Nunca me interrumpan
mientras me como una banana.
Ryan Stiles (actor).
En el 2019, durante la feria Art Basel Miami Beach, en Florida, se vendió una obra peculiar de arte, de esas de zarazpo vanguardista: en una pared blanca, común y corriente, usando cinta adhesiva plateada (de esas cintas de moda, favoritas de electricistas y secuestradores), se pegó a una buena altura un plátano… sí, un plátano, retecomún y retecorriente. Listo. La obra, titulada Comediante, era del artista italiano Maurizio Cattelan, quien se fue contento a casa con $120 mil dólares en la bolsa después de, sin más, haber pegado en la pared con diurex una maldita banana y ya. Cosas del arte y la especulación, me dirán. Lo que no supimos es cuántos plátanos se fumó el artista para tan creativo fogonazo.
Como siempre, en el evento no faltó el interpretador de la subjetiva estética, el típico exégeta de las psiques artísticas, quien con labia precisa y gesto seguro explicó que los plátanos son “un símbolo del comercio mundial, un doble sentido, así como un dispositivo clásico para el humor”, agregando que el artista convierte los objetos mundanos en “vehículos tanto de deleite como de crítica”. Así, la obra de Cattelan “ofrece una visión de cómo asignamos valor y qué tipo de objetos valoramos” (¡diablos!, mejor disfracen de melocotón a la abuela).
Aunque la noticia es vieja, no deja de darme harto gusto que por fin una banana en solitario haya llegado lejos, además siendo tomada en cuenta desde una perspectiva artística y no desde la consabida palestra sexual (¡ya chole!). Créanme, si alguien ha vivido en carne propia la discriminación y el abuso desmesurado no es sólo el contingente LGTB, también el plátano, que además tiene la historia más triste e injusta de todas las frutas.
La historia de la banana es la consecuencia de una horrible jugarreta por parte de la más cruel de todas las mamacitas, la Naturaleza. Ésta hizo del humilde plátano no sólo un verdadero milagro de subsistencia en un medio ambiente rudo, sino que, además de dotarlo de una simbología sexual explícita para nosotros (siempre de mente mugrienta), es precisamente el sexo la némesis de este fruto excepcional. En otras palabras, esta maravilla genética, extraña y frágil, no se puede reproducir, o sea, damas y caballeros: el plátano es impotente. Vaya paradoja o parajoda, porque pa’cabarla, la existencia del pobre banano ha dependido y dependerá de la, a su vez, némesis de la Naturaleza, nosotros.
Favorito de niños, changos, payasos, murciélagos y pervertidones, la banana es nutritiva, suave, de gran sabor, fácil de pelar, de porción perfecta para un tentempié, cómoda de transportar, vital en la economía de muchas regiones tropicales y de las pocas frutas que parecen haber sido diseñadas especialmente para el consumo humano. Con todo esto no ha sido ese “obsequio”, como otras frutas, que la naturaleza nos da a manos llenas y que damos por sentado. Nada de eso. El plátano es en esencia un híbrido, producto del amasiato entre dos especies de plantas silvestres del sur de Asia: la Musa acuminata y la Musa balbisiana. La primera produce una pulpa de fruta espantosa y de sabor macabro; la segunda es más fea que la mermelada de chorizo, por lo que sólo se utiliza para textiles. Sin embargo, estas dos parientes cercanas se pusieron cachondas y sin importarles el qué dirán de la sociedad de las musáceas comenzaron a tener sexo (polinizarse), generando plántulas que después se convirtieron en plantas de plátano mestizas, hasta hoy en día estériles.
Hace más de 10 mil años un neandertal de huesito ancho (como mi prima Gertrudis) halló que estos híbridos daban frutos sorpresivamente sabrosos, carnosos, sin semillas, de un color alegre, pero sobre todo de una forma inexplicablemente divertida y muy parecida a… Sin importarle la desafortunada impotencia sexual de aquella chistosa vaina (por cierto, botánicamente el plátano es una baya), nuestro ancestral Trucu-tú decidió domesticarla, cultivándola a partir de brotes y esquejes (tallo, rama o retoño de una planta que se injerta en otra o se introduce en la tierra para reproducir o multiplicar la planta) tomados del tallo subterráneo.
