El próximo 9 de noviembre se cumplirá el 70 aniversario del estreno de la película Los Olvidados de Luis Buñuel. Un filme que fue un triunfo para la cinematografía mexicana pero cuyo camino al éxito no fue fácil, ya que antes de llegar a los cines se le calificó de ser una obra “denigrante” para México. La película mostraba las vivencias de unos niños en una barriada pobre de Ciudad de México y lo hacía de una manera descarnada y alejada de cualquier sentimentalismo, mostrando la pobreza y la violencia que había. Duró poco en los cines, pero unos meses después y gracias al apoyo de algunos intelectuales –como Octavio Paz– fue presentada en el Festival de Cannes de 1951, ganando el Premio al Mejor Director. Se reestrenó en las salas mexicanas con gran éxito, obteniendo además 11 Premios Ariel. Buñuel logró consolidar su carrera en México y se convirtió en un cineasta reconocido internacionalmente.
El pasado 9 de Julio, la Filmoteca de la UNAM ofreció el visionado gratuito de la película –en su versión restaurada– durante un día, coincidiendo con la celebración del 60 aniversario de la fundación de la institución. Por la actual emergencia sanitaria es posible que los homenajes a la película no vayan a ser muy numerosos; pero es cierto que esta obra ha sido reconocida en muchos países y aparece a menudo en la lista de las mejores películas de la historia. La UNESCO, en 2003, declaró a su negativo original “Memoria del Mundo”, siendo uno de los tres largometrajes que tienen esta distinción, los otros son Metrópolis (1927) de Fritz Lang, y El Mago de Oz (1939) de Victor Fleming, además de la obra completa de los Hermanos Lumière.
Antes de llegar a México, Buñuel era conocido en algunos círculos artísticos y por haber formado parte del Movimiento Surrealista. Sus dos primeras obras, El perro andaluz (1928) y La Edad de Oro (1930), se engloban dentro de este movimiento. Después rodó el polémico documental Las Hurdes: Tierra sin Pan (1933). Tras el fin de la Guerra Civil tuvo que exiliarse en Estados Unidos, durante algunos años trabajó en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York como productor y montador de documentales para la Coordinación de Asuntos Interamericanos, organización que presidia el filántropo Nelson Rockefeller. En 1943, Dalí publicó su libro La vida Secreta de Salvador Dalí, en el que acusaba al director de ser ateo y comunista. Debido a la presión de algunos sectores reaccionarios de Estados Unidos, tuvo que dimitir y después de un breve paso por Hollywood como supervisor de doblajes, se trasladó a México, ya que le ofrecieron dirigir una adaptación de la obra La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, aunque finalmente no se llevó a cabo. El productor Oscar Dancigers le propuso dirigir otra obra: Gran Casino (1947) con Jorge Negrete y Libertad Lamarque de protagonista. La película fue un fracaso de taquilla. Tres años después, Dancigers le invitó a dirigir El Gran Calavera (1949), la cual sí fue un éxito. Buñuel se quedó definitivamente en México y solicitó la nacionalidad. Lo curioso es que al director nunca le había atraído vivir en América Latina, y como afirma en su biografía, solía decirle a sus amigos: Si desaparezco, buscadme en cualquier parte, menos allí.
Luis Buñuel fue preparando ideas para su nueva película durante los casi tres años que pasaron entre el estreno de sus dos primeros largometrajes mexicanos; el cineasta realizaba paseos por los arrabales de la Ciudad de México y de su área metropolitana. Lugares que parecían olvidados por la ley y las autoridades y que acogían a los numerosos emigrantes que venían a la urbe desde el campo. Para documentarse, tuvo reuniones con asesores, burócratas y psicólogos infantiles. Después del segundo largometraje que realizaron juntos, Dancigers le propuso hacer una película distinta a las anteriores, y Buñuel con toda la información que había ido reuniendo elaboró el guion, junto con Luis Alcoriza y con la ayuda de Jesús Camacho Villaseñor –conocido con el nombre artístico de Pedro de Urdimalas, uno de los guionistas de las dos primeras películas de la trilogía de Pepe El Toro (1948-1952), Nosotros los pobres (1948) y Ustedes los Ricos (1948), dirigidas por Ismael Rodríguez–.
Durante el rodaje de la película hubo críticas de una parte del equipo técnico; el guionista Pedro de Urdimalas pidió que su nombre no apareciera en los créditos por una escena en la que unos niños buscaban comida entre la basura y aparecía el retrato de un “hidalgo” español, pues consideraba que era un insulto a la “Madre Patria”, es decir: España. La peluquera dimitió porque consideró que daba una mala imagen de las madres mexicanas; sobre todo por la escena en la que la madre de Pedro no le permite entrar en casa, rechazándolo. Y otros técnicos le decían que por qué no rodaba una película en un barrio rico, como Las Lomas de Chapultepec.
