Cuando vine a España, México seguía viviendo bajo la dictadura del PRI. Aún estábamos sufriendo las consecuencias de la crisis de 1994 –cortesía de Salinas de Gortari– y seguían asesinando impunemente a líderes del PRD sin que se resolvieran sus asesinatos. Además, la sospecha de fraude en cada elección seguía presente, salvo cuando ganaba el PAN y el partidismo de los medios de comunicación era francamente grotesco; especialmente, en el caso de Televisa. Por último, el conflicto zapatista seguía sin resolver (de hecho hasta la fecha no ha habido una paz como tal) y es sabido que el gobierno de Zedillo intentó hacerle un chinamecazo a Marcos, al tiempo que ofrecía diálogo.
Llegué a Madrid con la idea de que en este país no vería fraudes electorales, grandes crisis económicas o una corrupción sistémica. España pertenecía a la Unión Europea (todavía prestigiosa en aquel entonces) y a la OTAN, lo que era un antídoto contra vicios totalitarios pasados. En aquel momento, el peor problema de este país era el terrorismo de ETA que asesinaba sin distinción alguna a políticos, guardias civiles y civiles en general. Existía una fuerte clase media que podía aspirar a tener casa propia, dar una educación universitaria a sus hijos y darse caprichos de vez en cuando, como viajar al extranjero o comer en restaurantes de alto nivel.
Pues bien, desde que llegué a este país he vivido dos grandes crisis económicas, he visto cómo la clase media se ha devaluado, cómo ha surgido una corrupción rampante que aún palidece frente a la mexicana, pero va recortando distancias. También he visto un fraude electoral y el surgimiento de partidos populistas, tanto de derecha como de izquierda, o regionalistas.
Pero vayamos por partes. La primera señal de que no era oro todo lo que relucía consistió en los noticieros. No me refiero los de los canales privados, que representan la ideología de sus dueños, sino a los canales públicos, tanto autonómicos como regionales. Huelga decir que esos canales son pagados con los impuestos de la ciudadanía, pero, al final, quien gobierna en el país o en la autonomía, según sea el caso, impone la línea editorial. Sin llegar a los niveles de manipulación de Zabludovski, clamoroso fue el caso del periodista Urdaci bajo cuya dirección los servicios informativos de Radio Televisión Española fueron condenados por manipulación en lo referente al tratamiento informativo de la huelga general de 2002.
El segundo elemento preocupante fue el fraude electoral de 2003 en la Comunidad de Madrid. Tras una votación muy ajustada que dio la victoria a la izquierda (compuesta de los partidos PSOE e Izquierda Unida) sobre el PP, dos diputados socialistas traicionaron al partido y decidieron no presentarse a la votación de la presidencia de la Asamblea de Madrid. Aquí, los diputados deben obediencia al partido y pueden ser sancionados por romper la disciplina de partido. Finalmente, las elecciones se repitieron y ganó el PP. Nunca se confirmó que los dos diputados hubiesen recibido dinero del PP, aunque muchos ciudadanos lo sospecharon. Lo que sí se ha confirmado en años recientes por vía judicial es la financiación irregular del PP durante décadas, así como la del PSOE en los noventa. De tal manera que ambos partidos han recibido dinero negro de empresas a cambio de, posteriormente, darles jugosos contratos del Estado en licitaciones adjudicadas por el proceso del dedazo.
Un partido que tiene más dinero que sus rivales para actos de campaña y publicidad, tiene más oportunidades de ganar las elecciones. En este caso, el fraude se comete en los despachos, no en las urnas, como solían hacer los talentosos alquimistas priistas. Esta forma de fraude electoral está emparentada con la corrupción, que no ha hecho más que crecer desde que llegué, alcanzando todos los niveles. Con la liberalización de los terrenos edificables que supuso la Ley del Suelo del Gobierno de Aznar se abrió le caja de Pandora. A partir de entonces, el mapa de España se ha llenado de casos de corrupción, independientemente del partido que gobierne. Normalmente, se recalifica un terreno para hacerlo edificable, se adjudica una empresa constructora y se cobra una comisión a modo de impuesto revolucionario.
Existe, sin embargo, una gran diferencia entre México y España, y esta es la violencia. Mientras que nuestro país cuenta decenas de miles de asesinatos cada año, este país apenas tuvo 299 asesinatos el año pasado. ¿Cuántas ciudades no desearían tener una cifra similar? De hecho, una de las cosas que me encanta de Madrid es la posibilidad de pasear de noche sin preocuparme. En estos 25 años, sólo una vez me han intentado asaltar y el intento resultó más bien cómico. Estaba esperando el autobús a las 7 de la mañana (aún era de noche) cuando se me presentó un hombre gordo y borracho pidiéndome la cartera cuando aún estaba a 5 metros de mí. Como no me mostró siquiera una navaja, le dije que no y eché a correr. Me quiso seguir pero al cabo de unos pocos metros, se rindió. Desemboqué en una avenida y justo vi una patrulla de policía. Como pude, ya que estaba ronco de tanto gritar en el recinto ferial en el que trabajaba, les informé de la situación. Al final no encontraron al asaltante y me temo que la autoridad pensó que me lo había inventado todo.
No obstante, existe otra forma de violencia que está creciendo día con día en este país. Desde hace algunos años los políticos fascistas y comunistas han conseguido aunar fuerzas usando un lenguaje guerracivilista de confrontación. A diferencia de lo que ocurre en México, donde la revolución ya sólo se recuerda el 20 de noviembre, aquí sigue muy presente la guerra civil. Desde los familiares que desean recuperar los restos de sus antepasados fusilados hasta la propia interpretación de la historia o la expulsión de los restos del dictador del valle de los caídos, ese hecho dramático sigue presente.
Se pretendió dejarlo caer en el olvido con la transición, haciendo una especie borrón y cuenta nueva, pero el malestar estaba presente y resurge a la menor provocación; cosa que han aprovechado VOX y Unidas Podemos para engrosar sus filas. Mencioné la revolución mexicana porque esta terminó en 1929 y nadie se refiere a ella con rabia, por ejemplo, “estos cabrones villistas mataron a mi abuelo”. En cambio aquí sí se habla de “rojos” o “malditos fachas”. Esperemos que de las palabras no se pase al derramamiento de sangre, aunque hechos como aventarle ladrillos al candidato de VOX, hablar frívolamente de fusilar a 26 millones de ciudadanos por parte de unos militares o mandarle cartas amenazantes a miembros del Gobierno y al mismo Pablo Iglesias, supone aumentar escalada violenta. Sé que todo esto puede parecer muy exagerado de mi parte, pero les pido que recuerden el asesinato de Juan Jesús Posadas; obispo de Guadalajara. ¿Quién pensó en aquel momento que era el principio de la pesadilla de la narcoviolencia que ha asaltado a México durante los últimos 30 años?
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.