Las guerras de ayer y hoy
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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Hoy en día, nadie considera su misión evitar que el mundo se deshaga.

Lectura: ( Palabras)

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo.
La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo.
Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.
Albert Camus (Discurso de aceptación del premio nobel)

Escritas en plena guerra fría, estas palabras de Camus captan a la perfección el temor de todo el planeta por la destrucción nuclear. A raíz de la guerra de Ucrania, se ha querido comparar la situación actual con la vivida tras la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, durante la crisis de los misiles en Cuba, incidente ocurrido precisamente hace 60 años y que, efectivamente, puso al mundo al borde del precipicio.

Sin embargo, salvo por el hecho de que no podemos descartar ninguna hipótesis dado el inquietante estado mental del Sr. Putin, existen múltiples diferencias entre la situación actual y la vivida durante la Guerra Fría. Sabido es que Nixon también pensó en acabar la guerra de Vietnam haciendo uso de la bomba. “You have to think big Henry” le habría espetado a Kissinger cuando éste puso reparos a su idea. No obstante, el presidente norteamericano, a diferencia de Putin, nunca amenazó públicamente a Vietnam del Norte. En esas ocasiones sus asesores solían darle la aviada hasta que el propio mandatario, que era inteligente, descartaba la idea. La guerra fría se vivió en gran parte del planeta, especialmente en los países en vías de desarrollo y subdesarrollados, como La guerra que cambiaría la faz de la tierra. Un bando proclamaba defender la libertad y la democracia, aunque no dudaba en imponer a sátrapas en el poder cuando un país coqueteaba con su rival. Por supuesto, a este banco no le importaba la miseria y hambre que generaban cada vez que imponían a un dictador cruel e incompetente en materia económica. Incluso, en su afán de detener al comunismo en Angola, Estados Unidos no dudó en ayudar al régimen racista del apartheid sudafricano que posteriormente masacró a 700 niños en una manifestación pacífica en Soweto. El otro bando prometía el paraíso en la tierra. La anhelada igualdad y justicia social. Sin embargo, para llegar  a esa situación edénica había pasar por el infierno de la dictadura del proletariado. Y, en efecto, en cada país que tomaba el bloque comunista se instauraba una feroz dictadura que solo servía para crear una clase dirigente que gozaba de todos los privilegios a costa de un pueblo sometido que pasaba toda clase de privaciones.

Los seguidores de ambos bandos defendían con ahínco la superioridad de su religión, perdón ideología, y de hecho los comunistas sostenían que era un hecho científico y cuestión de tiempo para que se impusiesen en todo el mundo. Cuando no debatían, muchos jóvenes decidían pasar a la acción y luchar por sus creencias. Hasta la guerra de Vietnam, enrolarse en el ejército estadounidense para ir a luchar, por ejemplo, en Corea, era no sólo visto como un acto patriótico sino como una necesidad vital para la defensa de los Estados Unidos, independientemente de que la amenaza se encontrase a miles de kilómetros. Por otra parte, en los países pobres miles de jóvenes quisieron reproducir lo sucedido en Cuba enrolándose en guerrillas donde muchos acabaron perdiendo la vida.

 En el contexto de la actual guerra de Ucrania, sólo los habitantes de dicho país parecen tener una causa genuina por la que luchar. Tras la leva generalizada ordenada por Putin, miles de rusos han huido del país e incluso hubo uno que entró disparando a un centro de reclutamiento. Supongo que empiezan a ver a su dirigente como lo que verdaderamente es; un megalómano cuyo único interés, por encima de devolverle la grandeza perdida a Rusia, es mantenerse en el poder al precio que sea. En lo referente a los aliados de Ucrania, nadie se cree que Estados Unidos y Europa quieran defender la soberanía de dicho país. Eventualmente, el temor a los anhelos imperialistas de Putin puede ser un acicate para ayudar a su enemigo. Sin embargo la versión más plausible es que esta guerra deriva de una cuestión comercial y geoestratégica. Para Estados Unidos, tras su ridículo en Afganistán, el conflicto le sirve para hacer olvidar lo anterior al tiempo que refuerza su liderazgo con la incorporación de nuevos países en la OTAN, donde ellos tienen el mando indiscutible. Además, los norteamericanos nunca vieron con buenos ojos que los europeos se surtieran del gas ruso y ya en el pasado quisieron romper los acuerdos en ese sentido. Ahora, con un surtidor hostil que igual limita la venta del gas o sabotea el gasoducto, la idea de comprar gas liquido norteamericano ya no parece tan descabellada, por más que solo España, en la Unión Europea,  tenga la capacidad de reconvertirlo a su estado original. 

Nadie cree que esta guerra vaya a ser definitiva, por más que Putin amenace con emplear su arsenal nuclear y es probable que al final de la contienda ni siquiera cambien los actores políticos. En pocas palabras, el mundo se ha vuelto más escéptico o, quizá, menos crédulo que hace 60 años. O quizá más cínico. El caso es que hoy en día, nadie considera su misión evitar que el mundo se deshaga.

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