Yo pensaba en todos aquellos que no pueden dirigir ese ruego a nadie: la angustia de sentirse un objeto indefenso, enteramente a merced de médicos indiferentes y enfermeras agotadas. Sin una mano en la frente cuando el dolor los tortura, sin una charla engañosa para colmar el silencio de la nada. Simone de Beauvoir describe la lenta agonía de su madre en “Una muerte muy dulce”, narración que nos confronta a la enfermedad, el dolor, mil preguntas, muchos reproches, vida y muerte.
¿Qué siente la persona en agonía? Dolores, alucinaciones, delirios, pesadillas, miedo terror; gritos, llanto, súplicas, morfina; la idea de la muerte dulce y suave, puerta deseada, alcanzar una salida en algún momento que se desea inmediato.
Presenciar la agonía de un familiar tan cercano como una madre, un padre, una hija o un hijo nos carea ante los tabús que nos imposibilitan ver sus cuerpos desnudos y sufrientes. La enfermedad desgarra el velo que los cubría y una bata fruncida les arrebata el pudor que siempre los vistió. La enfermedad se acompaña de la vergüenza y de la humillación. El tormento además de físico, es emocional. Así vi a mi padre, por primera vez desnudo cuando entré a saludarlo y, justo en ese momento, la enfermera le cambiaba el pañal. 88 años sin saber que tenía la piel tan blanca; su rostro y brazos eran morenos porque siempre trabajó al sol. Se dio cuenta que lo vi y bajó la mirada, sentí su vergüenza y me sentí peor que él mismo por haber profanado, aunque fuese sólo con la mirada, la santidad de su cuerpo que siempre cubrió hasta los tobillos. Salí de inmediato diciendo que regresaba en un rato más.
Al leer la experiencia de Simone de Beauvoir, entendí el dolor que toda la familia compartía porque mi familia lo vivió con mi padre. Por un lado, está la enfermedad que parece querer llevarse con urgencia a la persona, y por el otro, la familia que busca en la ciencia prolongar la vida de los seres amados.
No es complicado distinguir la eutanasia del suicidio asistido, aunque hay quien los menciona cual sinónimos por contener características muy similares, sobre todo el mismo objetivo: inducir la muerte. En la eutanasia existe una enfermedad terminal, mientras que en el suicidio asistido no. En la eutanasia, el médico es parte activa en la manera de poner fin a la vida del agonizante, sea por inyección o medicamento. En el suicidio asistido, igualmente bajo supervisión médica, se pone a disposición de la persona los medios para poner fin a su vida personalmente.
Países Bajos, antes llamado Holanda, fue el primer país en legalizar la eutanasia en abril del 2002, aunque ya se toleraba desde 1993. Le siguieron Bélgica, Luxemburgo, Suecia, Finlandia; Colombia, Canadá, Nueva Zelanda y poco a poco se han ido añadiendo nombres a esta lista, el último: España, este pasado 18 de marzo, ley que entrará en vigor pasados tres meses a partir de esa fecha.
Con un Parlamento lleno de testigos parientes y amigos de enfermos terminales, la votación se dio con 202 votos a favor y 141 en contra. Le siguieron aplausos, abrazos y lágrimas. La lucha ha sido muy larga e internacional, donde poco a poco se va ganando terreno. Esposas, madres, hijas, médicos, y más, fueron durante décadas llamados asesinos por lo que ahora se legaliza.
En 1997, The New York Review of Books publicó una carta abierta titulada: “Suicidio asistido: una breve explicación filosófica” en la que solicitaban al Tribunal Supremo de los Estados Unidos la despenalización del suicidio asistido. Firman, junto con otros estudiosos de la filosofía moral: Ronald Dworkin, John Rawls y Robert Nozick.
En 2013, Stephen Hawking, científico físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador de las ciencias, igualmente manifestó su defensa al suicidio asistido para los enfermos terminales, él mismo víctima de una enfermedad degenerativa; hablaba desde la posición del sufriente.
Aunque cada día se alzan más voces en pro de la eutanasia y del suicidio asistido, actualmente hay personas y médicos encarcelados por haber asistido a enfermos terminales a poner fin a sus vidas, un célebre caso es el del Dr. Jack Kevorkian, estadounidense condenado a una pena de 10 a 25 años de prisión, cuyo lema era “Morir no es un crimen”, e indultado por razones de salud en 2007.
En Países Bajos los requisitos son estrictos para el acceso a la muerte asistida: residir en el país, la petición reiterada, voluntaria y producto de mucha reflexión, sufrimiento intolerable sin perspectivas de mejora; y el médico que vaya a practicar la eutanasia debe consultar la decisión con otro colega o dos más, en caso de que el sufrimiento sea psicológico. Las peticiones de eutanasia la pueden hacer menores de edad con consentimiento de madre y padre (entre los 12 y 15 años) o sin su consentimiento (de 16 y 17 años).
En México, la Ley General de Salud, en su artículo 166bis prohíbe la eutanasia. A través de seis incisos describe las obligaciones médicas hacia los enfermos terminales: salvaguardar su dignidad para garantizar una vida de calidad a través de cuidados y atenciones médicas, garantizar una muerte natural, garantizar su derecho a tratamiento, dar a conocer los límites entre el tratamiento curativo y el paliativo, determinar los medios ordinarios y extraordinarios y establecer los límites entre la defensa de la vida la obstinación terapéutica. Sólo en la Ciudad de México, Aguascalientes y Michoacán se permite que pacientes en estado terminal, o sus familias, rechacen los tratamientos paliativos bajo la Ley de Voluntad Anticipada.
Despedirse nunca ha sido fácil, y pocas veces tomamos conciencia de que desde nuestro nacimiento somos mortales, y cuando traemos hijas e hijos al mundo, estamos trayendo mortales.
El primer ser amado que perdí fue mi bisabuela cuando tenía escasos quince años, jamás antes había conocido un dolor tan grande. Después le han seguido mi abuela, mi suegro (a quien yo llamaba mi padre francés) y mi padre hace más de un año y medio. Me es imposible imaginar lo que han de sentir esos grupos de madres que siguen buscando a sus hijas e hijos, o a quienes han tenido que enterrar. El vínculo persiste hasta nuestra propia muerte. Hay dolores que no sanan, solamente se aprende a vivir con ellos. Los recuerdos es lo único que abrazamos de esas ausencias; las emociones que despiertan, y eso es el amor, ese amor que crece y se idealiza en la ausencia perpetua.
En la mitología griega, las moiras personificaban el destino. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada ser humano desde su nacimiento hasta su muerte, a aún después, en el Hades. Cada día más legislaciones confieren el título de moira a más personas, esto es, desde al mismo sufriente, familiar o médico. ¿Tú qué harías como enfermo terminal o como familia del enfermo terminal, estando en una situación de intenso sufrimiento? ¿Y si fueses su médico? ¿En la Grecia Antigua serías una moira?
Yo sí solicitaría a la moira cortar ese delgado hilo.
[…] uno de mis anteriores artículos he mencionado la diferencia entre eutanasia y suicido asistido. También el hecho de que Países Bajos fue el primer país en legalizarlo, y donde los requisitos […]