Tiempo prestado (III)
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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Se callaron y se miraron a los ojos por un momento, mientras Neto revivía en su mente los hechos de esa tarde y se decidía.

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Lectura: ( Palabras)

Al día siguiente se levantó en Cuernavaca sin tener la menor idea de cómo había llegado hasta ahí sano y salvo. Sus años de alcoholismo acabaron esa mañana. Durante su camino de vuelta también pensó que lo mejor sería dejar su empleo, no sin antes advertirle a su amigo de la gente con la que trabajaba y establecerse por su propia cuenta. Reiniciar de cero, en todos los aspectos, salvo con su ex esposa.

Iba a la altura de La Pera cuando vio del otro lado de la autopista un árbol caído y restos de una frenada en seco. Continuó un par de kilómetros, pero un extraño sentimiento de curiosidad le hicieron dar media vuelta y acercarse al lugar del accidente que, por lo demás, estaba completamente vacío y el resto de los automovilistas ni siquiera disminuían la velocidad al pasar por ahí. Aparcó el coche en la cuneta y se acerco a pie a un charco de sangre el cual palpó con su mano. Entonces recordó.

Estaba completamente borracho cuando se subió al coche. Abrió la ventana para que el aire le despejara la cabeza y echó afuera el cuartito de ron. Tuvo que hacer hasta 6 intentos para meter la llave y arrancar el motor. Un camionero se acercó con la intención de hacerle cambiar de opinión, pero cuando ya estaba a un par de pasos de Neto, este emprendió su camino. Iba haciendo eses y ya había chocado un par de veces contra la muralla divisoria, cuando llegó a la Pera. En uno de los pocos restos de lucidez que le quedaban, quiso alejarse de la muralla y disminuir la velocidad, pero estaba tan borracho que se equivocó de pedal y aceleró la marcha para cortar en recto la curva y tras el choque con la muralla, dirigirse de rebote fuera de camino hasta llegar a un pino donde finalmente se estampó. Ni siquiera había tenido el reflejo de levantar la pata del acelerador. Pese a la brutalidad del golpe, no tuvo problemas en salir del coche. Al cabo de unos cuantos pasos oyó a sus espaldas:

–Tranquilo, vivirás.

–Menudo golpe–dijo Neto con una voz que curiosamente dejaba de ser pastosa y recobraba su tono natural.

De hecho, Neto sintió cómo volvía su mente a la lucidez.

–Tienes mucha suerte, cualquier otro de no haber sido tú ya estaría muerto.

–Perdone joven, pero, ¿nos conocemos de algo? –replicó Neto molesto por el tuteo del joven.

–Sí, por supuesto que nos conocemos, aunque tú no quieras reconocerlo y por eso te escondes en el alcohol.

En ese momento, el joven prendió un encendedor y Neto pudo vislumbrar su cara. Sabía que la había visto antes, pero ¿dónde? Acto seguido, el joven se descubrió el cuerpo mostrando una herida sangrante en el pecho. Fue entonces que todo le vino a la memoria. Aquella tarde de octubre estaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en la quinta planta, esperando que tuvieran a bien atenderlo en el despacho de jefe regional para Europa. Llevaba más de media hora y se estaba aburriendo cuando decidió salir al pasillo y acercarse a una de las inmensas ventanas, desde donde podía divisar la enésima manifestación estudiantil en lo que iba del año, siguiendo el ejemplo de sus homólogos franceses y norteamericanos.

De pronto un tanque militar irrumpió en la escena. El orador llamó al orden a los manifestantes para que no respondieran a la provocación gubernamental. No había pasado nada de tiempo cuando Neto divisó unas bengalas en el aire y a una personas entre la masa que iban corriendo y agitando un trapo blanco entre las manos. Oyó un disparo a pocos pasos de él. Volteó y vio en el pasillo a un francotirador apuntando a la masa. Cuando volvió a ver la plaza el militar del tanque yacía y el pánico se había apoderado de la masa. Estaban acorralados; no tenían escapatoria. Fue entonces cuando lo divisó. Un joven intentaba refugiarse en la iglesia de la plaza, pero el cura nunca abrió las puertas porque, como él diría más tarde, “esos comunistas de mierda se lo merecían”. El joven aporreaba desesperado la puerta cuando uno de los del trapo blanco lo cogió del hombro y acto seguido le metió un cuchillo en el estómago. Cuando se encontraba en el suelo, le trabajó las costillas y la cara a patadas para finalmente pegarle un tiro en el pecho. Neto miraba entre el horror y la  hipnosis la matanza, sin poder moverse de ahí.

