#BuenaEnseñanza
Ayer, un querido amigo que reside en Irlanda, compartió una frase que se le atribuye a Esteban Lubochiner, que dice lo siguiente:
“Si usted tiene un pan y yo tengo un euro y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro, y verá un equilibrio en ese intercambio; esto es A tiene un euro y B tiene pan, y a la inversa, B tiene el pan y A el euro. Esto es, pues, un equilibrio perfecto.
Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me lo enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted lo habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura”.
El pasado 15 de mayo, en México, se celebró el Día del Maestro. Cada año se recuerda a esa figura del que enseña. En México, la distorsión por las conductas de ciertos maestros ha hecho que se nos olvide la noble y generosa labor que tiene la increíble profesión de ser maestro.
El que enseña algo, como dice la frase, hace cultura, aporta a los demás y va generando conocimiento en cualquier lugar. Las civilizaciones se han nutrido del aprendizaje para poder trascender. En un principio eran los padres quienes enseñaban a los hijos, muchas veces con el ejemplo, mucho antes de que naciera un alfabeto, la escritura (que impulsó el nacimiento de las escuelas), o los libros. La enseñanza existe desde que el hombre existe, y aunque este artículo dista mucho de querer hablar de la historia de los maestros o de la enseñanza, sí es importante destacar que el ser humano, desde sus primeros pasos en el planeta tierra, tuvo maestros. Estos fueron aquellos quienes enseñaban “cosas” a los demás, y hoy sigue siendo así. No podemos pensar en que un maestro sólo es aquel que enseña en un colegio.
El que tiene conocimiento de algo, sólo lo pudo haber obtenido de dos maneras: la primera por la experiencia, es decir, algo le sucedió en su vida que hizo que aprendiera sobre alguna cosa; la segunda, porque alguien se lo enseñó. Esa enseñanza o experiencia, al compartirse, se vuelve en enseñanza para alguien más. En resumen, todos somos maestros en mayor o menor medida.
Ahora bien, hay personas que dedican su vida a la enseñanza y a esas personas las celebramos cada año. Normalmente están dentro de un salón de clases, en las escuelas públicas y privadas de educación básica, media y superior, a lo largo y a lo ancho de nuestro país. Según la Encuesta Nacional de Educación, que publica el INEGI, al cuarto trimestre del 2020, 1.2 millones de personas son maestros, sólo a nivel de educación básica. Por lo que el universo es muy grande (casi 1.8 millones en total, se calcula). Casi el 1.5% de la población se dedica a la docencia. ¿Eso es mucho o es poco? No es una pregunta fácil de contestar, yo creo más en calidad educativa que en cantidad y en eso, tristemente, el país está reprobado. Siempre insisto que el mayor problema que tenemos en México es la educación, por lo tanto, creo que el nivel de nuestros maestros, en general, no es el óptimo. Por eso el título de mi artículo; porque hago énfasis en celebrar al maestro que SÍ enseña. No felicito al maestro que sólo ostenta el título, sino al que de verdad tiene una vocación de enseñanza. El maestro que se prepara y da una clase con responsabilidad, profesionalismo y pasión, además de que sigue aprendiendo, es el maestro a quien yo celebro. Hay muchos en el país, pero no los suficientes, no de esos.
El reto hacia el futuro es dignificar la vocación y profesión de ser maestro, levantar el estándar de calidad del docente, pagarle mejor, pero también exigirle que tenga más preparación, que se evalúe de forma cotidiana y que busque alcanzar los más altos niveles de excelencia. En ellos está, nada más ni nada menos, el futuro de nuestro país. Si la educación de un país es mala, su desarrollo es malo. No es casualidad que los países mejor educados también sean los más desarrollados.
La frase inicial es clara, la enseñanza genera crecimiento y cultura. Si le agregamos el adjetivo de la “buena enseñanza” tendremos entonces un “buen crecimiento” y una “buena cultura”.
En este mes del maestro, felicidades a aquellos que sí enseñan con calidad, con vocación y con pasión. Ustedes son admirables y parte fundamental del desarrollo de México.
Los otros, los que no enseñan, dedíquense a otra cosa. El nombre no los hace maestros.
Excelente artículo, explica a la perfección el
sentido y el objetivo principal de la docencia! Una profesión poco valorada y muy mal remunerada en este país.