces hemos sido tan afortunados. La intemperie en la que nos encontramos nos ha hecho más libres.