¿Qué es el hombre para
que de él te acuerdes? (Sal 8,4).
La gratuidad es una de las principales características de la realidad en la que nos encontramos. Independientemente si la creencia personal se fundamenta en algún creador o en cierto proceso aleatorio de evolución, la existencia del universo no dependió de la voluntad personal de ninguno de nosotros.
Ahora bien, en cuanto a la realidad concreta de cada persona las opiniones se dividen, pues hay religiones o filosofías que consideran la vida como un proceso de aprendizaje y, en ese sentido, el alma elige en quien reencarnar para ir avanzando en su evolución o asumen la vivencia concreta como consecuencia lógica por conductas previas. En el caso del cristianismo, que es la tradición que hoy compartimos, la creencia es totalmente diferente.
En el cristianismo, heredero de la tradición hebrea, el ser humano es creado de la nada en cuerpo y alma[1] con una radical diferencia del resto de las especies: la libertad de elegir. Esta característica lo coloca en un plano diferente con consecuencias inevitables en su vida y la de los demás.
Así, cuando entiende el plan de Dios y lo pone en práctica su vida corre en la confianza que le da la certeza de conducirse por el camino que le lleva a la vida y en el servicio a sus semejantes porque reconoce la responsabilidad que tiene con el bienestar de los otros, pero cuando la ceguera lo domina, ignora la sabiduría propia de la creación, insiste en que la vida sea de acuerdo a sus expectativas y pretende dominar las circunstancias, el sufrimiento aparece en su vida y su entorno.
La consciencia de la gratuidad, no es del todo original del cristianismo, ésta ya estaba en la tradición hebrea al reconocer la insuficiencia humana para responder a la Alianza que Yahvé había establecido con su pueblo “Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios” (Ex 6, 7); y aunque el mantener este vínculo dependía de cumplir con sus mandamientos, la historia de Israel muestra las constantes infidelidades al acuerdo por parte de la comunidad y la insistencia de su Dios por mantener el vínculo prometiendo siempre estar para quienes se vuelven hacia él a pesar de los errores cometidos.
A partir de este fundamento, el cristianismo da un paso más al reconocer que todo es dado por Dios gratuitamente –Gracia– a todos y no solamente al pueblo elegido. El amor y las bondades de la existencia ya están derramadas en igualdad de circunstancias[2] a todas las personas sin que se pueda hacer nada por obtener más que los demás ni tampoco perderla. La tarea humana consiste en descubrir su existencia y responder de acuerdo a las circunstancias.
Reconocer la gratuidad de la vida y de los encuentros permite enfrentar la existencia como un regalo diario al cual hay que sacarle el mayor provecho posible porque se va a acabar. Esta conciencia de finitud permite sobrellevar las experiencias dolorosas y aceptar el término de las venturosas. De igual manera empuja a la persona a establecer formas más amables de vincularse con los otros y lo otro, apreciando su existencia y lo oportunidad de coincidir.
Notas:
[1] Mantengo esta forma de expresión solo para mantener la tradicional diferenciación que por siglos se ha hecho del ser humano.
[2] En cuanto a las posibilidades de vivir la experiencia de Dios, las situaciones concretas de cada persona dependen de acciones humanas o fortuitas no deseadas por Dios, pero frente a las cuales no interviene directamente, para ello cuenta con la voluntad humana capaz de reconocer las diferencias de oportunidades y las injusticias para actuar en consecuencia.