La posesión más lujosa,
el tesoro más valioso que todo mundo tiene,
es su dignidad personal.
Jackie Robinson.
Si bien el embarazo es un fenómeno natural, como tal tiene un inicio y un final; ese final tiene su clímax el día del parto que –por lo regular– es en un hospital. Muchas mujeres, durante todo su embarazo, tienen la oportunidad de ser acompañadas por profesionales (ginecólogos-obstetras); otras sólo tienen respaldo profesional parte de gestación, y muchas más no tienen ninguna oportunidad de ayuda.
Las primeras porque se atienden en hospitales o clínicas privadas; las segundas por estar protegidas por la previsión social, y las terceras acuden a un centro de salud comunitario o, incluso, ni siquiera tienen esa posibilidad. Sin embargo, todas tienen un denominador común; a todas les llega el día del desenlace final –¡Qué descubrimiento!–.
Pero sí hay un elemento para algunos conocido y para muchos no. El asunto estriba en que esas posibilidades objetivas de dar a luz son las que van a ser de suma importancia para el trato que reciban las embarazadas en la sala de parto del lugar determinado.
Así, el primer caso, donde las mujeres son pudientes, el trato es “preferencial y la atención es de cierta manera decorosa” porque sí hay gineco-obstetras sensibles, pero también porque está de por medio el dinero – Y ¡vaya que cobran bien!–.
En el segundo caso, las aseguradas (por lo regular) son atendidas por residentes, quienes trabajan con una autoestima lesionada por la infamia del sistema y por sus jefes que los denigran.
Cito a Donovan Casas Patiño, Alejandra Rodríguez Torres, Isaac Casas Patiño, Cuauhtémoc Galeana Castillo, quienes publicaron en el 2013, en la revista MEDWeve, el artículo “Médicos residentes en México: tradición o humillación”, donde establecieron que: “Los residentes son reducidos a un indicador más de recursos humanos para la salud. El médico residente en formación académico-científica está sumergido en esta vorágine deshumanizada y termina por convertirse en un individuo para el cual el dominio del conocimiento es un instrumento de poder. En este proceso olvida que su actuar y su razón de ser radica en el principio de ‘primun non nocere’ (‘lo primero es no hacer daño’) y de servir.”
Desde esa lógica, se puede deducir por qué una mujer embarazada que llega a ser atendida en centros de salud públicos, no le dan el mismo trato que (quizás ellos mismos) ofrecen en los hospitales privados, donde la causa –por ventura– es diferente, y que no necesariamente es la paciente en tránsito. ¡Triste, pero así es!
En consecuencia, lo que muchas mujeres viven en los cuartos de parto es realmente deplorable. Desde expresiones altisonantes que expresan “los profesionales” hasta presiones psicológicas, sin descartar –incluso– las agresiones físicas; creyendo aquellos que es una gracia contra éstas, justificadas por su frustración personal.
Es un hecho que en las salas de parto públicas como las del seguro social y centros de salud, hay quienes no se miden, de acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia (CONAVIM) que publica en la página del propio gobierno de México con el título: “¿Sabes en qué consiste la #Violencia obstétrica? Donde refiere: “La violencia obstétrica se genera con el maltrato que sufre la mujer embarazada al ser juzgada, atemorizada, humillada o lastimada física y psicológicamente. Se presenta en los lugares que prestan servicios médicos y se da en todas las esferas de la sociedad.”
Ya sea en un lugar u otro, público o privado, en el cuarto de parto, no sólo se encuentra la persona ginecóloga-obstetra, sino también los ayudantes del área de enfermería y entre otros anestesiólogo y pediatra, quienes –al parecer– también hacen coro a la agresión.
Esto no sólo lo sé a la sazón de estar abordando este tema, sino que es de vieja data. Fue por allá de 1978 y hasta años después, cuando tuve la posibilidad de conocer a una auxiliar de enfermería asignada a un cuarto de parto en un hospital privado de mucho prestigio en Panamá.
