El libertador encadenado (III)
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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Viendo el efecto nulo que había tenido la anterior misiva de años atrás que aún conservaba, decidí hacer caso omiso nuevamente, pese a que en esta ocasión aparecía una amenaza velada.

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Lectura: ( Palabras)

Una de las primeras medidas que tomamos fue el abandonar a las empresas públicas cuyos trabajos requiriesen un gran desgaste de tiempo e ingentes esfuerzos por cobrar facturas atrasadas. Además, se acabaron los tiempos en que los proveedores se ponían chulitos porque sabían que tenían el trabajo asegurado. A partir de ahora tendrían que competir y, por supuesto, nosotros tendríamos que trascender fronteras. No nos podíamos quedar en España donde el mercado estaba ya más que cubierto. Costó mucho tiempo, pero al cabo de 7 años no sólo conseguí recuperar mi inversión sino obtener un cierto beneficio. Fue entonces cuando puse en práctica la segunda parte de mi plan. Reuní a todos los trabajadores para anunciarles mis intenciones.

—Queridos amigos. Hace 7 años vine a esta empresa con el afán de rescatarla de la crisis a la que se dirigía irremisiblemente. El tiempo ha pasado y no sólo hemos logrado equilibrar nuestras cuentas, sino que hoy contamos con una gran dimensión a nivel local e internacional y grandes perspectivas de futuro. El mérito de esto es de todos ustedes únicamente. Yo, sólo aporté los medios. Sin embargo, ahora ya han generado sus propios medios por lo que yo ya no les hago ninguna falta. Amigos, ha llegado la hora de separarnos.

Se oyó un ¡no! unánime entre los trabajadores y muchos aplausos. Una vez restablecido el orden proseguí.

—Como decía, ustedes ya no me necesitan ni a mí ni a nadie. Por ello, quiero, antes de dejar definitivamente esta oficina, vender por un precio módico a todos los trabajadores a quienes les interese, las acciones que conforman esta empresa. Ha llegado el momento de que ustedes dependan de sí mismos. Ya lo han estado haciendo en estos últimos meses en los que yo sólo he puesto en práctica sus sugerencias sin interferir en los procesos de decisión. Con este acto tan sólo lo vamos a oficializar.

Suelo ser un tipo bastante frío pero en esta ocasión sí me ganaron las lágrimas, por lo que sólo pude agregar:

—Pero antes de irme quiero invitarles mañana a un convite en el restaurante El ranchito y quiero que traigan a sus familias. 

La comida resultó ser un poco desagradable ya que era uno de estos locales mal acondicionados en los que se tiene que gritar para poder conversar. De pronto me fijé en un muchacho que estaba sentado al lado de Susana. En un primer momento no reconocí en él al chico que años atrás me despertara el sábado glorioso en que cambió mi suerte. Sin embargo, no era su crecimiento rápido lo que me llamaba la atención, sino que me recordaba a alguien. Estaba intentando averiguar a quien me recordaba cuando uno de los pelotas del almacén alzó su vaso para brindar: 

—Por Prometeo el mejor jefe que hemos tenido. No como el Sr. Agustín que sólo ejercía de policía en la oficina.

Lo comprendí al instante. El hijo de Susana era idéntico a Agustín. Seguro se trataba de su hijo y seguro también que la foto que había visto en su despacho años atrás era de ese niño. En cualquier caso no hice ninguna mención, pero mi cara traicionó mi sorpresa.

Al llegar a mi casa encontré, a la entrada un papel como el que ya había recibido años atrás. Esta vez la amenaza no sólo se cernía a recordarme a no ser curioso, sino también me sugería no invertir mi dinero en empresas filantrópicas: “la generosidad bien entendida empieza por uno mismo. La curiosidad mató al gato. Dichos populares”.

Viendo el efecto nulo que había tenido la anterior misiva de años atrás que aún conservaba, decidí hacer caso omiso nuevamente, pese a que en esta ocasión aparecía una amenaza velada. Sin embargo, antes de reemprender mis trabajos me tomé un nuevo descanso, yendo a visitar los países de Latinoamérica. Otro año más viendo maravillas y divirtiéndome. Follando y tomando fotos, así se me pasaban los días. Cuando volví a casa, decidí cambiar de estrategia. Los grandes resurgimientos ocupaban demasiado tiempo y esfuerzo. Ya me estaba acercando a los cuarenta y siempre había dicho que todo aquel que no pudiese pasar del trabajo cuando la suerte le sonreía era porque, simple y llanamente, no sabía vivir. Sin embargo, pese a mis buenas intenciones, yo también estaba cayendo en ese círculo vicioso. Por ello decidí especializarme en enderezar el rumbo de empresas que no estuviesen tan jodidas. Uno o dos años eran suficientes en cada caso para reflotar la nave y dejársela a los trabajadores. Así lo hice un par de veces más con éxito absoluto. No lo voy a negar. Conforme más me aventuraba en estas flotaciones más iba creciendo mi fortuna. Durante las pausas entre empresa y empresa me dediqué a visitar los parques naturales de Tanzania y Sudáfrica. Incluso escalé el legendario Kilimanjaro. En Sudáfrica me tocó presenciar la muerte de una joven. Fue cuando menos curioso. Iba por la calle cuando empezó un ligero temblor. De pronto la vi saltar desde la terraza de su piso presa del pánico. Cayó de una altura de 3 metros. En el momento de saltar su pie se enganchó con la barandilla lo que provocó que proyectara su cuerpo hacia delante en la caída y golpease el pavimento con todo su cuerpo, en vez de con las piernas. Sin embargo, ella se levantó como si nada y siguió 30 metros para caer fulminada. En el momento de la caída se había muerto, pero ella no lo sabía. Durante el viaje de regreso no dejaba de imaginar cuales serían sus últimos pensamientos mientras daba esos últimos pasos.

A mi vuelta, decidí hacer mi mayor apuesta. En este caso no se trataba de una reflotación. La empresa elegida tenía unos 80 trabajadores. Pese a que hubiera podido pasar por una más del montón, ésta tenía un as bajo la manga. Estaban desarrollando un revolucionario aparato médico que cambiaría para siempre la forma de hacerse las analíticas de los pacientes. Se trataba de un instrumento que realizaría los mismos análisis que se hacen con la sangre, pero empleando muestras de heces u orina. Se acabarían los desplazamientos matutinos en ayunas y las incomodidades de los pinchazos por la torpeza de las enfermeras. Además los resultados se procesarían online y se darían de forma mucho más veloz que hasta ahora. El problema era que, en el desarrollo del prototipo habían gastado muchísimo más de lo que esperaban y, dada la crisis, les era imposible conseguir créditos para continuar con las investigaciones. Por supuesto que algunas empresas del sector ya les habían hecho ofertas para comprarles el producto, pero ellos sospechaban que una vez dueñas del invento, estas empresas se dedicarían a almacenarlo seculae seculorum. Les iba bastante bien con las pruebas a la vieja usanza y no estaban dispuestos a cambiar.

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