La reunión Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) el próximo 18 de septiembre en la Ciudad de México, constituirá un acontecimiento de la mayor importancia internacional, no sólo por la asistencia de los presidentes o representantes de los países que integran este organismo, sino porque será una paso decisivo para renovar las relaciones multilaterales de las naciones americanas que presagia el principio del fin de la Organización de Estados Americanos, conocida por sus siglas OEA y AOS en inglés, cuyos yerros han sido más visibles que sus aciertos. Para efectos de la política interna configura un trascendental lance propio de un estadista del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, en el discurso alusivo al Gran Libertador, Simón Bolívar, con motivo de su natalicio, demandó una nueva relación de las naciones latinoamericanas y caribeñas con el gobierno de Estados Unidos de América. Pero conforma también un foro de muchas candilejas para el canciller Marcelo Ebrard, en su carrera por lograr la candidatura presidencial en el 2024.
La OEA nació el 30 de abril de 1948, pero siempre bajo la tutela de Estados Unidos. Ha servido más como instrumento de intervención, complicidad e injerencia que de colaboración para el desarrollo económico, social y cultural de los países que la integran. El líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, la calificó como “el Departamento de Colonias de Estados Unidos”. Y razón no le faltaba. No por las agresiones a su país –recuérdese la frustrada invasión de Playa Girón en abril de 1961– sino por la perniciosa actitud en graves problemas en diversas naciones latinoamericanas que socavaron sus instituciones políticas libres.

Hacer un recuento y razón de éstas sería casi redundante. Pero es necesario recordar su silencio encubridor en el bombardeo al Palacio de la Moneda en Chile, en el cual resultó muerto el presidente socialista Salvador Allende, los golpes de Estado en Uruguay, Argentina y Chile, empoderando a militares desleales y asesinos en la tenebrosa Operación Cóndor; en la Guerra de las Malvinas en que el ejército británico masacró a cientos de soldados argentinos, por reclamar su legítimo derecho sobre las islas atlánticas en 1982, sin olvidar la negra navidad en que tropas norteamericanas invadieron en diciembre de 1989 a Panamá para arrestar a su presidente; en 2019 calló frente al golpe de estado al presidente de Bolivia, Evo Morales, y reconoció como legítimo el gobierno usurpador, cuyos principales cabecillas hoy responden ante justicia de aquel país. En el mismo año, al renunciar el presidente Nicolás Maduro, con aprobación del Congreso, como miembro de la OEA, ésta se apresuró a reconocer al “gobierno” de Juan Guaidó y darle un asiento en tal organización. Estos sólo son botones de muestra de la indebidas acciones y omisiones por parte del “celoso guardián de la democracia” latinoamericana. La historia de las relaciones con Cuba es una historia muy larga, pero su expulsión y muchos años después, el levantamiento de las sanciones sigue, aunque sin resolver el bloqueo de más de medio siglo que mantiene Estados Unidos contra la patria de José Martí.

Marcelo Ebrard expresó ante senadores de Movimiento Regeneración Nacional, que la OEA debe ser sustituida por una organización que responda al mundo actual y no a las reglas no escritas de la “guerra fría”, con las cuales se rige este instrumento de dominación continental. El actual secretario general, el uruguayo Luis Almagro, ignora las transformaciones imperantes en el siglo XXI, y alguien tiene que decírselo, comentó con un dejo de ironía nuestro Canciller. Por ello, la reunión Cumbre de la CELAC en México tiene la mayor importancia para modelar, junto al gobierno de Estados Unidos, una nueva institución panamericana. Para esto último, es necesario echar mano de los buenos oficios y relaciones que mantiene el presidente López Obrador con su homólogo, Joe Biden, insistió Ebrard frente a los senadores morenistas.
Me parece todavía escuchar en la plaza de la Revolución de La Habana, la frase de miles de cubanos que, garganta al aire, coreaban frente a Fidel Castro y a Ernesto “Che” Guevara: “Con la OEA o sin la OEA, ganaremos la pelea”. Veremos.
Si no me gusta una ley, cambio la Constitución. Si no me gusta un organismo internacional, en vez de buscar “enderezarlo”, invento otro. Y así hasta el infinito en vez de gobernar con los pies en la tierra y no con la cabeza en las nubes.