Hace un par de semanas el Centro Juárez de Estudios Históricos, presidido por mi primo lejano, pero amigo cercano, Delfín Sánchez Juárez, y la Benemérita Universidad de Oaxaca, invitaron a la doctora Rebeca Villalobos Álvarez, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y discípula de Vicente Quirarte, a disertar sobre “El Culto al Héroe Civil” que ha representado al ciudadano de carne y hueso Benito Juárez, conferencia que estuvo magistralmente conducida por Roberto Camacho, miembro fundador del mencionado Centro. A ella misma le publicó el año pasado el Taller de Libros Grano de Sal, su obra intitulada “El culto a Juárez, La construcción retórica del héroe (1872-1976)”.
El tema abordado por Rebeca no se relaciona con la vida y obra de Benito Juárez, sino con su significación en nuestra cultura política, esto es, con el símbolo que representa. Para ello analiza el proceso que se construye a partir de su ritual luctuoso llevado a cabo el 18 de julio de 1872, que significó la primera expresión de la veneración a su figura, lo cual hizo trascender su legado y que se consolidó durante el año de 1910 con las magnas celebraciones del centenario de nuestra independencia. Así que el interés no es el personaje histórico de Juárez como individuo, sino la historia hecha por la sociedad sobre él. El tema es la percepción de las élites liberales sobre lo que su obra y legado significó para la Reforma, para la Revolución, para el Estado, para la Patria, para lo indígena y para la superación personal.
Desde luego, Juárez como persona no cumplió a cabalidad con esos atributos históricos que le fueron dados, pues la creación de la figura histórica se limitó a enaltecer sus aciertos y cualidades, dejando de lado sus errores y defectos. El propósito de la doctora Villalobos es hacernos reflexionar sobre los contextos históricos reales en los que su figura es reivindicada, así como en torno a su significado, ¿qué nos dice de nosotros?, ¿qué nos dice de México?, ¿qué nos dice de nuestras aspiraciones y de nuestras fobias? Para ello se basa en las imágenes con que contamos del héroe, en sus retratos, en el arte plástico, monumental y estatuario, así como en el arte urbano que expresa la admiración que la sociedad le tiene, sin olvidar que su imagen siempre, y ahora más que nunca, ha sido utilizada con fines políticos. Todas esas imágenes se han acompañado de discursos, textos y creencias, todo lo cual ha provocado que su nombre haya sido el más utilizado para bautizar las calles y las plazas de todas las ciudades y pueblos del país, haciéndolo omnipresente y símbolo de nuestro patriotismo y nacionalidad.
La doctora Villalobos analiza el complejo cúmulo de símbolos que a lo largo de la historia se han utilizado en torno a Juárez y que se han simplificado en su busto y su rostro serio, severo, adusto y distante, que ha facilitado el fortalecimiento de nuestra identidad colectiva a través de su mito. Según ella, dicho mito empezó a construirse con base en las fotografías que el Benemérito se tomó en vida, de 1850 a 1867, para difundir su imagen como político, las cuales están trabajadas y retocadas conforme a las reglas estéticas imperantes en la época, con la finalidad de proyectar el discurso político de entonces. También existen multitud de fotografías de Juárez como gobernador y como presidente, las cuales tienen el propósito de transmitir su dignidad política, su austeridad y sobriedad republicana. Entonces se trataba de una lucha propagandista del estadista y del presidente legítimo frente al Emperador impostor. Es por eso que nunca se le capta en una pose natural, sino siempre en una imagen augusta.
Por otro lado, existió en su tiempo una fuerte prensa gráfica que lo compara hacia 1872 con el presidente Abraham Lincoln, utilizando los estereotipos de guantes, levita y libros, para significar su templanza y su apego a la ley y al derecho, pero también se publicaron multitud de caricaturas satíricas para hacer escarnio de él. Ante el inesperado deceso de Juárez, luego de su última reelección, se altera dramáticamente la coyuntura política imperante, provocando inestabilidad y zozobra en nuestra aún muy joven república. Ante su muerte hubo autocensura en la prensa beligerante y un cambio de actitud política incluso de sus adversarios, claramente de Don Porfirio Díaz, Guillermo Prieto y Jesús González Ortega, entre otros. Hubieron entonces sentimientos colectivos de angustia y de pérdida. Ante la falta del presidente se hizo indispensable un símbolo de unión en torno al patriotismo y se dio la reconciliación de los personajes históricos contrincantes.
Ese símbolo de unión que hacía falta se encontró en la tumba de Juárez del panteón de San Fernando, durante los rituales de su cortejo fúnebre. Entonces proliferaron litografías, fotos y poesías cívicas y el funeral de Estado liberal hizo nacer el culto al héroe. Además de su familia, protagonizaron en el ritual luctuoso y en las procesiones, los gremios de los obreros y las autoridades. El propio sepulcro y sus objetos personales se convirtieron en reliquias. Fue entonces que se le decretó Benemérito de las Américas en grado heroico y se otorgaron en 1873 y 1880, permisos para construir los dos más importantes monumentos a Juárez en el panteón de San Fernando y en su Hemiciclo, a fin de darle nueva corporeidad para recuperar su presencia y reconstruir la necesaria unión entre los mexicanos. El monumento de San Fernando es un templete que refrena el acceso, que significa un espacio reservado. La tumba cooptada por las logias masónicas, protectoras del sepulcro, fue adosada por la magnífica estatua de los hermanos Juan y Manuel Islas, con el cuerpo lánguido y desnudo y la mascarilla luctuosa de Juárez ante la Patria doliente.
Aunque los personajes históricos reales de Benito Juárez y de Abraham Lincoln no fueron figuras de unión, se aprovechó en México y en Estados Unidos el fervor luctuoso en torno a los héroes para fomentar la unión social y de los políticos. Fue así que la recurrencia simbólica para conmemorar su muerte cada 18 de julio, se sustituyó por la del 21 de marzo, para conmemorar su natalicio y satisfacer el sentimiento de filiación que el pueblo mexicano requería. En 1888 se formaliza ese culto a Benito Juárez por razones políticas estratégicas y Don Porfirio se presenta ante el país como aprendiz de Juárez en materia de buen gobierno, de honradez, de inteligencia, de modestia, de civilidad y de patriotismo. En 1891, Don Porfirio inaugura el Juárez sedente de Miguel Noreña, la primera estatua de Juárez edificada al margen de la conmemoración luctuosa, como símbolo de prestigio, unión y virtud, para transmutar del luto a la celebración, a la conmemoración de su natalicio.
El año entrante habremos de conmemorar los 150 años del fallecimiento de Juárez y para ello se hace indispensable bajarlo del pedestal en el que lo hemos subido, para analizar su legado histórico con objetividad crítica, para juzgar al hombre que presidió nuestro país en una de las épocas más convulsas de nuestra historia, con sus luces y sus sombras.
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