Su discurso del 16 de septiembre ha sido un parteaguas para la historia de nuestro país, logrando fortalecer la polarización sin darse cuenta de que ha despertado una gran causa para que nos unamos los mexicanos en nuestra propia lucha.
Le agradezco por compartir todos los adjetivos de descalificación que le brindaron al Padre Hidalgo, ya que cada uno de ellos nos representa como jueces en la historia de cada presidente de México. Nos ha mostrado nuestra irresponsabilidad acerca de la realidad y de cómo nos hemos distanciado de nuestro papel ciudadano.
Gracias por sentar a su lado al presidente cubano y poner en la fila de atrás al representante de los Estados Unidos. Nos muestra quiénes estamos siendo cada vez que jugamos; con la desvalorización cuando ocupamos el lugar de atrás y el orgullo mal entendido cuando estamos al frente.
Gracias por ese discurso con intenciones fraternas desde un trasfondo de guerra y control. Nos ha regalado un espejo de quiénes somos con nuestras máscaras ocultando nuestro verdadero rostro de separación y competencia.

Gracias por tomarse la libertad de exigirle a Estados Unidos que liberen a Cuba del embargo, porque nos ha mostrado que tener buenas intenciones no basta para lograr los deseos que nos motivan a hacerlo.
Ha sido usted un gran regalo para nuestra incoherencia al poner como eje del Padre Hidalgo la paz de su conciencia, mientras sus mensajes diarios nos muestran las guerras de su interior. Esto es un claro reflejo de lo que somos día a día y lo que nos mantiene estancados lejos de un propósito colectivo.
Hoy quiero agradecerle por esa forma de mostrarnos nuestro ego cada vez que nos autoproclamamos inconscientemente caudillos de nuestra propia transformación sin haber obtenido resultados.
Gracias Señor Presidente porque una vez más nos hemos dado cuenta de que no sólo fue escogido por sus seguidores para tomar su puesto, sino por todos los mexicanos al representar los deseos de los que creen en la esperanza divina y los miedos de los que estamos apegados a nuestras vidas y la certeza de las mismas.

Gracias Señor Presidente por mostrarnos nuestros deseos de fraternidad universal mientras nos polarizamos con su presencia, ya que nos permite descubrirnos separados con nuestros hermanos mexicanos que más nos necesitan y en competencia con quienes podríamos unirnos para sumarnos por una causa común.
Gracias y muchas gracias por mostrarnos quiénes somos y desenmascarar nuestros deseos y miedos inconscientes. Ha dado usted un discurso espejo que muchos no descubrirán de forma sencilla, pero que algunos cuantos podremos aprovechar para construir un mejor México para todos sin la necesidad de esperar una y otra vez que llegue un Presidente a que nos resuelva las situaciones que vivimos.
Gracias a su discurso y evento de este 16 de septiembre hemos despertado del sueño que nos han contado usted y sus antecesores. Los mexicanos somos los capitanes de este barco llamado México y así, desde una verdadera fraternidad coherente, buscaremos enderezar su rumbo. Gracias porque usted no está mal, los que estamos equivocados somos nosotros.