Sumarse al discurso de la mayoría es, en muchos sentidos, una tarea fácil. La gregariedad del tumulto nos protege, escuda y reafirma la postura que queremos hacer visible y ojalá imponer. Hasta ahí todo bien. Es absolutamente legítimo fortalecer la visión de mundo que se tiene. ¿Pero qué ocurre cuando aquello que defendemos o propiciamos es una respuesta cortoplacista y, por lo tanto, miope?, ¿qué riesgo existe si perdemos perspectiva al analizar y comprender una situación?
Las ideas respaldadas por la mayoría son, por lo general, simples de justificar. Un discurso que se cimenta sobre las respuestas que las masas quieren escuchar suele estar mucho más cerca de la improvisación que de la responsabilidad institucional. La popularidad ideológica es una carnada a la que es complejo resistirse; como bien sabemos, no hay líder a quien el aplauso y la aclamación no lo seduzca.
El desafío es, en estos tiempos, particularmente complejo. Resolver necesidades, estar a la altura de expectativas y sueños, sintonizar con la transformación tecnológica que vivimos, adelantarse a cambios que se instalan diariamente en nuestra cotidianidad y que avanzan a una velocidad mucho mayor que la que necesitaríamos, habitualmente, para poder procesar.

Pensar, analizar y actuar, simultáneamente y en forma lúcida, no la tienen fácil los líderes hoy en día. En los próximos meses y pocos años veremos si están a la altura del reto que han querido asumir; sabremos si tienen la valentía y la templanza que el presente requiere, si sabrán administrar tiempos de respuesta, recursos limitados y demandas colectivas. Si serán capaces de conducir una nueva manera de habitar el planeta, de hacer política, de dialogar, negociar y alcanzar grandes acuerdos que permitan dar inicio a fórmulas de desarrollo propias de este milenio, dejando atrás los lastres nacionalistas, revolucionarios y fascistas del siglo XX.
De no hacerlo, de sucumbir al populismo y a la ovación de las multitudes, se abrirán aún más las fauces del descuido moral que ronda hoy por doquier y nuevamente el camino de la furia política y bélica se instalará en nuestro horizonte. Y, como ya sabemos, la violencia produce siempre criaturas que, una vez paridas, son el punto de partida de un espiral con fecha de inicio, pero, rara vez, con clara fecha de término.