Justo cuando aún no acaban los escándalos provocados de la ultraderechista VOX, liderada por Santiago Abascal, dirigente de esta organización partidaria en España, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, invitó al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, a los festejos de la Independencia de nuestro país y dejó claramente expuesto el apoyo al gobierno y pueblo cubano, así como su llamado al presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, para reconsiderar el bloqueo a la isla que calificó como una hazaña mundial y la comparó con la antigua Numancia –pueblo celtibérico que prefirió suicidarse antes de caer en manos del enemigo–, y fue aún más allá al pedir que se considerara a la patria de José Martí como patrimonio de la humanidad.
Este histórico y trascendental discurso habrá de causar reacciones tanto de la fogosa mediáticamente ultraderecha mexicana y la débil oposición política en el Congreso de la Unión, así como en el plano internacional y específicamente en el gobierno norteamericano, que se reflejará en la próxima visita de nuestro presidente a Estados Unidos, en fecha aún no definida, pero que seguramente será de máxima importancia en la relación con nuestro principal socio comercial y poderoso vecino. Con ello, López Obrador, ratifica que “la mejor política exterior es la política interior” pero deja por delante una gran tarea para el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, que enfrenta desde ya, una tarea harto difícil que pondrá a prueba su talento diplomático y oficio político que nadie niega en el gabinete presidencial.
En lo doméstico, como es costumbre, la derecha y los rabiosos y furiosos “adversarios” del presidente harán su agosto –para usar la frase coloquial– y se apresurarán a tildar de “comunista” al gobierno morenista nacido al calor democrático de los ciudadanos, que depositaron en las urnas más de treinta millones de votos a favor de un luchador social que, en su tercera ocasión como candidato a la presidencia y su nuevo partido, con cinco años de existencia, se alzaron con la victoria final. Sobrarán en redes sociales –lavaderos mediáticos por excelencia– la ya hasta aburrida polarización de logomaquia entre fifís y chairos que conducen al desahogo personal de sus odios, rencores y reconcomios de unos, y la adhesión incondicional y defensa obsesiva de otros, que se desvanecerán con el viento del olvido.
Lo importante es, en mi opinión, el escenario internacional, con tres actores como son Estados Unidos, Cuba y México. Lograr que se reduzcan las sanciones en parte o llegar a un acuerdo que reinicie las relaciones entre los primeros países, será un triunfo para México de resonancia internacional, con el antecedente de que en la ONU se ha votado por mayoría de votos el fin del embargo que afecta a Cuba desde hace más de sesenta años. Los gobiernos nacionales, tanto priistas como panistas, no han quebrantado los principios básicos de la Doctrina Estrada, de la solución por la vía pacífica de los conflictos entre las naciones. Hoy mismo, el gobierno de Venezuela ha accedido a dialogar con la oposición política en territorio mexicano, con sede el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México, buscando puntos de acuerdo para desactivar sus agrios enfrentamientos.
Entonces, no es nada nuevo o excesivo lo que ha pedido el presidente López Obrador al gobierno de Joseph Biden, y convocado a su sensibilidad y grandeza para la solución pacífica de los problemas surgidos con el régimen procastrista en los inicios de la década de los sesenta, tras la caída de la dictadura de Fulgencio Batista, quien partió por su propia voluntad al exilio. Sirva como mayor ejemplo que las dos guerras mundiales del siglo XX terminaron en acuerdos entre vencidos y vencedores. Creo que siempre es mejor proceder con optimismo real ante los pequeños y grandes problemas, porque de lo contrario iremos derrotados de antemano.
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