A mi madre Yolanda Peón del Valle de Prida.
Hace exactamente 40 años, mi padre Antonio Prida Barrios, q.e.p.d., publicó el libro “Cristianismo: Compromiso Social” con motivo de la primera visita del Papa San Juan Pablo II a México en 1979. Se trata de una selección ordenada de algunos de los principales textos que entonces integraban el Magisterio de la Iglesia Católica en materia social, el cual desde luego se ha enriquecido durante estas últimas 4 décadas. Según lo señala Miguel Mier Maza, M.Sp.S. en el prólogo del libro, la fe del católico, asimilada a fondo y vivida con creatividad puede ir más allá que cualquier “ideología” dominante. Es por ello que resulta imprescindible, sobre todo para el creyente, informarse sobre la doctrina social de la Iglesia, que contiene principios tan valiosos y radicales como aquella frase de Juan Pablo II, “sobre toda propiedad privada, pesa una hipoteca social”.

Otro pensamiento radical que se encuentra en la contraportada del libro, es aquella de la Encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI de 1967, que señala “Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público o privado, todo gasto de ostentación nacional o personal, se convierte en un escándalo intolerable. Nos vemos obligados a denunciarlo. Quieran los responsables oírnos antes de que sea demasiado tarde”. Y aquella otra frase contundente transcrita en la primera página del libro, proveniente de la Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II de 1965, “Cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos”.
En la presentación del libro, mi padre señaló que la sociedad de entonces tenía características negativas en casi todo el mundo, como el egoísmo, el materialismo, la corrupción, la ambición de poder y poseer que la apartan del ideal evangélico y de su enseñanza toral: “Un nuevo mandamiento os doy: que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: Si os tenéis amor los unos a los otros”. Así concluye mi padre que nadie conocería como cristiano a nuestra sociedad, simplemente porque su conducta no es cristiana. En efecto, en nuestra sociedad de hace 40 años y en la de ahora, en general, cada uno se preocupa de sus problemas sin hacerse solidario con los problemas de los demás y por ello el hambre, la miseria, las necesidades materiales y morales, la ignorancia y la insalubridad en la que viven millones de personas claman constantemente al cielo, esperando que los que tienen, movidos por el mensaje de Cristo, se decidan a actuar.

En su libro, Antonio Prida Barrios incluye datos de aquella época que desafortunadamente nuestro país ha sido incapaz de cambiar sustancialmente durante estas cuatro últimas décadas, tales como que el 36% de las familias vivían en estado de marginación con ingresos por debajo de la llamada “línea de pobreza”, que el 10% superior de las familias recibía el 49.90% del ingreso, que alrededor del 50% de su población se mantenía por debajo de los mínimos recomendables de nutrición y que casi el 40% de la población carecía de acceso permanente a servicios de salud. Tanto entonces como ahora, los documentos contenidos en el libro nos conminan apremiantemente a hacer algo para cambiar el “grave estado de pecado social” y contienen la fórmula para hacer ese algo, personal y colectivamente, en la medida de nuestras posibilidades, de nuestras capacidades y de nuestra imaginación. Afirmó entonces mi padre que “si realmente viviéramos esa ‘conversión’ de que nos habla la Iglesia, dejaríamos a un lado la constante preocupación por los bienes materiales y, despojados de egoísmos, nos daríamos más tiempo para reflexionar en que la felicidad la encontraremos dando, dándonos y compartiendo con los demás. ¡Qué fortuna llegar a la madurez espiritual de entender que más felicidad siente quien ayuda a su prójimo que quien recibe la ayuda!”
Aunque mi padre declaró en su presentación que de manera alguna se ponía farisaicamente a arrojar primeras piedras, por sentirse libre de culpa, y se declaró tan culpable como el que más y con menos autoridad moral que nadie para dar el ejemplo, en realidad durante los 48 años que Dios lo dejó entre nosotros, dio muestras de cabal congruencia entre lo que pensaba y decía, y lo que hacía. Como un botón de muestra quiero recordar su intervención completamente desinteresada en el aspecto económico, para la construcción del primer edificio de APAC (Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral) para la cual aportó su talento como arquitecto, así como su tiempo y su capacidad de convocatoria para recaudar los recursos necesarios para su realización, junto con la inolvidable Carmelina Ortíz Monasterio de Molina, entonces Presidenta de APAC.
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Un pensamiento de avanzada y absolutamente cristiano, entonces, y con plena vigencia el día de hoy.
Felicidades, Toño !
De tal palo, tal astilla . . .
En hora buena por un padre tan ejemplar