El derecho a la libertad de expresión nunca ha sido grato a los poderosos. Es un derecho que esencialmente garantiza ser diferente, a no coincidir, a criticar a los gobernantes y a la sociedad misma, a presentar opciones diferentes a las imperantes. Es un desafío para lo establecido.
Por eso no gusta su ejercicio, aunque los poderosos proclamen y presuman su respeto, y por otro lado intenten controlarlo o, peor aún, reprimirlo.
El derecho a la libertad de expresión implica necesariamente los derechos a pensar, creer, elegir, manifestar, asociar, informar y ser informado, la libertad de prensa, participar políticamente, dedicarse a un oficio o profesión… La libre expresión es la mejor representación de los derechos humanos.
La libertad de prensa (que engloba a todos los medios de información y no sólo a los impresos) es sólo una de las manifestaciones del derecho a la libre expresión, aunque sea uno de los más visibles, controvertidos y reprimidos.
En México, y en el mundo, los ataques a esa manifestación de la libertad humana han ocurrido siempre, en mayor o menor medida. Los poderosos (gobernantes, políticos, empresarios, dueños del dinero, eclesiásticos, académicos, los criminales organizados o individuales, es decir los miembros de los poderes de derecho y los de hecho, de la tendencia ideológica que sea o proclamen) siempre verán ese ejercicio como una amenaza y buscarán por lo menos controlarlo o, en casos extremos, reprimirlo.
Hoy, en nuestro país, la libertad de expresión, la libertad de prensa está siendo acosada, sufre el asedio del gobierno. No es la primera vez que ocurre, ni será la última, pero hoy los represores demuestran un mayor encono.
En el siglo pasado, la libertad de expresión y de prensa en México sufrió muchas agresiones por parte de los poderosos, pero esencialmente de los gobernantes. Quizá la mayor afrenta fue el golpe a la dirección del periódico Excélsior, encabezada por Julio Scherer García, por parte del presidente Luis Echeverría Álvarez en 1976 y, seis años después, contra la revista Proceso, dirigida por el propio Scherer García, del gobierno de José López Portillo.
Hoy está de moda acusar a los medios y periodistas no afines al régimen como corruptos (antes los corruptos eran los apoyadores del régimen en turno). En otras palabras, los reprimidos siempre han sido quienes no se han plegado a la voluntad presidencial, especialmente en los sexenios arriba citados; antes como hoy se les ha quitado la publicidad oficial a aquellos medios que no acatan la “línea”; antes como ahora la mayoría de los dueños de los medios de información han preferido ponerse del lado del poder político; antes como ahora se ha utilizado a periodistas para golpear sus pares.
No hay nada nuevo bajo el sol. En todo caso, la novedad es el notable y abierto resurgimiento de la represión abierta a los medios y periodistas independientes de un gobierno que ha regresado al país a la década de los años 70 del siglo pasado, la del echeverrismo-lopezportillismo.
En 1978, el escritor y periodista Vicente Leñero, para entonces ya subdirector de Proceso, publicó Los Periodistas, un libro clásico para quien quiera entender las relaciones entre los poderosos y los periodistas en este país, a partir del golpe de Luis Echeverría a la entonces cooperativa Excélsior.
De esa obra básica, se retoman fragmentos de hechos de entonces, que también parecen son proféticos para el presente.
“Julio Scherer abandona el borde del sofá color crema y conduce a su visitante (hasta ese momento visible para la cámara) al pequeño balcón apuntado hacia el Paseo de la Reforma. En el momento en el que el director general de Excélsior lucha con la puerta del balcón tratando de plegarla para dar cabida a él y a su acompañante en el espacio protegido por el barandal, suena el timbre del teléfono. Scherer cubre en poco tiempo la distancia entre el balcón y el escritorio al que necesita rodear para situarse frente a la zona de teléfonos. Descuelga la bocina y oprime con el pulgar el botón de la derecha.
“—Gracias, Elenita.
“Oprime el botón de la izquierda.
“(Horas después, los periodistas más allegados a Julio Scherer entran en conocimiento de la conversación telefónica sostenida entre el director general de Excélsior y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez).
“Como amigo, no como jefe de prensa del comité ejecutivo nacional del PRI –cargo por el que renunció a la rectoría de la Universidad Autónoma Metropolitana entre críticas severas de los comentaristas de Excélsior–, como viejo amigo de Julio Scherer García, el arquitecto Ramírez Vázquez telefonea para decir al director, de manera extraoficial por supuesto, como amigo preocupado por la situación y con base a ciertas informaciones de primera mano, que la crisis entre el gobierno y Excélsior podría aliviarse, tal vez resolverse, si dejas de escribir tu segundo apellido.
“—¿Si dejo de escribir qué?
“—Si dejas de escribir tu segundo apellido –repite Ramírez Vázquez.
“—No entiendo –dice Julio Scherer. No entiendo –se repite a sí mismo mientras cavila, Scherer García–, “García”, mi segundo apellido –desconcertado ante la charada, con la bocina en la oreja y moviéndose frente al escritorio todo lo que permite el cordón del teléfono–. —No entiendo.
“—Es todo lo que te puedo decir –dice Ramírez Vázquez.
“Cuelga Julio Scherer, pero todavía tiene la mano sobre la bocina cuando brinca, como los personajes de las historietas.
“—Qué estúpido soy. Claro. Mi segundo apellido, García. Quieren que García Cantú (nota del columnista: Gastón, el historiador, uno de los mayores críticos de echeverrismo) deje de escribir en Excélsior. Eso es. Qué estúpido soy.
“Avanza hacia el balcón.
“—Pero qué manera de decir las cosas, carajo.
“—¿Vas a cortar a Gastón? –pregunta el visitante una vez enterado.
“—Ni muerto –exclama Julio Scherer.”
(pp. 119-120, en la primera edición de la editorial
Joaquín Mortiz en 1978).
Tampoco, en ese momento, era la primera vez.
Más adelante Leñero narra la expulsión de Scherer y sus grupo el 8 de julio de 1976; aquella escena de más de cien periodistas solidarios con su director, quien es acompañado por Abel Quezada, a su derecha, y Gastón García Cantú a su izquierda.
Cuenta Leñero y su narración tiene hoy tintes casi proféticos para el presidencialismo actual:
“—Volverán a tener un periódico –me dijo Alan Riding (corresponsal de The New York Times) cuando García Cantú me puso una mano en el hombro y su impermeable, colgado al brazo derecho toda la mañana, estuvo a punto de caer al suelo.
“Caminé con Gastón al estacionamiento. Eran cerca de la seis de la tarde.
“—¿Sobre qué ibas a escribir en tu artículo de mañana? –pregunté.
“—Sobre un presidente que quiso empezar su sexenio como Lázaro Cárdenas y lo terminó como Miguel Alemán”.
(p. 223, Ibid.).
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