Los hados conducen al que quiere;
arrastran al que no quiere.
Cleantes[1]
En las diferentes religiones y filosofías hay claves para enfrentar el reto de la existencia. En todas ellas encontramos claves pertinentes que podemos poner en práctica para conseguir una vida más agradable y satisfactoria. En esta ocasión nos acercaremos a los estoicos.
El estoicismo es una corriente filosófica del siglo III a. C. que surge, junto con el escepticismo y el epicureísmo, como respuesta a la época de crisis que deja la muerte de Alejandro Magno y la desintegración de su imperio. Entre sus representantes más significativos están Séneca, el emperador Marco Aurelio y el esclavo Epicteto. Su relación con el cristianismo primitivo es clara, especialmente en el pensamiento de algunos de los teólogos más significativos de la antigüedad pues identificaban la serenidad y fortaleza de este grupo al enfrentar la adversidad muy similar a la de los cristianos en los años de persecución.
El principio fundamental del estoicismo está en considerar que todo sucede de acuerdo a una razón universal divina que da vida y orden a todo el universo guiándolo siempre hacia lo mejor. Este principio lleva a vivir de acuerdo y en armonía con la naturaleza, lo cual permite aceptar sin rebelarse todo lo que sucede.
En ese sentido, se renuncia a cambiar el exterior, pues lo único que está en manos de la persona es la reacción frente a los acontecimientos. Con ello se evita amargarse, martirizarse, enojarse o disminuirse frente a la adversidad, sino que se entiende siempre como algo necesario que fluye hacia el bien. Así la libertad del ser humano se manifiesta en el modo en cómo se asumen los acontecimientos.
Para el estoico, la desgracia no es un mal en sí mismo, sino que forma parte del plan establecido por la súper razón (divinidad) que llaman Logos; sin embargo, la limitación humana le impide comprender en el momento en que se presenta la adversidad, que dicho acontecimiento genera un bien al conjunto del universo y que por ello requiere fluir con él.
El Logos para los estoicos no es una realidad más allá del mundo (trascendente), sino algo inmanente al universo que lo dirige y que identificaban con el fuego. Así, todo lo existente conforma un macro ser que está dirigido por inteligencia (alma) que le da orden y consistencia.
Una de las más importantes tareas del estoico es anticiparse a las desgracias que forman parte de la existencia misma, tanto las posibles como una enfermedad determinada o un encuentro desagradable como las seguras por ejemplo la muerte propia o de los seres queridos. Esto le permite a la larga sostenerse mejor frente a la adversidad al haber fortalecido su espíritu.
Para el estoico no hay nada que no pueda soportarse, pero para lograrlo es indispensable controlar las emociones extremas, domesticar las pasiones junto con los deseos, así como fortalecer la voluntad para conseguir la tranquilidad y autocontrol propios de la libertad interior.
Notas:
[1] Stoicorum Veterum Fragmenta 1, 527
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