La muerte es una de las experiencias más dolorosas a la que está expuesta la existencia humana. Una situación que queda envuelta en el misterio de lo desconocido. Es por ello que las distintas tradiciones religiosas y espirituales tienen alguna explicación con relación a lo que le pasa al ser humano después de su fallecimiento.
Anterior a los textos explícitos que dan razón de las diferentes culturas están los restos funerarios encontrados en diversas zonas del planeta, de los cuales, si bien no tenemos certeza de su comprensión absoluta, la forma ritual en la que se encuentran los restos humanos sepultados intencionalmente refleja la creencia en una existencia posterior a la muerte y gracias a ellos tenemos la seguridad en la capacidad de reflexión del ser humano primitivo.
En efecto, una de las primeras manifestaciones de humanidad son precisamente los enterramientos cuya expresión más remota descubierta hasta el momento se encuentre en la Sima de los Huesos en la sierra de Atapuerca, en España, cuya antigüedad es de aproximadamente cuatrocientos treinta mil años antes de nuestra era y corresponden a una especie anterior al Homo Sapiens.
Posteriormente, las civilizaciones a lo largo de la historia hicieron su propia reflexión con relación al destino humano después de la muerte, a la cual podemos llegar gracias a la aparición de la escritura hace aproximadamente cinco mil años y que llegó hasta nosotros por medio de sus mitos y leyendas. Así, para los sumerios, establecidos entre los ríos Tigris y Éufrates, los muertos habitaban el país sin retorno en donde eran recibidos por aquellos que habían fallecido con anterioridad. Los egipcios, alrededor del Nilo consideraban que el alma del difunto pasaba a la siguiente vida, pero para disfrutarla era necesario conservar el cuerpo por medio de la momificación, para que se unieran nuevamente en el más allá y, con ello, lograban la eternidad. En la legendaria tradición de la India, la muerte liberaba el alma del cuerpo y ésta pasaba a otro ser vivo hasta alcanzar la eliminación de todas impurezas para unirse con el principio creador de todo. Los hebreos antiguos consideraban que todos los muertos se encontraban en el sheol o seno de Abraham, sin establecer qué pasaba allí. Los griegos creían en la pre-existencia perfecta del alma, la cual por distracción caía en un cuerpo humano y necesitaba esperar hasta la muerte para escapar de la prisión corporal para regresar a su estado ideal.
En la actualidad, las diferentes culturas, tradiciones espirituales y religiones también tienen su propia explicación. Algunas de ellas retoman creencias previas y las siguen casi sin modificaciones, otras hacen reelaboraciones sofisticadas en las que se incluyen incluso adaptaciones provenientes de la física moderna. Unas expresan destinos favorables o penosos de acuerdo a la conducta del difunto; otras entienden la existencia como un proceso de aprendizaje, así la muerte implica un cambio de nivel a favor o en contra, según sea el caso; en muchas hay una promesa de infinitud, otras incluyen la existencia de universos paralelos con los cuales se puede tener contacto. También hay quienes consideran que después de la muerte ya no hay nada.
Ciertamente ninguna puede ofrecer pruebas contundentes de poseer la verdad, pero sí ofrecen una perspectiva particular que mueve la espiritualidad del ser humano. La concepción que se tenga del destino humano después de la muerte no es de suyo inocente, ni independiente del cómo enfrenta la vida, se comprende a sí mismo y se relaciona con el entorno y los demás. Por el contrario, interviene en el complejo sistema de creencias que establece para enfrentar su destino y asumir la muerte propia y ajena.
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