En ese momento era el hospital de mayor reconocimiento, por lo mismo hospitalizarse ahí significa o tener un gran recurso financiero propio, o un gran seguro que corriera con el costo. Ella además trabajaba en sala de parto del seguro social y había trabajado en un centro de salud popular. O sea, en diferentes modalidades. Se diría, una testigo presencial.
Pues, bien, en algunas pláticas que tuvimos sobre su trabajo, me contaba a lujo de detalle cómo era todo el proceso desde que se autorizaba el ingreso de la embarazada a la sala de parto. Que si el cambio de ropa aséptica, que si el pase o movilización a las camillas; el cuarto de espera en el que pasaba el obstetra correspondiente (hombre o mujer, era igual), con las mismas actitudes y métodos de palpación y medición para saber si ya la mujer estaba lista o no para el parto, en el caso de que éste fuera natural; pues si fuera cesárea eran otros procedimientos.
Es en este proceso (en el parto natural), sobre todo en los hospitales públicos, en el que se daba una violencia a veces simulada y otras de forma explícita e indigna contra las mujeres. Situación que van desde gritos, frases soeces, hasta sacudidas físicas y empujones. Con la particularidad de que mientras menos posibilidades económicas tiene es peor para ellas.
Aquel entonces lo recuerdo ahora en este interés de velar por la dignidad de la mujer embarazada, cuando leo (hoy) frases similares a las que ella me comentaba, que se gritaban dentro del área; ya fuera en la antesala o en el mismo cuarto de parto.
Esto lo secunda la revista digital “Bebés y más”, refrendando que sí se dicen frases realmente denigrantes y violentas tales como: “Tienes un mioma, será cesárea. Te sale a tres mil pesos y dependiendo de cómo esté el mioma te saco el útero. Total, ya tienes tres hijos.”, “Si no sale en la próxima contracción, te corto.”, “Antes de ir al quirófano vamos a ver si hay latidos, porque después el bebé nace muerto y la culpa es del médico.” “Mira, si quieres que te atienda yo, va a tener que ser por cesárea antes del 10 de octubre, porque yo después viajo, que me voy a la boda de mi hija.” “¿No serás de las que abusan de la medicación y por eso se adelantó el parto?” “Cállate o te duermo entera.” “Deja de llorar que te va a quedar la cicatriz (cesárea) en zig-zag.”
Finalmente, publica el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), del gobierno de México, en su página digital: “Millones de mujeres en México han experimentado la violencia obstétrica. Entre 2011 y 2016, el 33.4% de las mujeres de 15 a 49 años que tuvieron un parto, sufrió algún tipo de maltrato por parte del personal que las atendió. La mayor proporción de casos reportados se encuentran en el Estado de México, Ciudad de México, Tlaxcala, Morelos y Querétaro. (…) Entre las situaciones de violencia que experimentan las mujeres durante la atención obstétrica, se encuentran: maltrato físico, humillación y abuso verbal, procedimientos autoritarios para imponer un método anticonceptivo a las mujeres o para realizar una cesárea, violación a la confidencialidad, violación a la privacidad, obtención de consentimiento de forma involuntaria o con deficiencia en la información, negación al tratamiento, detención de las mujeres y los recién nacidos en las instalaciones debido a la imposibilidad para pagar.”
Sin duda, con el método tradicional de las mujeres de dar a luz, se ha generado una cultura histórica de violencia obstétrica como se ha señalado. El INPS afirma que: “La violencia obstétrica se define como una forma específica de violencia ejercida por profesionales de la salud (predominantemente médicos y personal de enfermería) hacia las mujeres embarazadas, en labor de parto y el puerperio. Constituye una violación a los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres.”
Es por ello que, en la medida de lo posible, seguiré dando cuenta de tal perversidad. Y promoveré –hoy por hoy– que la fórmula con la que se muestra respeto a la dignidad de la mujer, a la criatura que llega, e incluso a toda la familia de la paciente, es mediante el parto natural en agua. En ese sentido, les recomiendo seguir la página por Instagram aquí. Ello le permitirá tener una mejor visión sobre tal maravilla. ¿Le suena?
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