Liderazgo al estilo jesuita: Oposición al liderazgo tradicional
Antonio M. Prida

De Frente y Derecho

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Los líderes son individuos que nacen dos veces… se concentran en sí mismos y resurgen con una identidad creada, no heredada.

San Ignacio de Loyola (1620-1622) por Pedro Pablo Rubens.
San Ignacio de Loyola (1620-1622) por Pedro Pablo Rubens.

Lectura: ( Palabras)

A Luis Zazueta, Miguel Gallo
y Manuel Iturbide.

Concluyo con esta columna las reflexiones que he compartido con mis lectores derivadas del libro de Chris Lowney intitulado “El Liderazgo al Estilo de los Jesuitas / las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”, quien abandonó la Compañía de Jesús para trabajar en J.P. Morgan, donde aplicó dichas enseñanzas en las postrimerías del siglo XX. El autor nos comparte que en el siglo XVI los jesuitas se unieron en la llamada Compañía de Jesús, integrada por congregaciones religiosas, grupos militares y simples grupos de amigos en torno a la figura de Jesús. Eran verdaderos compañeros que desde antaño crearon instituciones educativas de alta calidad que en épocas recientes han dado líderes de primerísima envergadura a nivel internacional como Bill Clinton y Fidel Castro.

Pese a los destacados principios de los jesuitas en materia de liderazgo a través de los siglos, cabe señalar que su fundador San Ignacio de Loyola, carecía de los dotes típicos de un líder; a los 38 años de edad no ofrecía ningún potencial especial en esta materia, fracasó en dos carreras profesionales que empezó, fue arrestado en dos ocasiones, tuvo diversos enfrentamientos con el Santo Oficio de la Inquisición y otras autoridades, no tenía bienes ni seguidores, ni un plan específico de vida y carecía de una perspectiva clara. ¿Quién se alistaría con un hombre así? La respuesta nos la puede brindar Abraham Zaleznik, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, quien señala que “los líderes son individuos que nacen dos veces, que tienen alguna experiencia extraordinaria que les comunica un sentido de apartamiento, o aun de malquerencia de su ambiente y, en consecuencia, se concentran en sí mismos y resurgen con una identidad creada, no heredada”.

Bajo esta óptica, en su primer nacimiento, San Ignacio dio a luz en Azpeitia, pueblo Vasco, al norte de España, de familia noble, quien realizó su carrera militar, pero no vivió de acuerdo con sus creencias, era en extremo aficionado al juego, a las mujeres y a los duelos, por lo que sufrió arrestos y participó en la batalla de Pamplona, donde a punto de perder la vida una bala de cañón le despedazó la pierna derecha.

Su segundo nacimiento duró casi una década de profunda y permanente conversión religiosa, durante la cual viajó intensamente, llegando a Jerusalén después de 18 meses, ciudad de la cual fue deportado. A los 33 años en Barcelona estudia gramática latina y posteriormente se traslada a Alcalá, Salamanca y París. En esta última ciudad conoció a los que serían sus socios en la fundación de la Compañía de Jesús. A los 40 años, una tarde a orillas del río Cardoner, cuando viajaba de Pamplona a París, sintió que su mente quedó tan iluminada “que se sintió como si fuera otro hombre con otra mente”. Salió con un profundo conocimiento de sí mismo, capaz de señalar sus debilidades, con mayor madurez, capaz de valorarse a sí mismo como un hombre digno y con un enfoque positivo.

San Ignacio de Loyola liderazgo

Fue así como San Ignacio, con decisión y fortaleza, decidió llevar una peregrinación a Jerusalén, identificando y haciendo valer el potencial y liderazgo que otros poseen, gracias a lo cual logra con sus socios la fundación de la Compañía de Jesús, creando y guiando a sus seguidores en un examen de conciencia del cual salieron fortalecidos, centrados y capaces de exponer sus respectivas metas y debilidades personales. Les ofreció el fruto de conocerse a sí mismos y tradujo su vida en un programa accesible de meditación y prácticas que denominó ejercicios espirituales, los cuales se siguen practicando en todo el mundo.

En su peregrinación a Jerusalén, San Ignacio y sus socios pasan por Italia para pedir autorización del Papa, quien en su lugar los escoge para diversas misiones, provocando su dispersión. Pese a estar separados, los jesuitas decidieron constituirse legalmente con sus propios estatutos, logrando la autorización papal, en una corporación bajo la premisa de que “La obediencia surge en una vida no interrumpida de hechos heroicos y de virtudes heroicas, pues el que vive bajo la regla de obediencia está totalmente dispuesto a ejecutar al instante y sin vacilación cuanto se le mande, por difícil que le sea realizarlo”.

