La Dra. Ifigenia Martínez es una de las mujeres más destacadas en cargos académicos, diplomáticos y gubernamentales del país, a su vez, es poco conocida para el mexicano en general, aunque por principio hay que reconocerla como la primera mujer mexicana graduada con maestría y doctorado en economía por la Universidad de Harvard.
Sin embargo, doña Ifigenia quizás es más recordada por ser la cocreadora-fundadora de uno de los más emblemáticos frankensteins y dolores de muela políticos que ha tenido la historia mexicana, el PRD, que después de décadas de perseverante terquedad lo vemos ahora sentado en la silla presidencial, transformado en un viejito sabio y mesías doméstico, envuelto en dura hoja de plátano en vaporizador. Pero esa es otra historia.
Aunque de cuerpo frágil y baja estatura, a sus 90 años (nació en la Ciudad de México, 1930) la que fue diputada federal, subsecretaria de Hacienda, senadora de la República, embajadora de México ante la ONU y jefa de la Asesoría Económica de la Presidencia de la República, entre otros muchos cargos, sigue al pie del cañón. Habrá que recordar que destacó por sus propuestas de política fiscal como instrumento de políticas públicas para fomentar la equidad en el país y por ser una de las principales miembros del consejo general consultivo de UNICEF.
Por supuesto, con todo y este impresionante currículum, la Dra. Ifigenia Martínez no la ha tenido fácil. Aunque integra la lista de las 10 intelectuales más importantes de América Latina, como mujer se ha visto en intensos cambios, desencuentros y “décadas de políticas perversas y una desigualdad de escándalo”, como ella misma dice.

Ganadora del el Premio Nacional de la Mujer (2012), doña Ifigenia le sigue sirviendo la hermosa llave para entrar al único paraíso del que no podemos ser expulsados, la memoria: “Mi educación fue primero en el Colegio Alemán, después ingresé a una secundaria pública en Mixcoac donde la pasé muy bien, lo que sea de cada quien, porque había pocas mujeres y entonces las chicas que ahí estábamos éramos muy consideradas. Después entré a la preparatoria que para mí fue un gran cambio porque significó absoluta libertad para disponer de mis actividades, de mi horario, de mi tiempo y la oportunidad de tener excelentes maestros; fue ahí donde se inició una inclinación por la historia y la literatura”.
Su entrada al mundo de la economía se la debe a su padre, quien le insistía en que en el país hacían falta economistas, porque “el desarrollo económico y de las fuerzas productivas era lo que iba a permitir incrementar la disponibilidad de bienes y servicios y satisfacer las necesidades crecientes del país y de la población”.
¿Cómo terminó en tan prestigiada universidad estadounidense? Por culpa de su novio, entonces futuro esposo, Alfredo Navarrete, quien fue seleccionado junto con 25 jóvenes brillantes (entre ellos Raúl Salinas, padre) de la UNAM para hacer estudios ya sea en Inglaterra o Estados Unidos. El licenciado Navarrete terminó su doctorado en Harvard: “Me casé cuando terminé la carrera, concluí los estudios aunque no me recibí sino que tramité mi carta de pasante que era todo lo que necesitaba para poder ingresar más adelante a Harvard, y nos fuimos a Harvard”.

De regreso a México la Dra. Martínez entró a trabajar a la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), con cede en México. Era una organización recién fundada por el destacado Dr. Raúl Prebisch: “con el Dr. Prebisch aprendí la destacadísima influencia que ejerce el comercio exterior, las corrientes de capital, el tipo de cambio, y que toda esta influencia que viene del exterior es decisiva para lo que pasa en nuestras economías: para el crecimiento y la estabilidad de las economías latinoamericanas en especial la de México”.
Entonces el matrimonio Martínez-Navarrete regresó a vivir en Estados Unidos, donde de pronto comenzaron a brotar hijos. Doña Ifigenia, trabajando de medio tiempo, colaboró para la OEA (Unión Panamericana en la Organización de Estados Americanos) en el área de finanzas públicas, donde se dio cuenta de la importancia del Estado como instrumento para el desarrollo del país a través de una política fiscal, instrumento económico que también estaba en boga dentro de las políticas del gasto público, los ingresos y la deuda.
En 1953, el entonces Secretario de Hacienda, Lic. Antonio Ortiz Mena, leyó la tesis doctoral del esposo, Alfredo, y lo mandó a llamar: “Él hizo su tesis sobre estabilidad de cambio y desarrollo económico con la que concursó para el primer premio otorgado por el Banco Nacional de México, premio nacional de economía que ganó Alfredo”. Por su parte, Raúl Salinas Lozada ofreció a Ifigenia Martínez la jefatura de política fiscal, cargo que le vino perfecto, pues su interés estaba centrado en las finanzas públicas y el desarrollo económico. “Siempre consideré que la parte más importante de la política fiscal era la del gasto y así fue como México salió adelante utilizando el gasto; digamos, impulsando la construcción de un sector paraestatal, de empresas públicas, de nacionalización de empresas extranjeras”.
En 1960 obtuvo el Premio Nacional de Economía y el 1966 fue galardonada como La Mujer del Año. A finales de esta década fue directora de la Facultad de Economía de la UNAM. En ese tiempo publica su importante libro La política fiscal en México, donde aborda la relación entre política fiscal, distribución del ingreso y el desarrollo económico. Por su parte, la publicación de La Distribución del Ingreso en México, la hizo famosa en el mundo de la economía internacional.