–Sí, ese era yo. Tú viste cómo me mataban como a un perro y no hiciste nada. Eso sí, te pusiste muy digno y renunciaste, pero luego sólo te refugiaste en el alcohol en búsqueda del olvido. Eres un mierda y lo único que estás haciendo es encubrir a esos hijos de puta.

–Eso ya pasó. Además, he pagado con creces mi curiosidad. Ya no tengo trabajo, ni familia y casi nunca puedo dormir pensando en ti, en el momento en que te asesinaron así como en los otros jóvenes. Y eso que sólo estuve viendo la matanza un rato. Dos agentes me redujeron y llevaron a un cuarto oscuro para darme unos cuantos golpes en la cara “por andar de chismoso”, dijeron. Podría haber acabado como ustedes si no llega a ser por mi jefe, que les dijo que era un malentendido y que no se preocuparan por mí, que me iba a estar calladito pues sabía lo que me convenía. 

–Tú sigues vivo y puedes contar lo que sabes.

–Y eso, ¿de qué te va a servir? –le tuteó molesto por las acusaciones. No vas a resucitar y sólo vas a conseguir que me maten por hablador, o peor aún, que me torturen antes de ejecutarme.

–Por lo menos nos traería la paz a nosotros y a nuestros familiares.

–Y a mi hija, cuando me hayan matado, ¿quién le va a llevar esa paz?

–Nadie, pero seguramente le gustará más verte como a un héroe que murió por desenmascarar a una dictadura sanguinaria, que como a un borracho débil que no supo controlar sus vicios y que acabó su vida contra un árbol de la carretera a Cuernavaca.

–¿Qué dices? –dijo Neto azorado.

–Nomás verte te dije que vivirías, que cualquier otro no habría tenido esa suerte. Pero tú sí podrás seguir adelante, no porque te lo merezcas, sino porque eres el único que puede contar lo que sabe; el único de los que observó la matanza que no tiene mala conciencia y que tampoco se lavó las manos viendo cómo nos mataban.

–O sea que sólo me quieres vivo por lo que sé. No te interesa en lo más mínimo lo que sea de mí.

–Así es y una vez que hemos intervenido en tu accidente no podemos revertir la situación y dejarte morir si no aceptas. Oficialmente no ha pasado nada. Como puedes ver ningún coche se para a auxiliarte y no porque sean unos hijos de puta, sino porque simple y llanamente no ven nada. Y ni siquiera hemos tenido que incinerar los restos como hicieron con nuestros cadáveres.

–Lo tienes todo muy bien planeado, pero ¿y si no quiero inmolarme?

–No te pido que saques nada en la prensa nacional, cosa que es prácticamente imposible en este país, pero sí te pido, te exijo, que le hagas saber esa verdad a nuestras familias y que busques divulgarla en los periódicos extranjeros. Si no lo haces, cavarás tu propia tumba y vivirás asqueado de tu propia cobardía hasta que en cualquier otra peda vuelvas a manejar. En cambio, yo te ofrezco una salida digna a tu mediocridad. Además, ni siquiera yo sé si te van a matar y no he dicho que no puedas irte a vivir fuera. Tampoco te estoy pidiendo que seas un mártir.

Se callaron y se miraron a los ojos por un momento, mientras Neto revivía en su mente los hechos de esa tarde y se decidía. Finalmente, asintió con un movimiento de cabeza rápido.

–Gracias. Ahora puedo dormir tranquilo. Te volverás a subir a tu coche y volverás a estar borracho. Mañana en la mañana no tendrás idea de este encuentro, pero al cabo de un rato recordarás. Me recordarás.

Así había ocurrido aquella tempestuosa noche en la que casi se había matado por conducir ebrio. Neto retomó su camino original. Esa misma tarde asistió a su primera reunión de alcohólicos anónimos y empezó a escribir un artículo describiendo lo que había visto. Lo difundiría entre los corresponsales extranjeros. Al día siguiente, se incorporó a Amnistía Internacional desde donde defendería a los presos políticos y denunciaría las torturas y atropellos de la dictadura, mientras que le diesen permiso.

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