En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y
de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Jesús en Juan 2, 5.
El artículo tiene la intención de ir viendo en éste y, en sucesivos escritos, que la Cultura de la Vida en el caso de los embarazos, no sólo genera precisamente vida, sino que es una mejor forma de recibirla a través del parto natural en agua.
Los motivos y las técnicas de las que me estoy enterando a la sazón del parto natural de mi hija, han generado en mí una gran motivación para impulsar esta técnica que propone mayor respeto a la integridad de la mujer y, por supuesto, a la nueva vida de acuerdo a la explicación del doctor ginecólogo-obstetra Rodrigo Aybar (panameño-chileno).
Yo sólo reproduzco lo explicado por él sin yo conocer nada al respecto, pero que por el resultado del parto de mi hija expongo en el convencimiento que vale la pena impulsar el método del parto natural en agua.
Éste implica la procuración de una mejor calidad del nacimiento para una mejor calidad de vida física y emocional de la criatura y la calidad en el procedimiento de obstetricia para el beneficio de la mujer que es la madre.

La criatura requiere transitar por factores relevantes como son: adquirir microrganismos al pase por la vagina que le servirá para generar anticuerpos; esperar que el ombligo deje de palpitar por sí solo antes de cortarse (por lo que le entendí al experto) porque la criatura sigue conectada de manera relevante recibiendo el oxígeno de la madre; que, aun con el ombligo palpitando, la criatura se conecta de forma simbiótica inexplicable no sólo con su madre sino con los seres de su entorno, como lo es su padre y cualquier otra persona como fue el caso de mis otras dos nietas, quienes no sólo estuvieron presentes, sino que vieron todo el proceso del parto, que, como lo explico adelante, fue en su propia casa.
Pues bien, hace como 40 años, vi un documental ruso acerca de cómo unos bebes de meses nadaban en una alberca. Los entrenadores los ponían en al agua con cuidado y seguimiento profesional, y parecían peces.
¡Qué maravilla verlos nadar! Estaban rebosantes, felices. Cuando los entrenadores tomaban a los bebés, éstos buscaban el agua. Se sumergían y salían a flote de manera natural mucho mejor que yo. Realmente se sorprendí.
Explicaban de forma sencilla que todo obedecía a tres factores. Uno, que los bebés en el vientre materno vivían en un ambiente líquido compuesto precisamente de líquido amniótico y la placenta.
El segundo, lo relacionaban a una vida más estimulante con una autoestima alta. El tercer factor, que esos bebés habían nacido de parto natural en agua cuyo ambiente había sido muy similar al del vientre materno.

El 5 de noviembre del 2020, en medio de la pandemia, unos días antes de mi cumpleaños (el 14 de noviembre), recibí el mejor regalo. El nacimiento de mi tercera nieta. Cuando supe cómo había sido el parto en agua –aunque mi hija me lo contó a grandes rasgos–, no pude evitar las lágrimas de la emoción.
Comprendí otras cosas en torno a mi vida. Quise volver a nacer, quise que mis hijos hubieran nacido de un parto en agua. Daría todo si ello fuera posible después de saber lo que implica en términos positivos.
Solamente cuando mi hijo nació tuve la oportunidad de verlo llegar a la vida incluso antes que mi esposa. Lo vi emigrar de donde había vivido nueve meses.
El día cuando él nació me formulé varias hipótesis frente a lo que experimenté por la demora del parto. Para mi esposa había sido un proceso largo y doloroso, más de lo normal; hubo que inducirla y lo vimos como lo mejor, para que no sufrieran más ninguno de los dos y porque, según lo explicó su ginecólogo-obstetra, el bebé tenía el cordón umbilical alrededor del cuello. —Hay que actuar, dijo.
Hablando del tema sobre lo demorado del parto de mi esposa, salieron a relucir instrumentos como los fórceps para guiar la cabeza del bebé hacia su salida cuando la mamá lo empujaba hacia afuera.

También de cómo se les suben a las mujeres (como fue el caso de mi esposa) empujando a la criatura hacia abajo desde el abdomen para que emigre involuntariamente, porque en ese momento se puede estar entre la vida y la muerte de la criatura, incluso de la madre.
Cuando eso sucede, es una lucha entre el bebé que no quiere salir de su estado de confort y la necesidad de que vea la luz porque no queda de otra, pero sufre mucho.
He vuelto a llorar escuchando a mi hija y yerno narrando cada detalle de cómo fue todo. De cómo el obstetra Rodrigo Aybar y su equipo profesional, fueron sólo un vehículo humano para cumplir con un designio donde no hubo una intervención tradicionalista. Supe que han sido más de 500 asistencias a nacimientos de partos en agua que él ha asistido. ¡Qué admiración ver a un médico más preocupado por la vida que por sus ingresos!
No se atentó contra la dignidad de la madre, menos de la bebé; ella no sintió el impacto agresivo de ver la luz con más o menos 160 mil lux en la zona de intervención agresiva a un metro de distancia de sus ojos.
Sarah nació sin ser violentada, sin trauma; y fue cuando ella eligió nacer. No hubo la imposición de fecha, sólo era una posibilidad. Tampoco pastillas vaginales introducidas a escondidas para la inducción. Sin embargo, para cuando lo decidiera, había que estar listos llegado el momento. Tampoco se sabía si era niña o niño. Ni hubo un dios humano que haya determinado cómo sería todo.

Nació en su propia casa esperándola la madre, su padre y sus hermanas. Todos viendo el milagro de la vida. La felicidad y alegría invadieron toda la casa. ¡Toda! El respeto y dignidad de mi hija fue impecable porque no hubo otra cosa que amor.
Ella (Sarah) deseó llegar y lo hizo. El agua fue su nuevo espacio; fue esperada con el más grande sentimiento que se pueda sentir entre los seres humanos, una simbiosis total, aunque parezca pleonasmo: fue y es ser deseado, esperado, amado. No se le golpeó para oxigenar el cerebro, lloró por hambre.
Mi hija salió de la alberca preparada, se bañó, se acostó y Sarah empezó a comer. ¡Gracias Dios, qué bendición! ¿Le suena?