Existe una gran diferencia entre desear y obtener lo que uno quiere; por más que ansiemos algo material o vivir alguna experiencia, sin un plan y trabajo fuerte que lo respalde para llevarlo a cabo, todo se queda en el puro sueño.
Desde hace casi cinco años escucho muchas quejas sobre problemas que no tenemos, situaciones que no ocurren y un deseo de que las cosas sean distintas solo por el hecho de que no le agradan a quien se siente afectado. Este fin de semana no fue la excepción.
Guste o no el cambio de época en el que vivimos, confirma que hay dos razones muy concretas que provocan los resultados que hoy obtenemos: el contacto con la mayoría de la gente y la atención a la desigualdad.
¿Cómo es posible que estando tan mal, la sociedad siga apoyando este cambio? Argumentan muchas personas en ciertos segmentos de nuestra sociedad, buscando ocultar que fue precisamente la falta de atención a las causas de los problemas que nos aquejaban, el motivo de optar por una ruta de transformación de todas las estructuras de poder que se habían anquilosado y solo estaban a disposición de una minoría.
Sonará a discurso, pero la desigualdad era evidente antes e hicimos poco para reducirla; lo mismo que con los intereses creados que se imponían, una y otra vez, al beneficio general de una población que no solo era invisible, sino que nos acostumbramos a culpar por su falta de iniciativa y de participación.
Los antecedentes ya estaban ahí desde hacía mucho tiempo, y a pesar de ello, esas voces que hoy lamentan la supuesta manipulación, la falta de consciencia cívica, la ausencia de la “sociedad civil” cuando más se le necesita, han promovido exactamente todo lo que decidimos dejar atrás en 2018. El mensaje parece que es “quítate tú, para que regrese yo”.
Tampoco fue que hicieran presión antes por apoyar a una mayoría que, todos los días enfrentaba una realidad sin oportunidades, de trabajos sin seguridad social o de puertas cerradas por la edad, el género y la condición social. La culpa de ese destino era, se nos decía, que no tenían interés en cambiar su manera de vivir. No le echaban ganas, pues. Y eso siempre fue falso.
Si uno trata a la gente correctamente, ella responderá de igual forma; sin embargo, esa no era la costumbre y se volvió sencillo exprimir a las personas a cambio de no quitarles lo poco que podían alcanzar. Esa injusticia empezó a crecer hasta abarcar muchos de los ámbitos que, pensamos, eran intocables y entramos a una espiral de violencia ocasionada por esa brecha que varias administraciones ensancharon frente a nuestros ojos. De paso, el crimen obtuvo una fuente de recursos humanos que nunca quisimos, como sociedad, detener.
No llamo a que coincidamos, pero sí a reconocer que este cambio que trajimos y que está a punto de iniciar su segunda etapa, ha puesto toda su atención en estar en contacto con millones de mexicanas y de mexicanos que nunca fueron tomados en cuenta y ha dedicado la mayoría de los recursos públicos disponibles a paliar las causas que hicieron de la inseguridad una industria poderosa, alimentada por la corrupción y por la impunidad, entre otros desafíos que se pospusieron por décadas.
Cada encuesta, la que se prefiera, refleja que la percepción de la gente es diametralmente distinta a la que prevalece en los segmentos donde antes se creía que se tomaban las decisiones sobre el rumbo del país. No obstante, el error de quienes se sienten desplazados de esa estructura de poder es considerarse expulsados de una mesa en la que solamente se han sentado más personas, irónicamente aquellas que siempre estaban marginadas de ocupar un lugar.
Es momento de que esos sectores de nuestra sociedad revisen bien qué entienden por voluntad popular y comiencen a profundizar en un cambio interno, personal incluso, acerca de cómo ven y cómo viven el país que habitamos. El México de hoy tiene lugar para todas y para todos, y no es requisito pensar igual.
Lo que sí parece ser una obligación es aceptar que entre mayor sea el número de personas que puedan acceder a una pensión digna, un empleo estable, salud y educación universal y gratuita, entre otros satisfactores, será mejor para la sociedad mexicana en su conjunto. Pongamos el nombre que sea de nuestra preferencia, pero el cuidado que se ha tenido de la economía, la cruzada permanente contra la corrupción, la generación histórica de empleos y los avances para consolidar una soberanía antes perdida, son elementos que le han llegado a eso que llamamos ciudadanía.
Y la decisión de millones de ciudadanos sigue ratificando que este es el rumbo, con todo y noticias falsas, intereses externos e internos, presuntas divisiones irreconciliables y hasta catástrofes profetizadas sin mucha lógica.
¿No sería mejor concluir que, aún con los pendientes que todavía existen y las mejoras que pueden hacerse, este cambio de época nos permitirá alcanzar el desarrollo que siempre nos habían escatimado? ¿Qué sucedería si, en esta segunda etapa que se avecina, nos uniéramos en torno a lo que se ha hecho bien y dejáramos a un lado unas diferencias que, hemos visto, son artificiales? Tan solo imaginemos lo que podríamos lograr.
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