Elecciones intermedias, la política por otros medios
Gerardo R. Herrera Huízar
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Debe reconocerse que las capacidades del Estado para garantizar la seguridad presentan serias deficiencias y vulnerabilidades que se hacen más evidentes en los órdenes estatal y municipal, lo que favorece una actividad más abierta y directa de las bandas delictivas…

Imagen: Adobe Stock.
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Una ola de violencia se desató de manera paralela al desarrollo del proceso electoral con objetivos definidos, centrados en aspirantes a cargos de elección popular y, particularmente, de carácter local. Las agresiones tuvieron la característica de la selectividad, dirigidas a objetivos perfectamente identificados.

La tendencia generalizada de la interpretación de tales hechos, su origen y motivación se ha orientado a señalar a priori al crimen organizado como responsable de la violencia ejercida contra los aspirantes de diversas corrientes partidistas, sin mayores elementos que sustenten tal afirmación que las formas y características de los atentados. Sugerencia que, ante el clima generalizado de inseguridad en casi todo el territorio y la libertad de acción con que operan los grupos criminales, resulta altamente creíble.

Desde luego que no es descartable esta hipótesis, bajo la lógica de intereses de control e influencia sobre autoridades, destacadamente locales por parte de la delincuencia, pero tampoco pueden descartarse otros escenarios no menos probables y quizás más dignos de análisis más profundos e investigaciones detalladas sobre los actores reales, materiales e intelectuales que pudieran ser partícipes de los eventos registrados.

En principio, debe reconocerse que las capacidades del Estado para garantizar la seguridad presentan serias deficiencias y vulnerabilidades que se hacen más evidentes en los órdenes estatal y municipal, lo que favorece una actividad más abierta y directa de las bandas delictivas en tanto menor y más apartada sea la región geográfica, lo que de manera natural incrementa su capacidad de influencia y poder por la fuerza o la cooptación frente a autoridades debilitadas y con escasos recursos para hacerles frente de manera eficaz.

Estado en crisis, fallido
Imagen: Telecápita.

En segundo término, debe tenerse en cuenta el grado de penetración que el crimen organizado ha demostrado tener en la estructura estatal de manera paulatina pero permanente, penetración que no puede analizarse de manera binaria, ni la absorción de la autoridad buena por la delincuencia mala, sino que es necesario plantear también esquemas de simbiosis entre determinados personajes dedicados a la política y paralelamente a negocios ilícitos. Ejemplos abundan en nuestra historia reciente.

Un tercer espacio de reflexión sobre el enrojecido panorama que recientemente hemos testificado es, pensando con malicia, si existe la posibilidad de que, aprovechando la mala y bien ganada fama de los criminales que campean en diversas regiones, opositores o correligionarios interesados pudieran recurrir a la violencia al estilo narco para neutralizar a sus oponentes mejor posicionados, ya sea, como lo hemos visto, mediante la acción directa o mediante amenazas de muerte a los propios aspirantes o a sus familias.

Cualquiera de las hipótesis previas puede ser válida. Lo cierto es que los intereses en juego son muy poderosos y parecen justificar cualquier medio, cualquier recurso para lograr el triunfo, por más sutil o violento que se requiera, revestido de legalidad o abiertamente criminal.

gobierno y corrupción
Imagen: El Comercio (Perú).

La característica de esta elección intermedia puede catalogarse como inédita en los tiempos del México moderno, no sólo por la magnitud de cargos en juego, sino por el ambiente de confrontación, descalificación, violencia y confusión y, no menos importante, la banalización de las campañas y la ausencia de propuestas en todos los niveles, con narrativas que mutuamente se reducen a señalamientos de los males presentes o heredados que aquejan a la colectividad.

El proceso electoral, aún en curso, dejará una gran enseñanza sobre la solidez de nuestra pretendida democracia, sobre los antagonismos, amenazas, riesgos y vulnerabilidades profundas que enfrenta la sociedad y sobre la fortaleza del Estado para advertirlos y neutralizarlos de manera efectiva, haciendo uso de los recursos puestos a su disposición, jurídicos, materiales, organizacionales y de fuerza para garantizar su estabilidad y permanencia, que no son pocos ni despreciables.

El capítulo no se cerrará el 6 de junio, todo sugiere que la pugna política continuará, citando a Clausewitz, por otros medios.


grhhuizar@gmail.com

@HHuizar58

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