A la oportunidad la pintan calva. Cómo se ha dicho en numerosos medios, la ocasión de volver a tener una reunión trilateral como la que esta semana se llevó a cabo en la Ciudad de México es prácticamente inexistente en lo que resta del sexenio. Dado que no soy analista, me centro en el discurso de López Obrador, ciertamente singular respecto del que tiene los dos presidentes de Canadá y Estados Unidos.
La idea del sueño bolivariano y de la unidad latinoamericana quizá está haciendo que se desperdicie la oportunidad. Siempre me ha molestado esta idea porque la considero añeja: un bloque latinoamericano de seguro puede implicar otros derroteros en lo comercial y en la apertura cultural; el problema es lo político. Desde el siglo XIX nos aferramos al concepto del Estado nacional. Creamos todo un catálogo de rasgos identitarios que nos hermanan y a un tiempo, nos distinguen de los de otras naciones. Como planteaba Benedict Anderson, esos rasgos proceden de percepciones impuestas y, a fuerza de repetición, se convierten en estereotipos de los cuales hasta podemos estar orgullosos. ¿Y las identidades regionales? Las regiones son geográfica y culturalmente distintas que las naciones; a veces son más amplias, a veces son más pequeñas y concentradas. La región latinoamericana es sumamente diversa, si bien, compartimos algunos rasgos que no tenemos en común con los otros dos países de Norteamérica; no sólo me refiero a la lengua castellana que hablamos la mayor parte, sino a un sentimiento de opresión o sobajamiento que ha caracterizado a la producción historiográfica política desde inicios del siglo XX y que ha afectado la percepción de lo que se crea en América Latina (y digo que ha afectado, es decir, que incide en esa percepción, no que sea ni buena ni mala). Ni modo… “fuimos” conquistados. El sueño de Bolívar fue un entramado político que llegó a concretarse hasta un punto, mientras presidió la Gran Colombia. En aquél entonces no era una idea descabellada; sin embargo, basar la idea de que un bloque de naciones puede hacerse superpoderoso simplemente por serlo, es un tanto ingenua en nuestros tiempos.

La idea de la unidad latinoamericana es utópica y ucrónica: si lo utópico es lo que no existe en ningún lugar, lo ucrónico no existe en el tiempo; es un relato que se repite y se cree real, tanto que llega a ser la base de toda una estructura de vida, como el Estado nación. Ahora bien, en el discurso de López Obrador encuentro no sólo idealismo al abogar por la consideración de países como Venezuela y Cuba; por vislumbrarse como el defensor de ese bloque utópico que es América Latina frente a los gigantes norteamericanos (Estados Unidos, sobre todo) y que es una ucronía porque, no obstante, se trata de una narrativa que construye algo que, en realidad, no existe, lo perverso es que esa narrativa se convierte en aspiración. La entiendo en 1970, pero no en 2023.
A decir de Jaime Caycedo, el sueño bolivariano se ha convertido en una necesidad histórica (“La integración latinoamericana y el sueño bolivariano”). En 2021, el discurso de López Obrador encendió los medios con un discurso acerca del sueño bolivariano: en la conmemoración de los 238 años del natalicio de Simón Bolívar, se refirió a la inminente necesidad de recuperar la idea de un bloque que contemplara a toda la región latinoamericana para hacer frente a las trabas comerciales impuestas por Estados Unidos a países como Cuba, así como para crear un organismo que eventualmente pudiera sustituir a la OEA. La visión, la concepción vertical del continente, como dice Caycedo, favorece la imposición de Norteamérica (lo que parece casi tan absurdo como el que alguien exclame “¡Arriba el norte, y el que no lo crea, que vea el mapa!”). Sin embargo, en una globalidad como la que vivimos, la cantaleta de la unidad latinoamericana se ha convertido más en un “eslogan populista del chavismo venezolano, un discurso resentido e ineficaz que pervive en los nacionalismos izquierdistas de las Américas” (Venus Rey Jr., 09 de febrero de 2022, “La imposibilidad del sueño bolivariano”).
Desde luego que éste no es el espacio para tratar el tema a profundidad; sólo llamo la atención sobre la importancia de escuchar o leer atentamente para encontrar las oquedades donde las hay. Todo vacío se llena. Se llena con expectativas o con palabras en tono de promesa. Se llena con inflamadas arengas y con la construcción de futuros promisorios en donde América Latina “recupera” su dignidad frente al “gigante opresor”. Sí, así entre comillas. Quizá convenga aprovechar los vacíos para comprender por qué los mitos no tienen un tiempo; son ucrónicos y por eso, pueden constituirse como fundacionales en cualquier momento. Ya lo dijo Calderón de la Barca, “los sueños, sueños son”; esta cumbre de líderes norteamericanos debería marchar por rumbos menos oníricos.