Gobernar, al ser una actividad humana, está provista de innumerables deficiencias que, a la larga, generan muchas y complejas inconformidades de los gobernados, en esencia, por ser incumplimientos de promesas de campaña ofertadas que, con el paso del tiempo, la realidad demuestra que no son tan fáciles de ser solventadas, o bien, que en su resolución implican factores que no están en control ni de las instituciones de gobierno y, mucho menos, de la voluntad de quienes las dirigen.
Más allá de las capacidades, atributos o características de quien gobierna y ejerce estas funciones, lo cierto es que quienes detentan el poder político previamente lo ambicionaron y, en esa ruta, suelen ser desparpajados al momento de ofrecer y prometer, ya que lo hacen sin tener la certeza de poder cumplir con ello, con la intención de ganar adeptos y simpatizantes que los lleven a la ansiada posición política que, cuando es alcanzada, el reto está en poder hacer realidad todo aquello que ofertaron en campaña.
El sistema de representación democrática en los órganos decisorios del gobierno ha presentado una gran deficiencia que se ha recrudecido en las últimas décadas: el manejo y manipulación de emociones y empatías; anhelos y añoranzas, mediante artificios de mercadotecnia para generar simpatías del electorado, cuya finalidad es utilizarlas mediante el ofrecimiento de soluciones fáciles a problemas complejos y profundamente arraigados, cuya resolución resulta, en ocasiones, incluso imposible en el corto y mediano plazos.

Cuando la realidad se impone y el cumplimiento de ofrecimientos de campaña se torna inalcanzable, el gobernante comienza un declive en su popularidad, lo que se traduce en una pérdida de afectos y simpatías que menguan considerablemente la legitimidad en el ejercicio de gobierno. Por ello, muchos acuden a la ejecución de acciones espectaculares y de “relumbrón” con la finalidad de mantenerla o recuperarla, aún y cuando éstos no se traduzcan en un beneficio real y palpable para la sociedad.
En esta tesitura, se mantiene el uso de artificios sentimentales, que muchas veces mueven los deseos de revancha producidos por la injusticia reiterada, a efecto de demostrar que se están atendiendo legítimos reclamos sociales, aunque, en esencia, distan mucho de tener beneficios reales e inmediatos para la comunidad. Cierto, la popularidad regresa al gobernante, pero su duración suele ser efímera ya que, nuevamente, la necia realidad se impone y los graves problemas de la sociedad persisten y se agudizan, precisamente por la falta de atención y el desvío de funciones y recursos gubernamentales que se utilizan en la realización de acciones “de relumbrón”.
Uno de los grandes riesgos de las repúblicas modernas estriba en haber transformado los procesos electorales en concursos de popularidad. Mientras sea el manejo artificial y mercadotécnico el que marque la pauta para determinar las preferencias electorales y no la conciencia política colectiva, se corre el grave peligro no sólo de ser sometidos a procesos en donde la frivolidad y el recurso fácil sea el defina el destino de las naciones; además, se vuelve sumamente factible consolidar autocracias que a través de la manipulación y el manejo faccioso de sentimientos para legitimar voluntades tiránicas que se disfrazan de clamor popular. La democracia víctima de sí misma.
@AndresAguileraM
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.