La tragedia del desgajamiento del Cerro del Chiquihuite en México no hizo más que poner de manifiesto la falta de planeación urbana manchada de corrupción. Y no será la última tragedia, puesto que nuestro planeta seguirá rotando sobre su eje aún varios millones de años más, lo que seguirá provocando tormentas, huracanes, sismos, tsunamis, tornados y más.
Cuando era niña escuchaba frases triunfalistas del estilo de “vencimos a la naturaleza”, y ahora me doy cuenta de que a la naturaleza no se le vence jamás. Debemos aprender a respetarla, convivir y generar leyes que nos permitan vivir en armonía con el entorno.
Si no comprendemos que los fenómenos naturales son inherentes a los movimientos de rotación y traslación terrestre, estamos lejos de saber prevenir consecuencias climáticas.
Nuestras ciudades son la imagen del constructo social resultado de idiosincrasia y medio ambiente. El sueño americano, del que abrevamos tantos años a través de las películas hollywoodenses, en las que para ser feliz necesitabas una gran casa, con jardín y coche a la puerta, no es viable para todos. Ese jardín que representa el lujo de utilizar la tierra para decorar la vivienda, ya no es opción para todos en un mundo que requiere alimentar a más de 7.8 billones de habitantes.
Una ciudad horizontal, desparramada, vuelve costoso el llevar los servicios de luz, agua potable y recolección de basura a todas partes. Problemas estructurales y operativos se manifiestan en las tragedias. Si hay incendio, no entran camiones de bomberos, si hay enfermos o heridos, no pueden pasar tampoco ambulancias. Las zonas más pobres, son las zonas de más difícil acceso en caso de siniestros.
La economía genera centralidades económicas y sociales sobre el territorio urbano, espacio en constante disputa. El suelo mejor localizado, que puede generar mayores ganancias a la actividad económica, se encarece y no todos los bolsillos pueden pagarlo. Es aquí donde el gobierno debe intervenir. Un gobierno de izquierda debe preponderar el interés colectivo sobre el particular. Eso de desviar la ruta de un camino periférico para “respetar” la casa de un gobernante ya no tiene cabida. O llevar tuberías de agua en una dirección en lugar de otra debe ser materia de estudio, más allá del costo-beneficio.
Considero importante tomar dos vías paralelas en el planteamiento y solución a las crisis climáticas y nuestra responsabilidad como sociedad. Una vía es la local, nacional, interna: generar leyes, como lo es una Ley de Vivienda, acorde a las nuevas necesidades, que incluya renta social y construcción de vivienda popular en zonas céntricas; que se respeten las leyes que tengan que ver con el urbanismo, que se respeten los causes de agua, incluso, que se generen nuevos en el manejo de aguas tratadas buscando reinyectarla al manto freático. En esto último se puede estudiar el caso de la ciudad alemana de Berlín.
La segunda vía paralela, considero, es cristalizar los serios intentos que se han dado por crear un Tribunal Penal Internacional en materia de Medio Ambiente.
La responsabilidad es común. Todos debemos comprometernos con el futuro del planeta. Cada quien desde su propia trinchera. Los actos irresponsables generan graves consecuencias, no sólo a nivel individual sino también a nivel colectivo. La razón humana debe situar la posición del ser en el micro y en el macro cosmos. La ética debe ser inherente a la política porque se es más humano. Planificar una urbe es razonar sobre la felicidad futura de los ciudadanos. Generar condiciones dignas de vivienda cercana a los centros de trabajo debe ser una obligación del Estado. El mercado solo no se regula, el mercado por sí mismo solamente genera más gentrificación, esto es, empuja cada vez más lejos a los que menos tienen. Esta circunstancia nos ha llevado a atentar contra la sostenibilidad de la vida en todas sus formas de expresión y de nuestro hábitat: la Tierra.
Mientras, en 1776, Adam Smith presentaba una investigación sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las naciones, en este 2021 llegamos con las desigualdades sociales y un desprecio a la naturaleza extremas.
El consumismo nos ha llevado por un camino equivocado. Así como la época de la posguerra trajo un período de reconstrucción que permitió a muchos vivir una etapa de desarrollo sostenible, también propició una nueva guerra: la de las empresas por ganar los mercados. Los mercados no se autorregulan con justicia social, su actividad requiere ser regulada por leyes y normas acordes a la sociedad y los valores que buscamos; y es aquí donde el pensamiento, la ideología de quien gobierna, dicta el nivel de compromiso con sus gobernados y con el planeta.
En 1965 se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) con el fin de que fuese catalizador, defensor, educador y facilitador para promover el uso sensato y el desarrollo sostenible del medio ambiente global. El programa inició su trabajo en siete áreas prioritarias: cambio climático, desastres y conflictos, manejo de ecosistemas, gobernanza ambiental, productos químicos y desechos, eficiencia de recursos y medio ambiente bajo revisión.
Hoy en día es imperativo que todo gobierno maneje una agenda de política medio ambiental. En 1973 el mexicano Mario Molina y el estadounidense Frank Sherwood Rowland, fueron los primeros en darse cuenta de que los clorofluorocarbonados, ampliamente empleados en la refrigeración y en los nuevos y populares aerosoles, destruían el ozono de la atmósfera terrestre, pero aún falta crear conciencia sobre el hecho de que el oxígeno es el elemento más escaso en el universo, y un hoyo a nuestra capa de ozono puede significar la muerte prematura de la vida tal como la conocemos en la Tierra.
La rentabilidad de una empresa no puede ni debe primar sobre la sostenibilidad del planeta. Las migraciones masivas del campo a la ciudad dan cuenta de los intereses que benefician económicamente a las grandes urbes a costa del abandono del campo, lo que nos genera un crecimiento desmedido de las áreas urbanas, sin control y con consecuencias graves.
Este mes de julio pasado se inauguró el turismo espacial, pero ¿cuánta conciencia tenemos sobre la contaminación que genera arrancar un solo cohete? Aunque la pandemia nos demostró, entre otras cosas, la contaminación que generan los aviones, aún falta por entender el real impacto de los cohetes que llevan partículas de dióxido de carbono, uno de los principales agentes del calentamiento global, además de hollín y dióxido de aluminio hasta la estratósfera.
La globalización ha generado un nuevo contexto que requiere una redefinición de las reglas de juego para la sociedad global del siglo XXI, replantearse el equilibrio entre el desarrollo económico, la sostenibilidad medioambiental y el desarrollo social, necesarios para construir la nueva sociedad que soñamos.
Los grandes problemas requieren de grandes alianzas y de nuestra participación. Ningún gobierno debe disociarse de sus científicos ni de lo que ocurre dentro de los laboratorios, ahora más que nunca requerimos mayor investigación sobre la problemática ambiental e interrelacionar los distintos aspectos demográficos, energéticos y alimenticios, entre otros, con los aspectos políticos con visión a los próximos 50 años como mínimo.
La pandemia generó un nuevo contexto que requiere nuevas reglas del juego.
Me solidarizo de corazón con las personas que en días pasados han perdido familia, amistades y patrimonio bajo el agua o los deslaves; a ellos mis más sinceras condolencias y mi compromiso por no quedarme con los brazos cruzados.
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