En un visionado, previo a su estreno, ante algunos intelectuales sufrió críticas durísimas, Lupe, la hija de Diego Rivera, se negó a dirigirle la palabra; la mujer del poeta español Luis Felipe, le acusó de haber realizado un ataque a México y de que los niños que salían no eran mexicanos y que haría que le expulsaran del país. En cambio, David Alfaro Siqueiros, presente en la proyección, felicitó a Buñuel.
Buena parte de la prensa atacó la película y eso hizo que estuviese pocos días en cartelera. La película se había estrenado en 1950, una época en la que México estaba acabando de consolidarse como un país moderno e industrial. Desde los años 30, México había entrado en un periodo de cierta estabilidad política y económica, gracias al sistema político, en el que el partido hegemónico –el Partido Revolucionario Institucional (PRI)– dominaba no sólo en el gobierno, sino también el Poder Legislativo, los diferentes gobiernos estatales, los Ayuntamientos y buena parte de la Administración Pública. El PRI gobernaba con un discurso nacionalista en el que se mostraba un país en constante desarrollo en todos sus ámbitos y donde no existían problemas de ninguna clase.
Un México con grandes instituciones educativas y culturales de primer nivel, con un turismo que empezaba a dar sus primeros pasos y un desarrollo industrial en aumento. Un lugar donde la libertad de prensa estaba controlada en muchos aspectos y en consecuencia no se hablaba de los “Olvidados” de la sociedad. Para las autoridades, parte de la prensa y muchos intelectuales era imposible que en el México moderno hubiese esos problemas que mostraba la película y afirmaban que todo era una invención del director para deshonrar el país. Incluso el intelectual y diplomático Jaime Torres Bodet –en aquellos momentos representante de México ante la UNESCO– opinaba lo mismo cuando la película estaba a punto de presentarse en Cannes.
El cineasta, aunque ambientase la película en México, quería hablar de las dificultades que se enfrentan en todas las grandes ciudades del mundo. En el inicio de la película, un narrador informa que muchas urbes del mundo, entre ellas, Nueva York, París o Londres, hay pobreza y niños con muchos problemas. La sociedad, a pesar de sus buenas intenciones no consigue erradicarlos, afirmando que la Ciudad de México no es la excepción a esta situación. Luis Buñuel mostraba esos problemas de una manera dura y cruel sin dulcificar la pobreza, a diferencia de muchas películas de la “Edad de Oro” en donde sus protagonistas, a pesar de su miseria y desgracia, mostraban siempre una gran felicidad y en donde los ricos tenían envidia de ellos. Un ejemplo claro es la Trilogía de Pepe el Toro.
En Los Olvidados, Buñuel no dudó en mostrar la violencia que puede surgir en lugares con mucha pobreza y marginación. La escena del grupo de jóvenes que roban y maltratan a un señor tullido, u otra donde El Jaibo mata a un chico que le había delatado, son buenos ejemplos de esto. El director español incluso consiguió poner un final más duro, a pesar de que habían rodado también un final alternativo feliz, en el que Pedro mata a El Jaibo y vuelve al reformatorio.
A pesar de los problemas que encontró Luis Buñuel, el posterior reestreno de la película después del éxito en Cannes, afianzó la carrera del cineasta, quedándose a vivir en México, donde encontró un hogar y un lugar de trabajo. Además, fue el inicio de su colaboración con Gabriel Figueroa. Siguió realizando obras maestras como: Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959), Viridiana (1961) y El Ángel exterminador (1962). Aunque también tuvo que rodar películas alimenticias para seguir manteniendo su lugar en la industria nacional: Susana (1951), Abismos de pasión (1954), Robinson Crusoe (1954), entre otras.
Los Olvidados y su director influyeron en muchos cineastas del Nuevo Cine Latinoamericano, formado por movimientos como los de la Escuela Documentalista de Santa Fe (Argentina), el Cinema Novo (Brasil) o el Nuevo Cine Cubano, y por directores como los brasileños Nelson Pereira dos Santos, Glauber Rocha, el cubano Tomás Gutiérrez Alea o el chileno Miguel Littín. En México, también surgió esta influencia en directores tan importantes como Arturo Ripstein, Alberto Isaac, Paul Leduc y, el colaborador de Buñuel, Luis Alcoriza.
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