“El problema de Honduras no es su Constitución ni su forma de gobierno. El problema es que políticos tradicionales nos han quitado la voluntad popular, corruptos que se apoderaron de la conducción de nuestro país del cual roban dinero y recursos, además de traficar con drogas”.
Salvador Nasralla (político hondureña).
En Honduras “habemus praeses”–tenemos presidente–, Xiomara Castro se convierte a partir del 27 de enero en presidenta de la República centroamericana, bajo la bandera de la ideología izquierdo-progresista del partido Libertad y Refundación (Libre), al que se unió un par de denominaciones políticas en las postrimerías de campaña en una remozada y estratégicamente delineada “alianza contra la dictadura”–después de las enseñanzas de 2017–, logrando de esta manera que la exprimera dama “catracha” se convierta en la primera mujer en administrar la república hondureña, reafirmado con el reconocimiento público por parte del oficialista Partido Nacional y sus máximas autoridades.
No cabe duda de que la falta de una sólida institucionalidad y de sostenidos programas de desarrollo y crecimiento humano han venido “heredando” crisis ulteriores a las administraciones, particularmente de nuestras sociedades latinoamericanas; se ve en el simple hecho de que los diversos institutos políticos han sido sucedidos por sus contrapartes ideológicas. Es indiscutible, por otra parte, que el desgaste en la gestión del Estado pasa por diversos procesos endógenos y exógenos a las cuales se ven expuestos los gobiernos de turno.
Por ejemplo, en el caso Honduras, tras doce años de gestión conservadora de los asuntos públicos, el relevo recae en una tercera competición en favor de la organización partidista Libre –aupada por una alianza– e instalada ésta como un estandarte para el adecentamiento de la administración pública, después de sonados casos de corrupción, conspiración criminal que privilegia al narcotráfico y la cleptocracia institucionalizada desde el poder.
Creo que el comportamiento de la ciudadanía hondureña ha sido ejemplar y los “temores” de una crisis poselectoral quedaron anulados por la gestión responsable y patriótica del proceso por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE), pero además por el acompañamiento antes, durante y después por parte de diversas organizaciones nacionales e internacionales de veeduría de la competencia electoral.

Sin duda alguna que corresponde al entrante Poder Ejecutivo “canalizar” las aspiraciones populares en pro de crear condiciones básicas que permitan a los habitantes de la nación centroamericana desarrollar las potencialidades sin necesidad de emigrar, producto de la desigualdad de oportunidades y la violencia a las que han sido sometidos.
En ese sentido, me parece que el margen de error de la gestión entrante debe ser ínfimo, en tanto que es esa acumulación de frustraciones la que ha venido explosionando en polarización y falta de empatía a todos los niveles, no sólo de la hondureñidad sino de todo el mundo. Para ello es necesario el resurgimiento de un nuevo liderazgo que privilegie la neutralidad en la observancia de “el otro” y el autodesapego de mecanismos genuinos en la promoción de la actividad política en donde prime el bienestar común como una máxima a través del pincelazo; erigidos por “artistas” de la administración pública bajo virtudes cardinales como la solidaridad, integración, fraternidad y comunidad.
En definitiva, la aplastante victoria de Xiomara Castro –que ronda veinte puntos porcentuales sobre su más cercano contrincante– es una clara demostración de que la fe en el sistema de representatividad democrática aún persiste y que la labor de la exprimera dama hondureña –ahora jefa de Estado– será determinante para minimizar o maximizar la confianza en el gobierno del pueblo ejercido por los distintos funcionarios elegidos y que detentan, además, en subalternos responsabilidades tendientes a la procuración del bien común.
Posdata: Es evidente que la izquierda ha venido resurgiendo y “recuperando terreno perdido” en Latinoamérica –tal es el caso de Honduras y Perú en este 2021– que se suman a las precedentes representaciones presidenciales de México, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y Argentina. En ese orden de ideas, en entrevista con BBC Mundo en abril de este año, Steven Levitsky, profesor de Harvard, reconocía que “a pesar de todo el pesimismo, a pesar de lo que pasa en la región, éste es, de lejos, el período más democrático de la historia de América Latina”.