Para alcanzar el conocimiento no es suficiente el dato empírico o sensible.
Carlos I. Muñoz Rocha.
La experiencia es el resultado del conocimiento vivencial. A ese conocimiento se le dice empírico. La experiencia no es otra cosa que adquirir el conocimiento a través de los sentidos.
Por otro lado, está el conocimiento racional que contrasta con el empírico. El racionalismo sostiene que el verdadero conocimiento se obtiene gracias a la razón porque utiliza el intelecto. Llanamente, es comprender los fenómenos y hechos, no sólo aceptarlos como una simple experiencia.
Estoy convencido de que el proyecto filosófico de la Cuarta Transformación de Andrés Manuel López Obrador parte del conocimiento empírico.
Esto es que, desde la vivencia de la gente, en tanto no hay soluciones concretas a sus aspiraciones auténticas de y para una vida mejor (a partir de los gobiernos sombríos que generaron muchas insatisfacciones sociales, por la corrupción, el nepotismo, las arbitrariedades, la inseguridad, el desempleo, bajo nivel de la educción, etc.), optaron por el hoy presidente de México.
Su discurso que habla del dolor cotidiano es la voz cantante aludiendo a un cambio verdadero, porque históricamente han sobrado promesas de cambio sin que suceda mucho; si bien sí se proveían infraestructuras de beneficio, aunque no así en los aspectos estructurales.
Lo pretendido en el proyecto filosófico de AMLO con su elocuencia bajo la sombrilla de “el bien de todos”, “el cambio verdadero”, “primero los pobres”, está basado en el conocimiento práctico de las molestias comunes.
Cuando había una saturación tridimensional de insatisfacciones (conocimiento de la realidad a través de los sentidos de forma empírica), la membrana social se agrupó mayoritariamente con el fin de lograr sus aspiraciones. Ésa es la tesis de la Cuarta Transformación. O sea, su discurso.
Pero cuando una persona promete mucho (oferta política) y se encuentra con una organización masiva que tiene muchas expectativas (demanda social), es complicado que se pueda cumplir porque no es un mercado de sabores. Es la realidad tangible.
Eso es lo que le ha pasado a López Obrador. Lo he estado señalando desde 2004, que no iba a poder cargar con el costal que había llenado de buenas intenciones, sueños improbables, ilusiones y hasta un poco de poesía política.
Es por ello que el peor enemigo de Andrés Manuel López Obrador no es la oposición, sino él mismo, aunque sostenga que mientras las encuestas lo mantengan con alto nivel de preferencia, lo que se diga contra él le hace lo que el viento a Juárez.
En efecto, hay mucha gente que no quiere saber nada de los políticos que pertenecen a los partidos tradicionales, y desean con toda su fuerza que MORENA sí responda a sus intenciones.
Esto es disonancia cognitiva porque es la voluntad de gente que desea lo que se prometió. Quieren que sea como lo aspiran, aunque no lo sea. Están convencidos de una buena intención, aunque saben bien que ella no ocurre.
La explicación es como la aspiración de una mujer que se casa con un marido violento, egocentrista, controlador, impositivo, machista y narcisista. Ella sabe que es así desde el noviazgo. Se casó con la esperanza de que iba a cambiar… Y no cambia. Pero todos los días amanece con la ilusión de que “hoy sí”. Así de sencillo está el asunto.
La tesis de López Obrador para la cristalización de la “4T” encaja su discurso populista y paternalista en la realidad cotidiana –vendiendo anhelos–, es lo que lo mantiene con alta aceptación. No hay más.
Pero él mismo se convierte racionalmente en la antítesis de su propia filosofía basada en el sentir pena por los demás, porque en la pena encuentra su causa, donde los demás son la mayoría desposeída que casi lo idolatra (como Mesías), porque le hace el milagro financiero cada cierto tiempo.
Por lo que, en ocasión de cumplido el tercio uno de su mandato, expongo este escrito como reconocimiento a la capacidad de la comunicación política, por la que, él (AMLO), pese a todo, sigue encantando a sus seguidores y sigue posicionado. ¿Le suena?
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