Los primeros en mencionar a la banana en los anales de la historia fueron los soldados de Alejandro Magno durante su expedición a la India. En el siglo I de nuestra era, los comerciantes árabes en sus caravanas se encargaron de llevarla a África (Uganda). Y si bien el destacado alumno de Aristóteles con nombre de ungüento pal juanete, Teofrasto, escribió sobre esta planta en su Historia plantarum (c. 350 a. C), no fue introducida en el mundo Mediterráneo sino hasta el siglo VII d. C.
A medida que el plátano se difundió por el mundo tropical, se volvió importante también en el diseño y la creación de textiles en muchas culturas, ya que su fibra natural es de las más fuertes del mundo, además biodegradable y duradera. El Japón del siglo XIII cultivó un plátano especial para usar sus fibras finas y suaves en el interior de los elaboradísimos kimonos. Muchas sociedades africanas usaban la savia del banano como tinte para teñir patrones en tela, además de fabricar collares con semillas de plátano silvestre.
En el siglo XV fueron los osados navegantes portugueses los encargados de transportar a nuestros fálicos amigos desde el oeste de África a las Islas Canarias (de donde brincaría a Europa) y de ahí hasta Brasil, pasando por las Antillas. En este marco histórico hace su aparición por primera vez la palabra plátano. Del griego platys (plano, ancho), que encontramos en palabras como plato, pasa al latín platanus, que alude a la anchura de las grandes hojas del árbol. El termino banana vendrá más tarde, alrededor del siglo XVIII. De origen incierto, unos dicen viene del portugués banana, procedente del bantú de Guinea; otros señalan que la palabra proviene de una lengua del área de Congo-Nigeria, wolof banaana, o del guineo bename, a través del portugués.
A quien se le da el crédito de propagar el plátano por el continente americano fue al fraile Tomás de Berlanga, quien partió con la segunda expedición de dominicos al Nuevo Mundo, en 1511. Fray Tomás era un apasionado de la agricultura y entre sus plantas se trajo una variedad de plátano pequeño de las islas Canarias, que curiosamente los mexicanos terminamos llamando dominicos. Por cierto, cabe decir que, en otra de sus expediciones, cuando su barco se perdió de camino a Perú, saliendo de Panamá, Tomás de Berlanga descubrió las Islas Galápagos.
Gracias a las cálidas temperaturas de estas tierras, el morrocotudo bananofue un éxito rotundo desde el comienzo. Cómo no: nutritivo, energético y más barato que una peluca de travesti, se convirtió en un alimento básico, sobre todo entre los esclavos africanos, que para entonces comenzaron a arribar a las islas caribeñas en grandes cantidades.
Con un alto contenido de potasio, el plátano es un súper alimento nutricional, básico para nuestra supervivencia: “Lo usamos para ayudar a generar una carga eléctrica que ayuda a que las células funcionen correctamente. Contribuye a mantener el ritmo de tu corazón constante, a que el páncreas libere la insulina para controlar el azúcar en la sangre y, mucho más importante aún, ayuda a controlar la presión sanguínea”, señala Catherine Collins, dietista del Hospital de St. George, en el sur de Londres. Los expertos dicen que un adulto debe consumir unos 3.500 mg de potasio al día. Si un plátano promedio de 125g de peso contiene 450mg de potasio, entonces no duden en comerse siete para llenar la cuota.
Por supuesto, nuestros queridos gringos no tardaron en encontrarle a esta gran propiedad nutricional del plátano un uso más divertido, utilizando el cloruro de potasio en las inyecciones letales para sus condenados a muerte, pues en dosis alta el potasio produce paro cardíaco. Si gustan lo pueden intentar en casa, el procedimiento es sencillo: llegan, se sientan cómodamente y nada, para causarse un paro cardíaco se deben comer aproximadamente 400 plátanos de un sentón y voilà, ¡que la abuela pague la cuenta!