En ese tiempo participa en dos comisiones fiscales, una con el Lic. Antonio Ortiz Mena, bajo el régimen del presidente Adolfo López Mateos, y la otra con el Lic. Hugo Margáin, cuando Luis Echeverría era presidente: “Ninguno de los dos gobiernos pudo sacar adelante la reforma impositiva, la reforma de los impuestos: es decir, el concepto de renta personal del impuesto sobre la renta. Ni siquiera hasta la fecha, en plena globalización, está bien definido”.
En 1980 publicó su libro El Perfil de México, en el que plantea la necesidad de una nueva política económica que combinara el crecimiento del producto con la distribución del ingreso, mediante la necesaria intervención del Estado introduciendo correctores económicos y políticos para acelerar la transformación social, la humanización del proceso de desarrollo y la integración democrática de la nación. Sin embargo, esta crucial propuesta fue echada abajo por motivos de la deuda externa en crisis: “Permíteme decirte que el que realmente acabó con el proyecto promotor de desarrollo fue López Portillo, porque él ejerció el papel de impulsor del crecimiento con el desarrollo de una industria: Petróleos Mexicanos (PEMEX), la industria de la nación. Antes de él no éramos un país exportador de petróleo, pero desde su gobierno y desde el poder que tenía como presidente, convirtió a México en un país exportador de petróleo en unos cuantos años, cuando lo que se necesitaba era justamente modernizar toda la planta industrial y en su lugar sólo le dio grandes recursos a PEMEX que profundizaron el endeudamiento externo”.
Para la Dra. Ifigenia lo único que sucedió con las políticas neoliberales fue aumentar la desigualdad en la que estamos sumidos todavía: “el hecho de no haber ideado un esquema para el pago de la deuda externa, que se podía haber hecho, que reclamara una solución de cooperación económica y responsabilidad compartida sin cancelar el crecimiento económico como sucedió en la década de los ochenta –conocida como la década perdida– revela el triunfo de la dependencia externa; y otra vez volvimos a caer en el sistema de dependencia que es un síntoma de colonización; es ahora la neocolonización financiera”.

Haciendo equipo con Porfirio Muñoz Ledo, que había regresado a México en la década de los 80 con una gran experiencia del Tercer Mundo en política económica, se dieron cuenta de la imperiosa necesidad de regresar a una política de crecimiento y generación de empleo que detonara la movilidad de aquel viejo motor desquebrajado, “(…) porque íbamos por un lado equivocado: por una parte, la política económica y luego, por otra, con este grupo financiero, que se había hecho grupo gobernante, ya apoderado del partido, no había posibilidades de hacer nada”. La segunda demanda que el nuevo grupo pedía era que el PRI cambiara sus sistemas de selección de candidatos, que los abriera a una asamblea para que hubiera competencia y no que surgieran de dedazo, y la tercera demanda era en el ámbito internacional: “proponíamos que México debería seguir agrupándose con los países que tenían problemas similares de desarrollo y endeudamiento y no con los países desarrollados”.
El único que los escuchó con seriedad fue el entonces gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas, quien terminado su mandato apoyó las posiciones del equipo, formándose así, en 1989, el Partido de la Revolución Democrática, PRD: “El partido surge básicamente de la inconformidad que hay respecto al trato que han recibido nuestros recursos tanto naturales como humanos y el desperdicio que ha habido (…). Un aspecto a favor es que una parte muy importante de nuestros simpatizantes y compañeros militantes forman parte de la comunidad científica, académica y de investigación. Se trata de un México pensante, digamos que conocen la historia de nuestro país, que saben de sus potencialidades, de la situación actual en el entorno internacional de la globalización, de la historia común que tenemos con América Latina, de las justas reivindicaciones de la población que tienen un gran significado en nuestra vida cotidiana pues integran la nación de que formamos parte. Se necesita construir un pensamiento de visión global y de alcances ejecutivos; es decir, que se sepa el qué y el cómo concretar el cambio estructural y la reforma del Estado. Sólo así podremos superar”.
Como Senadora fue la primera electa por el Distrito Federal representando a un partido de oposición. En 2009 fue galardonada con la Medalla Benito Juárez. A los 80 años tomó posesión de la presidencia del Grupo de Amistad México en la República Árabe de Saharaui. Por su aportación para resolver los grandes problemas nacionales y por ser una férrea defensora de los Derechos Humanos y de la equidad de género, la Federación Mexicana de Mujeres Universitarias (FEMU) le otorgó, en agosto del 2010, el reconocimiento que lleva el nombre de su presidenta honoraria vitalicia, Clementina Díaz y de Ovando. Ese año integró también la exclusiva lista de los Personajes Históricos del Congreso de la Unión. Por su iniciativa se han fundado varias organizaciones, entre ellas, Mujeres por la Soberanía Nacional y la Integración Latinoamericana, A.C., así como la Fundación UNAM y la Academia Mexicana de Economía Política.
Luego de que le preguntaran su opinión sobre la petición de AMLO de exigir disculpas a España por la Conquista, la doctora soltó una gran carcajada: “¿Dónde estaba el presidente hace 500 años? Ya nosotros superamos esa etapa y a mucho orgullo, y los ayudamos cuando lo necesitan”, comentó.