Participar es la única forma que tenemos para cambiar todo aquello que nos afecta y nos preocupa como ciudadanos. No se trata sólo de cumplir con nuestras obligaciones cívicas –todas importantes– sino de ir más allá y estar involucrado en las diversas formas en que convivimos y se deciden las políticas públicas que nos rigen.
Ya sea en el tema de la seguridad pública o en esta emergencia sanitaria, no podemos quedarnos al margen de lo que debemos hacer para que el país progrese y pueda dar, al fin, el salto hacia un desarrollo sostenido, digno y justo para la mayoría.
Este cambio de época, uno que no sabemos todavía cuánto puede durar, es una de las pocas oportunidades en nuestra historia reciente para aumentar nuestra participación y tomar determinaciones que aporten a resolver los problemas nacionales y ayuden a que las condiciones de vida se modifiquen para bien.
A mí me tocó esa encrucijada hace unas semanas cuando amablemente la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno de México, Rosa Icela Rodríguez Velázquez, me invitó a integrarme a su equipo de trabajo como director general de Seguridad Privada.
Decidí aceptar no sólo por los años en que he tenido la oportunidad de conocer a la titular, de convivir con gran parte de su equipo de trabajo, sino por el proyecto de paz que lidera y en el que creo firmemente. Sin seguridad y tranquilidad social será muy difícil que México consolide el cambio que ha propuesto la actual administración.

Con el antecedente de trabajar en una organización civil única en su tipo durante once años, dedicada a la atención de víctimas del delito y a la construcción de tejido social, ahora me integro al servicio público, un espacio nuevo para alguien que tiene un origen empresarial.
Sin embargo, pasar de la iniciativa privada a la acción cívica organizada tampoco era una transición usual, por lo que éste es un reto que aprecio y aprovecho. La seguridad en calles y colonias es nuestra prioridad más grande como ciudadanía y eso no ha cambiado con pandemia y no lo hará sin ella.
Y la mejor seguridad es la prevención, además de la colaboración entre autoridades y sociedad, porque ninguna de la dos puede, ni debe, enfrentar este desafío de forma separada. Si la delincuencia ha prosperado en nuestro país es precisamente porque la desconexión social les ha dado los espacios que necesitaban para poder aterrorizarnos y hacernos creer que tienen control sobre nosotros.
La realidad es que el crimen prospera cuando alguien lo tolera o lo toleramos como comunidad. Sin esas oportunidades de dividirnos, su trabajo ilegal se vuelve demasiado complejo y riesgoso, lo que hace que se reflexione acerca del costo-beneficio de romper la ley.
Reducir la corrupción, la impunidad y atender las necesidades sociales de muchos lugares del territorio nacional hacen que la oferta económica de la delincuencia pierda valor y muchos jóvenes, en su mayoría sin oportunidades hasta ahora, acepten la salida fácil –que nunca lo es– de engrosar las filas del crimen en sus diferentes niveles.

Ayudará la conducción de una estrategia correcta de pacificación y de coordinación con la gente. Son pocas las personas que entran a la delincuencia por el simple convencimiento de que es una forma de vida de largo plazo; al contrario, son cautivados por el espejismo que se muestra en las series de televisión o en algunas películas, para darse cuenta de que, como en toda organización, existen niveles, privilegios, conexiones y una punta de la pirámide que recibe la mayoría de las ganancias a costa de una base que trabaja sin descanso.
Revertir esa idea de dinero fácil y a costa de lo que sea es una tarea en la que debemos participar todos. Desde el lugar que sea, el hogar, el trabajo, la familia, nuestro primer deber es ayudar a prevenir, a denunciar y a darle seguimiento a esos reclamos con buenas autoridades para que se corrijan.
Cada uno sabe cómo y de qué manera puede incrementar su participación civil y hacer una diferencia, no sólo cumplir con sus obligaciones. Llevamos un año de adaptación a una pandemia que han modificado muchas cosas que dábamos por seguras; hoy, con un proceso de vacunación mundial en marcha y avanzando, podemos contribuir a cambiar de raíz la forma en que hemos convivido hasta la fecha. Con esa convicción y esa voluntad me uno a un proyecto y trataré de aportar lo mejor de mí para que el legado a mis hijos y nietos sea el de un país que pueda aprovechar el enorme potencial que tiene para que su población viva con dignidad y con tranquilidad durante mucho tiempo hacia adelante.