El valor de la disidencia
Gonzalo Rojas-May

La tierra de los espejos

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Una cosa es el elegir un camino con base a lo que nos gustaría, otra es optar por lo posible, y otra muy diferente es escoger construir un proceso que articule lo deseado…

Imagen: SKF Evolution.
Imagen: SKF Evolution.

Lectura: ( Palabras)

Cuando pensamos en el futuro solemos hacerlo desde una posición que nos permita avizorarlo con optimismo y, sobre todo, predictibilidad, es decir, con una percepción de control.

A la base de ello subyace un mecanismo cognitivo fundamental: la interpretación libre es funcional a la propia lógica. Dicho de otra forma, cada uno de nosotros al asumir que su posición psíquica ante un problema es la correcta, deviene en un permanente conflicto con otro, al plantear, implícitamente, el siguiente axioma: “Yo soy tu problema porque no te doy la razón, y tú eres el mío por lo mismo”.

Lo que en apariencia parece complejo no lo es tanto. En general, cada uno de nosotros hace una lectura de los hechos pasados y presentes en función al propio relato. Y, como se sabe, la escucha, interna o externa, entiende lo que le hace sentido o, más bien le sirve. En definitiva todo acto de escucha y, sobre todo, de interpretación está mediado por diversas capas de filtros, útiles a la propia ideología y a la noción de normalidad que sea funcional a los propios intereses y prejuicios.

Entonces, retomado el problema del futuro, resulta particularmente importante detenernos un momento y observar con calma y perspectiva cuál es la lógica que sostiene las decisiones que podríamos tomar en las próximas semanas y meses. Porque una cosa es el elegir un camino con base a lo que nos gustaría, otra es optar por lo posible, y otra muy diferente es escoger construir un proceso que articule lo deseado con la responsabilidad.  No se trata de renunciar a sueños, ni mucho menos a utopías; muy por el contrario, lo que elige la última alternativa es la posibilidad cierta de alcanzarlas, no en la medida de lo posible, sino construirlas robustas, sólidas y trascedentes.  

El futuro común, esa mesa en la que deberíamos caber todos sentados, sin distinciones de ningún tipo, nos reclama algo para lo que hace rato dejamos de ser educados: templanza y rigor. Sin ellos difícilmente saldremos indemnes de la lógica de la cancelación, exclusión e intolerancia que se ha instalado por todo el orbe; hace ya tiempo que, en nombre de la justicia y la dignidad, la cerrazón ideológica crece entre nosotros.  Afortunadamente aún podemos estar a tiempo de dejar de plantarnos desde el lugar “Yo soy tu problema porque no te doy la razón” y movernos hacia “yo soy tu oportunidad porque pienso distinto a ti”.  Rescatar el valor de las minorías y las disidencias es hoy, más que nunca, virtuoso.

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