Odian la luz: cuando abandonan sus escondites son fáciles de detectar y aún más de aplastar, si se sabe cómo. Pero el arte de aplastar cucarachas es un conocimiento artesanal en declino y probablemente encaminado a un conveniente olvido.
Las cucarachas lo saben y se aprovechan. Las protegen cantidad y tamaño, pues hay mentiras más pequeñas dentro de mentiras cada vez más grande como en un juego de matrioshkas. Las más pequeñas son más fáciles de detectar y neutralizar. Por ejemplo, el quiropráctico de Twin Oaks (Florida) que firma declaraciones médicas para exentar a niños de la vacunación anti-Covid. Identificado por CNN, luego de un torpe intento de escabullirse, ha admitido que, no siento médico, no está autorizado para emitir ese tipo de certificados. Dice que lo hace no como doctor sino como objetor de conciencia. Su actitud, cuando CNN lo cacha, es “mientras tanto, ¿quién le quita lo bailado?”

Hay mentiras más intrincadas, agazapadas en subsuelo político e ideológico: y aquí empiezan las matrioshkas. El gobernador de Texas, Greg Abbott, acaba de justificar la nueva ley (llamada heartbeat act) que prohíbe el aborto después de la sexta semana de embarazo, inclusive en los casos de violación o incesto. Ha dicho textualmente que en Texas la violación es un crimen y que el Estado tiene la firme intención de eliminar todos y cada uno de los violadores: sueño guajiro disfrazado de declaración de principio, en vez de administración política de un tema candente.

Hay más sobre la “ley del latido del corazón”: la nueva ley prevé un pago de hasta 10,000 dólares para quienes denuncien las prácticas abortivas ilegales. Las mujeres que aborten (al menos por el momento) no serían sancionables, pero los médicos y las clínicas sí. De insectos a roedores, de cockraoches a rats, de público observador a delator: el viejo sueño nazi (o el nuevo sueño talibán, pero para países ricos).
Podemos bajar un peldaño más en el sótano de la mentira. El 1º de septiembre la Corte Suprema de Estados Unidos (SCOTUS) se negó a bloquear la iniciativa tejana de ley. En los once meses desde el controvertido nombramiento de Amy Barrett (que le daba a Trump una cómoda mayoría en la Corte), el comportamiento de la Suprema Corte había sido bastante errático como para inducirnos en la tentación de creer que a Trump, con todo y todo, le había salido el tiro por la culata.

Ahora el espejismo se despejó: el voto de SCOTUS fue dividido (5-4) y los jueces opositores presentaron reportes minoritarios, pero las razones de la aritmética política prevalecieron sobre la ilusión de la independencia del poder judicial. La Suprema Corte, así como está conformada hoy, no necesita intervenir activamente en favor de la legislación represiva; le basta abstenerse de hacerlo.
Una nota positiva para México en esta semana de fiestas patrias: la decisión de la Suprema Corte (mexicana) del 7 septiembre, que condena como inconstitucional la ley antiabortista de Coahuila, y la cual ha sido saludada como una muy necesitada manifestación de independencia, si no del ejecutivo nacional, al menos del enemigo histórico de allende las fronteras. Ha habido quien, como Rafael Romo de CNN, preconizara una etapa de turismo abortista de los Yunáited hacia México, con la consecuente derrama económica. Parece cuestionable que las mujeres más castigadas por la ley tejanas son las más desprotegidas económicamente: nada que pueda recordar a los springbreakers de antes del Covid.

Hemos llegado, así, al subsuelo de la mentira política: un sustrato antiguo y ciego en que los colores no se distinguen y las formas se confunden. En mis contribuciones anteriores he indicado algunas de ésas y aquí sólo las resumo:
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- Estados Unidos y, en un lejano segundo lugar, Occidente, son la forma absoluta de la democracia, lo que los autoriza a imponerla dentro y fuera de sus fronteras: “dentro” se computa en términos de mayorías electorales fluctuantes y negociables; “fuera” se evalúa en términos de éxito o fracaso militar.
- Las creencias personales están dentro de esta dimensión mercadológica del poder: el criterio dominante es “no me gustaría vivir en un estado que reprimiera de mis creencias”, por lo que tengo el derecho de exigir a los otros que se adapten a las mías, ya sea que vengan a vivir en mi país o que yo me desplace al suyo.
- Con vistas a conseguir este estado de gracia, los daños colaterales son justificables: después de la torpeza afgana de Biden, ha llegado el momento del “todo se vale”.
- Las instituciones ideológicas (“de la prostituta al Papa”, decía Marx) forman parte del sistema y sirven básicamente para convencer de que los “daños” son “colaterales”.
¿No sería bueno que empezáramos a cuestionar (pero de verdad) estos postulados?