Los modelos de liderazgo que se fueron afianzando en la Compañía de Jesús, derivaron de la actuación de algunos de sus líderes más destacados, entre otros, Benedetto De Goes, Matteo Ricci y Christopher Clavius, quienes no tuvieron subalternos, ninguno subió en la jerarquía, no fueron los más eminentes ni se amoldan a nuestra idea convencional de liderazgo.

El explorador Benedetto De Goes (1562-1607) fue un soldado que a los 21 años pidió en Goa, India, su admisión a la Compañía de Jesús. Se retiró del noviciado 2 años después pero imploró su readmisión 4 años más tarde. Por sus dotes de lingüista, fue uno de los embajadores jesuitas ante la Corte del Emperador mongol Akbar en Agra. Akbar pretendió unificar las religiones del mundo bajo un solo credo. Convocó a los jesuitas para que lo ayudaran y los escuchó defender la religión cristiana, lo mismo que a mullahs musulmanes y brahmines hindúes.

Fue emisario para negociar la paz con el virrey portugués, quien participó en la búsqueda de una ruta entre India y China para consolidar la idea de un reino espiritual en Asia, soñado por los jesuitas, recorriendo bastos territorios sin saber en dónde estaba ni cual era su destino, en momentos en los que las comunicaciones con sus superiores podían tardar incluso más de tres años. Al termino de su vida se percató de que no había cristianos en el inexistente Catay y nunca encontró una mejor ruta que la marina. Así que lo importante en su vida no es lo que encontró al final del camino, sino la fortaleza de carácter que lo acompañó, su imaginación, su voluntad, su perseverancia, su valor, sus recursos y su decisión de arrostrar el peligro.

San Ignacio de Loyola

Por su parte, el lingüista cartógrafo y filósofo Matteo Ricci (1552-1610) ayudó a modificar la conducta de los jesuitas en China y facilitó su penetración e influencia. Escribió un tratado en chino intitulado “De la amistad” que revolucionó el enfoque de los misioneros. Escribía principios judeocristianos en chino y los traducía a la vida diaria de los chinos. Inició una estrategia de aculturación para asimilarse a la cultura de los pueblos que reciben misioneros, adaptándose a la cultura, normas y valores de los chinos. Aventuró una estrategia para llegar al Emperador y abrir las puertas al cristianismo, para convertir de arriba hacia abajo, de manera discreta. Veinte años tardó en lograr el encuentro con el Emperador.

El matemático y astrónomo Christopher Clavius (1538-1612), a diferencia de De Goes y Ricci, no viajó, fue profesor universitario durante 48 años y externó que los jesuitas no sólo deberían de ser expertos en teología y filosofía, sino también en idiomas, matemáticas y ciencias, para preparar jóvenes ante un mundo cambiante. Consideraba que el reto intelectual hacía a sus aprendices mejores personas. En su visión eran tan importantes los hechos aprendidos como el proceso de aprender que infundía a sus alumnos disciplina, aplicación y voluntad, asombro, curiosidad y creatividad, todo lo cual engendra ver el mundo a través de una lente distinta, confianza que surge de resolver un problema que parecía insoluble.

Frente a los estereotipos clásicos del liderazgo que considera exclusivamente al líder que está en posición de mando, que produce resultados directos e inmediatos y que produce momentos determinantes en la batalla decisiva, las vidas de De Goes, Ricci y Clavius proponen un liderazgo distinto. No es necesario que el líder mueva ejércitos o subalternos, su vida no se desenvuelve de acuerdo con un plan estratégico, sino que el liderazgo es improvisado, ya que los problemas se presentan de manera sorpresiva, por lo que el líder apela a su ingenio y a una sabiduría improvisada.

Son pocos los líderes que experimentan un dramático momento determinante, una experiencia fundante. Los momentos de acción de los líderes son las oportunidades ordinarias para producir sutiles diferencias como en el caso de Clavius y sus 48 años de formar novicios.

Pocos podemos discernir el impacto de nuestro liderazgo en el mundo. Tenemos que contentarnos no con los resultados manifiestos, sino con la convicción de que nuestros actos, decisiones y opciones tienen valor. Los jesuitas formaron una compañía en la que todos sus integrantes son líderes. Todo momento es una oportunidad para producir un impacto. El liderazgo más inspirado y motivado tiene que ser autoiniciado y autodirigido.

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José Luis

Excelente artículo cómo siempre, muy interesante y didáctico. Gracias!

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