Aparte de este boost potásico, el plátano tiene otra pequeña sorpresa: contiene en su apetecible cuerpecito estrujable (muy parecido al de este autor) isotopos radiactivos, los suficientes para activar los sensores que utilizan los puertos navieros para detectar material nuclear de contrabando. Claro, mientras un banano contiene 0,1 microsieverts de radiación, un escáner de hospital (TC) nos expone a una radiación de entre 10 y 15 milisieverts, cien mil veces más que el Platanito Show.
La banana es tan noble que su ciclo de vida nos lo anuncia en technicolor: mientras va madurando se pone de un verde intenso, hasta con toques psicodélicos; después cambia a ese amarillo gozoso y retozador que grita “¡ya toy listo!”, y en el camino a su descomposición adopta con seriedad de sabio un negro no-me-jodan de respeto. ¿Por qué este cambio de tonalidad tan decidido? Resulta que el plátano es lo que podríamos decir un “pedorro” inahuyentable de primer orden, ya que es demasiado “gaseoso”, esto para su propio bien.
La mayoría de las frutas maduran gracias al etileno, un gas que producen de manera natural y que es considerado como la hormona del envejecimiento. Gracias a él se ablanda la textura de la fruta, se convierte en comestible, le cambia su color, aroma y la vuelve más sabrosa. Sin embargo, mientras las demás frutas generan una pequeña cantidad de etileno, nuestro fálico y pedorro camarada produce más del doble de este gas. Las altas cantidades de etileno hacen que los pigmentos amarillos de los plátanos se descompongan en esas características manchas cafés y negras, proceso llamado pardeamiento enzimático. Por eso un plátano dañado o magullado produce una cantidad aún mayor de etileno, madurando mucho más rápido que uno normal.
Esto nos lleva a aceptar que una vez más la abuela tenía razón: un plátano verde que se coloca en una bolsa de papel café madura más rápido debido a todo el pedorreo de etileno atrapado en su interior. Gracias a los dioses de la mitología bananera este gas es inoloro.
El cultivo comercial a gran escala del banano comenzó en América a finales del siglo XIX y su popularidad no tardó en revolucionar la economía y la cultura del mundo, desde el cine y la música, hasta enriquecer a ciertas compañías imperialistas que comenzaron a decidir el camino de otros países, además de crearse las afamadas repúblicas bananeras. Pero esto lo contaremos en nuestro siguiente capítulo.
Comentarios a australiager@gmail.com
Referencias:
David Rhodes, “¿Puede matarte comer más de 6 bananos de una vez?”, BBC News.
“¿Por qué los plátanos se vuelven marrones?”, Delphi Pages Live.
“Etileno en frutas: claves para reducir las pérdidas en postcosecha”, Decco Iberica.
Interesante, una historia que podría decirse “de Bananazo” y es que recordar el origen de este fruto con un texto divertido lo hace más ameno.
El “bananazo”, jajaja…cuantos casos políticos no podrían llevar este gran nombre.
Muchas gracias Oscar, por leer y escribirnos!”Abrazo
Que BÁRBARO Gerardo, un artículo excelente, con todas tus características de diversión, cultura, información, reflexión y difusión. Muchas Gracias y por favor escribe muchos mas.
¡Muchísimas gracias por leer y escribirme, estimado Luis Enrique!, lo aprecio mucho!!
Motiva a seguir escribiendo!
Un gran abrazo!
es un fruto que me encanta , hasta maduro, con crema delicioso, y todas sus variedades son realmente buenas, pasando por el macho, valga la redundancia , espero con ansias el próximo episodio de , El plátano, mitos y realidades. jejeje perdón maestro sabe en que se parece un plátano a un abogado……… en que no hay uno derecho .
jajajajajaja, buenísimo el chiste, Pedro! Mil gracias por leer, escribirme y sobre todo compartir!
Un abrazo