Un antiguo chiste solía decir que el trabajo de los economistas consistía en pronosticar el desarrollo de la economía del país, a primeros de año y, una vez que sus predicciones habían fracasado, explicar en los últimos días de diciembre el motivo de su error. Pues bien, al tenor de los resultados electorales del domingo 23 de mayo en las elecciones generales de España, podemos transpolar el chiste al gremio de los encuestadores. Ninguna empresa especializada se salvó en esta ocasión. Aunque es cierto que la mayoría acertó en el orden de los 4 primeros partidos, todas sobrevaloraron las oportunidades del PP y rebajaron las del PSOE. Algunas decían que la unión PP-VOX alcanzaría los 180 diputados y que el PSOE llegaría a lo sumo a los 115. Nada más lejos de la realidad. El Centro de Investigaciones Sociológicas por su parte fue el único que pronosticó la victoria del PSOE. Nada que extrañar, pues este instituto público lleva años presentando encuestas bizarras muy alejadas de la realidad. Sé que yo mismo hice unos vaticinios equivocados hace unas cuantas semanas en mi artículo Votar en traje de baño, pero no dispongo de los medios y amplios presupuestos que sí cuentan las encuestadoras.
Conforme fue avanzando la tarde, los distintos líderes aparecieron frente a sus simpatizantes. Y, como ya es costumbre en las noches electorales, todos se proclamaron vencedores. Algunos argumentaban que habían tenido más votos que la anterior vez, otros que habían ganado en su terruño, incluso los había que defendían su éxito porque no les había ido tan mal como se esperaba. Curiosamente, sólo VOX reconoció su fracaso tras perder 19 congresistas con respecto a la anterior legislatura. Hasta ahí, la sinceridad del partido ultra conservador. Según ellos, los malos resultados no se debieron a sus políticas retrogradas y xenófobas, sino a los demás. Los culpables de su fracaso fueron el PP, la prensa y los demás partidos. Hasta la abuelita del muerto tuvo la culpa si me apuran. Ellos, por supuesto, lo hicieron todo bien.
En fin, más allá del bombo y autoelogio a la que nos tienen acostumbrados los políticos, la realidad sólo es una. Para gobernar se necesitan 176 diputados a favor de los 350 que tiene la cámara baja. Al menos en la primera votación de investidura. La Cámara de Diputados es la que elige al presidente, no los ciudadanos que eligen a los congresistas. Y aquí es donde la cosa se pone complicada. Los 176 diputados pueden ser del propio partido (en caso de ganar con mayoría absoluta) o como resultado de la alianza con otras formaciones. El partido que tiene la primera opción alcanzar el poder es el PP como vencedor de las elecciones. Esta formación puede sumar a sus 137 diputados los 33 de VOX y el único congresista que obtuvo Unión del Pueblo Navarro. En total 171 votos, 5 menos de los necesarios.
El problema para el PP, es que no puede sumar ninguna otro apoyo en virtud de que el resto formaciones no quiere saber nada de VOX: partido que rechaza a los partidos regionalistas a los que acusa de querer romper España. Si el PP fracasa en su intento de investir a Feijoo, Sánchez tendrá su oportunidad. Los 31 diputados de Sumar se juntarían a los 121 de los socialistas con lo que reunirían 152 votos; muy lejos de la mayoría necesaria. Sin embargo, los 26 votos de los partidos restantes (PNV, BILDU, ERC, JUNTS y BNG) podrían eventualmente, ante el temor de un resultado adverso si se repiten las elecciones o la llegada de VOX al Gobierno de la mano del PP, facilitar la investidura de Sánchez. No obstante existe una gran rivalidad entre ERC y JUNTS es muy difícil que consigan votar en el mismo sentido. Además, las exigencias de JUNTS para dar su apoyo a los socialistas (amnistiar a Puigdemont y compañía y aceptar un referéndum de autodeterminación para Cataluña) son inasumibles. Por otra parte, PNV y BILDU tienen sus ojos puestos en los comicios de 2024 donde se diputarán la supremacía en Euskadi por lo que su apoyo o rechazo se medirá en clave local. Si las cuentas cuadran y no hay ningún diputado traidor, Sánchez tendría 178 síes frente a los 172 noes del resto de partidos (PP, VOX, UPN y CC). Ahora bien, incluso si consigue juntar a todas esas formaciones, el Gobierno de Sánchez será frágil y en cualquier momento podría caer si cualquiera de los partidos nacionalistas le retirasen su apoyo.
No quiero hacer vaticinios visto el éxito de mi anterior augurio. Por ello sólo diré que es también muy probable que finalmente los partidos NO se pongan de acuerdo y tengamos elecciones en diciembre o enero. La última elección presidencial sin sobresaltos que tuvo este país fue hace ya 12 años cuando Mariano Rajoy ganó por mayoría absoluta. A partir de ahí tanto las elecciones de 2015 y 2019 se tuvieron que repetir y al paso que vamos estas también. Empiezo a echar de menos los tiempos en que la misma noche de la elección sabíamos quién sería el presidente.
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