*Del curso de Existenciología de Jutta Battenberg
Para hablar del afecto propiamente es indispensable quitarle el tinte romántico con el cual está revestido y relacionarlo con el origen existencial que le da sustento y pertinencia. Es decir, es necesario remontarse al origen mismo de la vida.
En efecto, al revisar el conocimiento que se tiene de la evolución de la vida en la tierra se reconoce que ésta se origina por la unión de elementos que en un principio se mantenían aislados y que dieron origen a nuevas formas. Ésta es precisamente la función del afecto: la vinculación, misma que se encuentra en todo lo existente como principio y sustento de todo, es el principio que mantiene la estructura del universo, es la fuerza de la vida que en los seres humanos funciona como la emoción primaria que lleva a vincularse con lo otro y los otros.
Así, cuando el ser humano encuentra una posibilidad de vincularse gracias al afecto y la lleva a cabo exitosamente se asienta mejor en la vida y desarrolla sus capacidades de consideración, fraternidad, empatía, simpatía, sororidad, amistad, amor.
Sin embargo, cuando el ser humano tiene una mala experiencia o está lleno de ideas que le impiden aprovechar la oportunidad de vinculación desarrolla dependencia, desapego, desconfianza, abandono, en una palabra, incapacidad para relacionarse con las y los demás.
El afecto, si bien es la fuerza que lleva a dos personas a unirse en un proyecto único y común, es insuficiente por sí mismo para sostener una relación por ello requiere forzosamente de dos pilares más para darle estabilidad al vínculo: el límite y la comunicación.

El límite se relaciona propiamente con el autoconocimiento y con las fronteras que son necesarias sostener para impedir abusos intencionales, casuales o producto de condicionamientos sociales y culturales. Estas fronteras necesitan estar lo suficientemente cercanas para permitir la relación y lo pertinentemente lejanas para evitar la invasión y el daño que conllevan.
La comunicación por su parte es un proceso de suyo complicado que en condiciones óptimas pretende que aquello que se encuentra en la mente del emisor pase exactamente igual a la del receptor. Para algunos especialistas esto de suyo es imposible, para otros, a pesar de la dificultad que representa, puede acercarse sin llegar nunca a la perfección.
Para una eficiente comunicación es necesario que el emisor tenga siempre en mente al receptor y el receptor en el emisor. De tal manera que se hable con la intención de seguir siendo escuchado y se escuche de tal forma que el otro quiera seguir hablando.
Ahora bien, la construcción de un vínculo sano jamás niega ni elimina la propia identidad ni busca alterar la personalidad ajena, sino que las respeta y busca sacar la mejor versión de cada uno de sus miembros.
Ciertamente, en toda relación afectiva se establece una cierta dependencia entre sus miembros y ésta en sí misma lleva una cierta cuota de dolor que es totalmente diferente a la dependencia destructiva en donde la persona queda anulada y considera que su plenitud depende ineludiblemente a la pareja. Así, a la dependencia constructiva se le puede entender como interdependencia y a la destructiva codependencia.
Por último, si bien es necesaria una distancia que evite que los miembros de una pareja se fusionen de tal manera que pierdan su identidad, el desprenderse a tal grado que la distancia evite el contacto o desaparezca el vínculo es igualmente disfuncional.
En efecto, el equilibrio y la paz que puede alcanzar un ser humano no es producto de suyo de la pareja, sino una capacidad interna que al entrar en relaciones sanas y constructivas incrementa su capacidad de ser, de estar, de darse y de recibir de otros y de otras aquello que hace la vida más bella.