El nuevo tapado
Gerardo Galarza

El Andén

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Históricamente está demostrado que todo presidente de la República desde 1929 al 2000 lo fue por la decisión unipersonal de su antecesor, aunque se haya querido disfrazar con diferentes eufemismos políticos.

Imagen: El Informador.
Imagen: El Informador.

Lectura: ( Palabras)

El único que sabe el nombre del candidato de MORENA a la presidencia de la República para las elecciones de 2024 (si las hay) se llama Andrés Manuel López Obrador.

Si los suspirantes por esa candidatura, los dirigentes y militantes de MORENA y los mexicanos no saben eso, pues están absolutamente perdidos y jugarán al ritmo del juego que todos jugaban en México hasta el año 2000: el de El Tapado, la piedra angular del presidencialismo.

No es un secreto. El mayor poder que tenía un presidente de la República en la época del totalitarismo priista fue el de designar a su sucesor. La clave del presidencialismo. Con ese súperpoder, el presidente controlaba al país entero, a su gabinete, a los aspirantes y sus apoyadores, a los grupos empresariales, al PRI, a las fuerzas armadas y a cualquier que tuviera un mínimo de poder, quienes soñaban con la esperanza de que el sucesor les fuera afín… para seguir avanzado, aunque todo fuera una ilusión.

Monarquía sexenal hereditaria llamó don Daniel Cosío Villegas a ese sistema del PRI, ahora añorado. El juego del El Tapado y, consecuentemente, del dedazo presidencial que destapaba al ungido comenzaba, cada sexenio, al darse a conocer los nombres de los integrantes del gabinete presidencial y crecía con el paso del tiempo sexenal hasta el quinto año, la hora del “gran trueno”.

Históricamente está demostrado que todo presidente de la República desde 1929 al 2000 lo fue por la decisión unipersonal de su antecesor, aunque se haya querido disfrazar con diferentes eufemismos políticos; “la decisión de los tres sectores del partido” (el PRI) fue el más utilizado.

el tapado y dedazo PRI
Imagen: SDP Noticias.

El PRI también intentó engañar con diversos métodos como “pasarelas” o “consultas” a los sectores partidistas y hasta abrió el abanico de precandidatos, como hoy, para hacer creer que había alguna competencia.

En abril 1975, durante el gobierno de Luis Echeverría, que entre otros sirve de ejemplo al actual, el entonces secretario de Recursos Hidráulicos, el tabasqueño Leandro Rovirosa Wade, candidateó a seis de sus compañeros de gabinete como precandidatos a la designación den este orden: Mario Moya Palencia, Hugo Cervantes del Río, Porfirio Muñoz Ledo, Augusto Gómez Villanueva, Carlos Gálvez Betancourt y José López Portillo. Cuando el dedazo destapador favoreció a este último, los “analistas políticos” de la época exclamaron: “Claro, era muy claro cuando se le mencionó al final de la lista”. Y si a usted no le dicen nada los nombres arriba citados, bien los conoció el actual presidente de la República y, la verdad, no eran tan “floreros” como los de ahora.

Luego, en el gobierno de Miguel de la Madrid se buscó una nueva “fórmula” para hacer más creíble y “democrático” el dedazo (un grupo de priistas de entonces ya habían protestado y formado la Corriente Democrática, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, entre otros), el PRI (eso se dijo) identificó a seis miembros del gabinete de entre los cuales saldría su candidato presidencial y anunció una “pasarela” para examinarlos.

Para que no hubiera “favoritismos” los anunció por el orden alfabético de su apellido paterno: Ramón Aguirre, Manuel Bartlett, Alfredo del Mazo, Sergio García Ramírez, Miguel González Avelar y Carlos Salinas de Gortari. Quizás todavía les suenen algunos nombres, porque sí son los mismos de hoy. Y otra vez el último de lista fue el ungido. Este dato es sólo parte del juego que ya se está jugando nuevamente.

Con la presidencia de Vicente Fox se creyó que El Tapado había quedado desterrado del sistema político mexicano. Enrique Peña Nieto fue el primer presidente de la República surgido del PRI que no debió su postulación al dedazo presidencial. Su candidatura fue, esencialmente, producto de un acuerdo entre gobernadores priistas y su partido.

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Imagen: Vértigo Político.

No. Llegaría el gobierno de la restauración, disfrazado de transformación, y ahora nuevamente se juega para la sucesión presidencial, si la hay en las urnas, el juego de los tapados que culminará con un destapado por la única voluntad y decisión del presidente de la República.

Él mismo lo ha hecho saber ya a los mexicanos y ha dado nombres de los “probables” candidatos de MORENA a la presidencia de la República en el proceso electoral del 2024, si lo hay.

Hizo su lista: “hay muchísimos como Claudia (Sheinbaum), Marcelo (Ebrard), Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle, bueno, muchísimos. Afortunadamente hay relevo generacional”, dijo en su conferencia de cada mañana.

De inmediato los “analistas políticos” hicieron notar, faltaba más, la ausencia por segunda vez de Ricardo Monreal en la lista presidencial. Unos ya lo dieron por descartado; otros creen que no lo mencionó para protegerlo y evitar ataques que considera innecesarios, como ya se vio en el “enfrentamiento” entre Sheinbaum y Ebrard por el desplome de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México.

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Imagen: El Financiero.

De hoy al 2023, esa lista de “precandidatos” presidenciales de MORENA crecerá o disminuirá. El nombre del “agraciado” sólo lo sabe una persona: el presidente de la República. Si esos precandidatos y sus seguidores, los dirigentes y militantes de MORENA, los grupos de poder afines, empresarios, militares, sindicatos oficialistas y beneficiarios de los programas sociales ignoran eso, pues habrá que decirles que están perdidos. En el sistema del “Tapado” y “Dedazo” sólo impera una voluntad, la del presidente de la República.

Hoy, para fortuna de la mayoría (unos 60 millones de ciudadanos, el doble de quienes votaron por este gobierno en el 2018) de los mexicanos votantes, el dedazo presidencial ya no equivale automáticamente a que el ungido será el nuevo presidente de la República.

Históricamente, esta vez el candidato producto de esa práctica en el intento de restauración de la monarquía sexenal hereditaria, tendrá que pasar por el tamiz de las urnas. Y esto, aunque no se crea ni se valore, es un logro de quienes lucharon realmente por la democracia a lo largo de los 90 años más recientes. Algo ganaron, aunque sea poco, que es mucho. Los nuevos mexicanos decidirán, confía el escribidor, libremente, gracias a ellos.

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