Confinación humana para detener el COVID-19
Manfredo Martínez

Sociedades del Siglo XXI

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Se ha puesto en jaque a sistemas económicos, sanitarios y sociales, debido a la vertiginosidad de las comunicaciones en un tiempo récord.

Ilustración: Getty Images.
Ilustración: Getty Images.

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En este mes de marzo, la humanidad ha sido sacudida debido a la interrupción inesperada en un creciente número de países infectados del patógeno coronavirus que provoca el COVID-19, cuya alarma ha inducido dramáticamente a que, desde las infraestructuras del poder político a escala global, se dicten medidas tendientes a contener en cuarentena a millones de personas a nivel planetario. De acuerdo con registros de la prensa internacional, a primeras horas de este 27 de marzo hay más de 526,945 casos diagnosticados con infección, 23,906 fallecidos, y 120,351 recuperados en 188 países.

En un principio, es de hacer notar que eventualidades no previstas como éstas vienen acompañadas de ciertas dosis de temor, las medidas de restricción –como se ha podido observar en la casi totalidad de naciones– y la insolidaridad como producto de la autosupervivencia, las cuales alargan y magnifican el sufrimiento humano, particularmente de todas aquellas personas con menor poder adquisitivo y que se encuentran en la periferia de las relaciones humanas-sociales –mismas que podrían subsanar estas imposibilidades marginales, de tener accesos eficientes y expeditos a los servicios de atención ante riesgos como éste, al que se enfrentan actualmente nuestras sociedades–.

confinamiento por COVID-19
Ilustración: Garcia Lam.

Ahora bien, en el contexto de esta eventualidad pandémica es interesante notar, por ejemplo, que gracias a las medidas sanitarias empleadas, se ha logrado por primera vez que, aunque sea a través de videoconferencia, un foro internacional como el G-20 haya contado este 26 de marzo con la intervención del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), foro mediante el cual llamó a que la ONU “intervenga para que se garantice a todos los países por igual el acceso a medicamentos y equipos”, denunciando que estos son adquiridos por los países con mayor poderío económico.

Pienso que esta crisis sanitaria ha puesto en jaque a sistemas económicos, sanitarios y sociales, debido a la vertiginosidad de las comunicaciones que nos permiten interactuar físicamente con “el otro” en tiempo récord. Es entonces cuando, evidentemente a falta de respuestas de contención –muchas veces inapropiadas socialmente debido a la latencia en el asomo de estigmas y discriminaciones–, relegan a amplios sectores poblacionales y les invisibilizan, lo cual obviamente, a partir de ese momento va en contravía del ideal y utópico acceso universal a derechos humanos básicos como lo es la salud. Y digo utópico porque muchas veces las gestiones institucionales están precedidas de sesgos ideológicos en torno a como se hacen lecturas de nuestras sociedades.

Son variadas las recomendaciones y los hashtags que invitan a nuestras comunidades a auto aislarse, como lo es el #Yomequedoencasa. No obstante, la crisis de desempleo que permea a amplias capas humanas y revisibilizada a través de este fenómeno sanitario adverso, nos dan las pautas para pensar que la precariedad es una condición sine qua non para concebir un desarrollo humano fraterno, que nos permita anticiparnos a eventos naturales como éste que azotan y recrudecen las condiciones de los estratos socioeconómicos más desposeídos.  

cuarentena covid-19
Ilustración: Go-Go.

En definitiva, a mi parecer, para lograr la contención del COVID-19 se debe pasar por rondas de consultas vinculantes y flexibilizadas a todos los niveles nacionales e internacionales; armonizar el diálogo entre datos científicos y sociales; y la transferencia de buenas prácticas en intervenciones médico-científicas desde aquellos sectores que identificaron en Wuhan (China) este nuevo y desconocido coronavirus.  

Posdata: Diversos países, con el acompañamiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevan a cabo ensayos clínicos para el desarrollo de una vacuna contra la enfermedad. Autoridades latinoamericanas han venido reportando un crecimiento de infecciones y decesos a raíz de la pandemia. México, por ejemplo, reportaba al jueves 26 de marzo, 585 personas infectadas por el virus y 11 decesos producto del brote vírico. Honduras, por otra parte, reportaba el mismo día 68 infectados por el patógeno y una persona fallecida, asociado a la misma enfermedad.


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