La ciencia no tiene nada de malo.
Entre el aire acondicionado y el Papa
prefiero el aire acondicionado.
Woody Allen.
Nombrar a la crisis climática como calentamiento global podría conducir a un equívoco.
Esto es, el riesgo de que no pocos crean que el dilema actual que pone en peligro la existencia del planeta, es (sólo) una cuestión de altas temperaturas.
Ciertamente, la temperatura del planeta aumenta a un ritmo nunca visto. El derretimiento de los polos, y con ello el aumento en el nivel medio de los mares y la cada vez más frecuente aparición de olas de calor son algunas de sus consecuencias.
Mas, cómo lidiar con el frío es un asunto no menos complejo. Las olas de frío tienen sus propias consecuencias negativas. Para algunos, incluso, los daños que sobre la vida humana y la naturaleza suscita el frío es aún mayor.
El colapso de vías de comunicación y de infraestructura básica, las incontables pérdidas agrícolas, los altísimos consumos de energía que generan, son algunos de los severos problemas que las olas de frío traen consigo.
A ese frío, digamos, natural, hay que agregarle hace tiempo otro tipo de frío, este resultado del desarrollo tecnológico.
De la producción de bloques de hielo en fábricas destinadas a ello hasta la multiplicación de refrigeradores domésticos, industriales y aires acondicionados, el enfriamiento “artificial” concita una de las imágenes más preciadas del “progreso” a cualquier costo.
Fitz, el protagonista de la tan delirante como fantástica cinta de Werner Herzog, Fitzcarraldo, es un irlandés que emprende el negocio de fabricar hielo en medio de la selva del Amazonas.
El negocio fracasa, dando pie a lo que será la verdadera aventura de la película: cruzar por tierra a través de una montaña un barco entre un río y otro para llegar a un yacimiento de petróleo (aún) inaccesible.
La capacidad para producir hielo en pleno corazón de la selva abrasante, se torna así en una lograda metáfora para dar una idea de entrada al espectador sobre la desmesura que habita al personaje central de la cinta.
El manejo de las tecnologías de enfriamiento constituye desde hace tiempo, sí, menos estrambótico que la película de Herzog. Pero no por ello menos difícil.
Enlistada en el conjunto de las “tecnologías del progreso”, la capacidad para enfriar las cosas conlleva una huella climática altamente dañina.
El dilema, sin embargo, reside en que justamente la incapacidad para garantizar cadenas de enfriamiento efectivas produce tantos o más estragos humanos.
Baste decir que durante el último año una de las razones por las que se han perdido millones de vacunas Covid en países que las necesitan con mayor urgencia es justamente porque no hay adecuados sistemas de refrigeración.
Es indispensable, dice el profesor Toby Peters, experto en economía fría de la Universidad de Birmingham en el Reino Unido, discutir seria y ampliamente qué haremos con los sistemas o cadenas de enfriamiento.
Peters afirma que el verdadero “desafío es ¿cómo nos aseguramos de que las cadenas de frío sean resilientes y al mismo tiempo cumplimos los objetivos netos de emisiones de carbono cero necesarios para abordar el cambio climático?”
En una entrevista para el Órgano del Consejo de Investigación e Innovación de la Unión Europea, el profesor británico deja en claro que en la actualidad aproximadamente un 7% de los gases de efecto invernadero se deben al sistema de enfriamiento.
Mas, para darnos una idea del tamaño de la paradoja, al mismo tiempo, sólo en Europa se echan a perder 1,300 millones de toneladas de alimentos comestibles, se pierden o desperdician cada año por fallas en los sistemas de enfriamiento.
Por su fuera poco, alerta Peters, hay que pensar en todos los recursos energéticos que se utilizaron, inútilmente, para desplazar esa comida que ya no sirve.
A la vez, habrá que sumar a la tragedia que es en sí misma que en un mundo con hambre se pierdan alimentos, el hecho absurdo de que esa comida echada a perder genera su propia carga de gases nocivos al ambiente.
Adicionalmente, el profesor inglés subraya el valor simbólico como reflejo de prosperidad y progreso asociado al acceso a los sistemas de enfriamiento para el disfrute directo humano.
“A medida que muchas partes del mundo se vuelven más ricas, eso va acompañado de un crecimiento masivo y rápido de la demanda de aire acondicionado y refrigeración”, afirma Peters.
No hay manera, ni habrá, de prescindir del enfriamiento, asegura el experto, quien es inventor con otros colegas de lo que han llamado “aire líquido”, un sistema para generar enfriamiento a partir de energías renovables.
En todo caso, insiste Peters, “no se trata sólo de la tecnología. Mucho de esto tiene que ver con el comportamiento y la forma en que se aborda el enfriamiento”.
La tecnología no es una cosa en sí misma, habrá que reiterarlo una y otra vez. Sino la puesta en objetos de prácticas sociales y culturales.
Radica ahí la posibilidad de un tipo de transformación capaz de compartir la propia condición de los problemas.
Compleja.
La imposibilidad de acabar con el hambre en el mundo y la paradoja de los adelantos tecnológicos que destruyen.