Parece que no bastaba con una pandemia. Ahora estamos ante un conflicto provocado por la geopolítica, que no por eso es menos malo, el cual amenaza al planeta entero. Aunque suena a lugar común: siempre está la posibilidad de estar peor; solo que, en este caso, sumamos causas que están enteramente en nuestras manos.
Podemos debatir mucho sobre qué origina un conflicto armado internacional y las implicaciones de soberanía que conllevan; sin embargo, poner en riesgo a un planeta que apenas sale de una emergencia sanitaria global, la misma semana en que los últimos reportes sobre el cambio climático afirman que el daño es mayor a lo que podemos corregir, hace que el sentido común pierda todo sentido.
La estabilidad se consigue cuando la mayor parte de una sociedad decide hacia dónde se dirige y qué futuro le interesa construir. Si no se tiene esa visión, lo inmediato prevalece sobre lo importante y nos volvemos rehenes de la urgencia.
Ningún conflicto, al nivel que sea, es ajeno a la confrontación de intereses por alguna de las partes, por eso encontrar lo que fortalece el bien común se vuelve tan importante: cuando la mayoría se beneficia, las intenciones particulares tienen que atenuarse.
Es imposible comparar los conflictos cotidianos con aquellos a escala internacional, aunque tienen un origen común y es prevalecer por encima de otros. Tal vez por ello es que tenemos vecinos gandallas en nuestro edificio o decidimos pasarnos el semáforo justo cuando la luz está en color ámbar al conducir el auto; creemos que nuestras necesidades son primero y que las consecuencias las puede pagar la persona de al lado, si es que alguien debe hacerlo.
Esta forma de resolver los problemas humanos, no los que ocasiona un virus o una catástrofe natural, escalando las hostilidades en un vecindario o en una región del mundo, ocasiona un deterioro difícil de calcular. Son las sociedades que actúan de manera coordinada, con acuerdos mínimos para desarrollarse, las que pueden generar las condiciones de paz y tranquilidad que permiten reducir las posibilidades de un enfrentamiento, sea del tamaño que sea.
El costo de cualquier conflicto es difícil de calcular y su impacto afecta por lo general a los más vulnerables. Nadie espera que en algún momento tendrá que abandonar su hogar para sobrevivir y dejar atrás todo lo que tiene y conoce solo para escapar de una agresión. Evitarlo significa manifestarse más allá de la solidaridad momentánea y demanda voluntad y compromiso para que no ocurra, simplemente porque esas decisiones que pudieran llegar a tomarse no cuentan con el respaldo de la ciudadanía, es decir, no podrían tomarse porque nadie las seguiría.
Habla mucho acerca de nosotros como especie que todavía estemos en una pandemia y al mismo tiempo con el alma en vilo por un conflicto internacional. Sin embargo, basta mirar a nuestro alrededor para apreciar que lograr condiciones de paz y de tranquilidad es una labor en la que tenemos mucho que ver y participamos menos de lo que deberíamos.
Así como la violencia puede aumentar, también lo puede hacer el consenso para evitarla. Actuar sin agresión, en cualquier momento y ante cualquier situación, es un acto personal que puede volverse colectivo si nos damos cuenta de lo inútil que es fomentar conductas antisociales o imposiciones a nuestro favor.
Similar a una cadena de contagio, hacer lo que nos toca para que la violencia no aumente y evadir las situaciones en las que podemos fomentarla es el camino para que desde el hogar y hasta la dirigencia de una nación prevalezca el diálogo y el interés colectivo.
¿Proceder sin violencia ayudará a resolver el conflicto internacional que nos afecta hoy? No lo sé, pero estoy seguro de que sí resuelve los que tenemos en nuestro entorno y modifica radicalmente la manera en que nos comportamos día con día, hasta que muchas otras personas se unan y demuestren al resto que la agresión no está permitida y que las diferencias se arreglan hablando.
Y si ya estamos en eso, podemos deshacernos de las armas de fuego que tenemos en casa; conducir con respeto y menor velocidad; respetar a peatones, ciclistas y conductores de motocicleta; colaborar con los vecinos y mantener un clima de armonía en casa. Tal vez así contribuyamos a que la guerra nunca sea una solución, al nivel que sea.
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