La dinámica del mundo, la desigualdad y la falta de oportunidades de desarrollo, la desmedida sobre explotación de los recursos, así como la acumulación de la riqueza económica del mundo en pocas manos y familias, han provocado, como ocurrió en las primeras décadas del siglo XX, una exacerbación de ideas chauvinistas que peligrosamente han acercado al mundo hacia los extremos propios de la reacción, del aislamiento y del sectarismo.
Propio de las épocas de crisis, el oportunismo político se hace presente para exacerbar pasiones y ganar adeptos, para lo cual, una de las formas más comunes y asequibles es incidir en aquello que lastima y preocupa a la gente, a la par que se exalta un pasado que se mitifica y glorifica un pasado que se despreció por lo moderno y lo actual, al que culpan de todos los males de la sociedad.
De forma sencilla —y quizá hasta simplista— se explica el proceder de aquellos que pretenden utilizar los extremos del espectro político para hacerse de adeptos. No importa la ideología, sea de izquierda o de derecha, el comportamiento y la forma de proceder es exactamente igual: la radicalización y la imposibilidad de coincidencias ni puntos de encuentro.
Los radicalismos y las visiones políticas extremas, sin importar los polos a los que pertenezcan, crean acciones de gobierno que atentan inevitablemente en contra de las libertades; ya sea sometiendo voluntades amén de detener artificialmente la dinámica social, o bien para coartarlas para hacer una redistribución artificial. La realidad es que posturas radicales imperan acciones coercitivas porque imponen visiones y voluntades que no aceptan consenso ni negociación, generalmente unipersonales o de grupos sumamente compactos cuya característica esencial es la intransigencia.
El conservadurismo radical es, por antonomasia, uno de los extremos políticos más funestos que la historia de la humanidad haya atestiguado. Los regímenes fascistas que gobernaron parte de Europa durante las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, demostraron ser nefastos y completamente faltos de cualquier valor real para el perfeccionamiento del ser humano. Su irrespeto por la vida, libertad e igualdad fueron contumaces y dejaron ver lo nefasto que llegan a ser los regímenes extremistas y totalitarios.
Hoy, por las condiciones de desigualdad e injusticia que predominan en el orbe, movimientos políticos con claros tintes chauvinistas resurgen como una plaga que azota al mundo. Se ofrecen como opciones poseedoras de fórmulas mágicas para lograr la anhelada equidad y justicia que los movimientos libertarios no han logrado consumar. Disfrazados de contestatarios antisistema y reivindicadores sociales, llegan como paladines justicieros, que insultan a los poderosos y los retan a lograr éxitos irrealizables, pero que son altamente rentables para lograr simpatías y, sobre todo, seguidores que se convierten en feligreses.
Hoy los partidos políticos, en pos de mostrarse de forma diferente y generar adeptos, aceptan aliarse a movimientos extremistas que, por lo populista de sus ofertas, le aportan un número importante de partidarios, sin considerar las terribles consecuencias de estos actos. Acercar al poder a los radicales es una puerta de entrada a tiranías despiadadas e inhumanas.
@AndresAguileraM
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