Ya conocemos la diferencia entre eutanasia y suicidio asistido. En la eutanasia existe una enfermedad terminal y el sufrimiento físico se vuelve insoportable sin posibilidad de mejora, por lo que el paciente solicita se le ayude a morir. En el suicidio asistido no existe enfermedad y los dolores son intangibles, ya que el cuerpo está en apariencia sano, pero el sufrimiento es insostenible y, generalmente, se vive bajo medicamentos o adicciones para tratar de adormecerlo; en ambos casos, la persona solicita poner fin a su vida en un ambiente protegido, como lo es un hospital, y se le administra, en caso de la eutanasia, lo necesario para su muerte, y en caso del suicidio asistido, se pone a su disposición un brebaje que el paciente tomará personalmente sin ayuda, esto es, voluntariamente y con el que morirá en ese momento.
En México, a diferencia de países europeos, Canadá o Colombia, no está legalizada aún ni la eutanasia, ni el suicidio asistido. Que no estén legalizados, no significa que no se practiquen. Es como hablar del aborto. Siempre es mejor darles un marco legal y que se vigile la limpieza de su aplicación. Permítanme desarrollar mi argumentación.
Hace un par de días, en Zongolica, Veracruz, fueron halladas dos niñas sin vida. Lidia, de 12 años, se suicidó colgándose, y al encontrarla su prima Magali de 13 años, falleció de un infarto. ¿Por qué se suicidó Lidia? La pregunta queda en el aire para siempre.

El suicidio es ponerle fin a la vida propia voluntariamente. Es un acto desesperado por el que se piensa terminar con el sufrimiento y los problemas, cual si fuese la única salida posible. El abanico de causas es muy amplio y depende mucho de la edad. Si se es adolescente o joven, la causa puede ser desde un rompimiento con una persona, la incertidumbre de la orientación sexual, el haber vivido un suicidio de alguien cercano, hasta el haber sido víctima de un delito de tipo sexual. En otras edades los problemas financieros o afectivos pueden ser el origen, así como estar enfrentando situaciones abrumadoras a las que no se les ve salida. También pueden darse factores genéticos, antecedentes de suicidio en la familia.
Generalmente, antes de llegar a un suicidio, se van dejando muchos mensajes como solicitudes de auxilio que no siempre la familia, amistades o vecinos saben interpretar.
Todos podemos sentirnos tristes, forma parte de la misma naturaleza humana, pero si la tristeza se convierte en sufrimiento y depresión, debemos pedir ayuda.
Hace todavía poco tiempo, no se consideraba a la depresión como una enfermedad psiquiátrica. Los países más avanzados han sido los primeros en catalogarla y añadirla a la lista de padecimientos que cubren los servicios de seguridad social públicos. La depresión es en sí costosa para una nación, ya que baja la productividad, ocasiona fragilidad ante múltiples afecciones y puede llegar a situaciones de alteración del orden público.

Los síntomas no son siempre obvios, pero menciono algunos ejemplos. La persona suele verbalizar “me voy a suicidar”, “desearía no haber nacido” o “quisiera estar muerta”. También el aislamiento es un síntoma, o comprar cosas para quitarse la vida como armas; asimismo hablar seguido sobre la muerte, sintiéndose atrapada o sin esperanza. El cambio de rutina, incluidos alimentación y sueño, aumento en alguna adicción, regalar sus pertenencias, poner en orden asuntos personales sin explicación lógica, despedirse de la gente como para siempre jamás, cambios bruscos de estado de ánimo o personalidad, suelen ser también manifestaciones claras para encender todas las alarmas en la familia y seres queridos.
En la pasada Legislatura, como diputada subí un punto de acuerdo sobre el “síndrome del cutting”, también llamado autolesiones, cuando este fenómeno daba inicios en México. El síndrome comenzó a ser practicado en adolescentes y jóvenes para calmar su ansiedad de manera compulsiva rayándose distintas partes del cuerpo con objetos filosos, dejando tras de sí cicatrices y moretones.
Los signos de advertencia pueden variar entre personas. Hay quienes dejan claras sus intenciones mientras que otras guardan en secreto sus pensamientos y sentimientos suicidas, si acaso compartiéndolas sólo con alguien que perciban como confidente.

Es importante que como sociedad toquemos este tema, ya que todos debemos saber que existen profesionales y teléfonos de ayuda si te sientes reiteradamente triste. También se recomienda acercarse a un ser querido o a un líder espiritual que goce de nuestro respeto y platicarles sobre nuestras intenciones.
Quizás Lidia compartió con su prima Magali sobre esas penas que pesaban fuerte en su corazón infantil. Quizás muchas veces le expuso su tristeza, su desolación y su desesperanza; todas esas horas de conversación en el campo o en sus casas, seguramente también comenzaron a pesar en Magali. La mañana de ese martes 22 de junio, Magali la extrañó y corrió a buscarla, no puedo ni imaginar la expresión de horror al llegar y ver a su prima Lidia cumpliendo lo tanto platicado, ese dolor en el pecho de no haberlo podido evitar… ese infarto.
Vivimos bajo un régimen democrático que, por ende, no supone la ausencia de conflictos, al contrario, el conflicto es parte de su propia dinámica. Conversar sobre estos temas es un must para lograr felicidad, equilibrio y bienestar. La felicidad no es más que el otro extremo de la depresión, conocer la dialéctica del lado indeseable nos ayudará a estar y permanecer del lado deseado.
Descansen en paz, Lidia y Magali, y que sus vidas sean una alarma ruidosa a la realidad que no podemos soslayar más en México.