No habían pasado ni 24 horas de la debacle electoral, cuando el presidente español, Pedro Sánchez, decidió convocar elecciones para el próximo 23 de julio. Conversando con mis vecinos acerca de la decisión del presidente, me he encontrado con las opiniones más variopintas acerca de los motivos por los cuales éste tomó el paso. Los hay quienes creen ingenuamente que lo hizo por responsabilidad política al ver el rechazo que generaba su partido, otros piensan, más acertadamente, que se trata de una estrategia electoral para aprovechar la abstención que generará el paro estival. Finalmente los que más lo odian aseguran que Sánchez trasladó la votación al verano por fastidiar nada más. De hecho resulta interesante ver la importancia que se le ha dado a la fecha en los noticieros. Amplias secciones del informativo televisivo explicaban lo que debe hacer un ciudadano en caso de tener la desgracia de ser elegido para formar parte de una mesa electoral. A saber, si el agraciado había contratado sus vacaciones antes del anuncio electoral, puede impugnar su nominación. En caso de ser rechazado su alegato puede exigir la devolución del dinero. Por otra parte, los ciudadanos que se encuentren lejos de su domicilio el 23 de julio podrán recurrir al voto por correo, aunque visto lo ocurrido en esta elección (en algunas Comunidades Autónomas se perdieron votos emitidos por la vía postal) más de uno se lo pensará antes de optar por esa vía. En cualquier caso, al tenor de lo expuesto en los telediarios pareciera que lo importante no es que en unos 50 días se decidirá quién mandará en este país los próximos cuatros años si no el inconveniente de tener que acudir a la cita con la urna en bañador.
Ahora bien, desde mi perspectiva por mucha artimaña y milagros que quiera hacer el presidente actual, su destino está sentenciado. La mala situación económica (aquí también hay inflación), sus pactos tenebrosos con Bildu y una más que discutible gestión de la pandemia han acabado por cansar a los españoles. Especialmente dañinos fueron los acuerdos con Bildu luego de que esta formación decidiera poner en sus listas electorales a antiguos terroristas condenados por asesinatos. Da igual que hayan pasado 12 años desde el último crimen de ETA, para muchos españoles pactar con esa formación es un acto de traición a la patria. También, el hecho de indultar a los líderes independentistas catalanes cambiando la ley generó mucha polémica. De hecho, toda esta situación me recuerda lo acaecido en los últimos años de Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Tras una primera legislatura llena de medidas sociales positivas financiadas por los años de bonanza, se vino la crisis económica y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. El negar la realidad primero y luego gestionar mal la crisis acabaron sentenciándolo. Parecía que la suerte que tanto había tenido años atrás (fue elegido secretario general del partido de rebote con tal de que no llegara José Bono y 3 días antes de las elecciones ocurrieron los atentados del 11M que dieron un vuelco al resultado) lo había abandonado definitivamente. Zapatero intentó pactar con ETA el final de la violencia, motivo por el cual también fue tildado de traidor, pero sus buenas intenciones se toparon con la cerrazón de la banda terrorista que destruyó cualquier posible acuerdo con el atentado de la Terminal 4 en Barajas.
Finalmente, Mariano Rajoy, un candidato gris barrió en dichas elecciones. Pedro Sánchez también ha tenido mucha suerte para llegar al poder. Primero, protagonizó una nunca vista resurrección política al ganar las elecciones primarias de su partido, luego de que meses atrás sus propios compañero lo apuñalaran con miras a aupar al poder del partido a Susana Díaz, la entonces presidenta de Andalucía. Por otra parte, la sentencia de la Audiencia Nacional acerca del caso de corrupción Gürtel, considerando que el testimonio de Mariano Rajoy no había sido veraz, hizo que la oposición exigiera su cabeza. Para conseguir que saliera la moción de censura, contó con la ayuda de Podemos que, con gran maquiavelismo, consiguió que el Partido Nacionalista Vasco se sumara a la moción de censura y asegurar así el cambio presidencial. Por último, independientemente de la ventaja con la que gane Feijoo, este es un candidato que no levanta pasiones. Muchos de los electores del Partido Popular preferirían a Isabel Díaz Ayuso, política más aguerrida en sus intercambios con el Gobierno central, como su candidata. No obstante, no hay que olvidar que Feijoo siempre ganó con mayoría absoluta en Galicia.
Quedan 54 días para las elecciones y, desde mi punto de vista, la suerte está echada. Ya veremos si la realidad no me desmiente.
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