La verdad es que no tenía nada contra mi jefe. No es que fuera un santo, pero se había portado aceptablemente bien conmigo. Sin embargo, necesitaba una mentira convincente. No sólo quería renunciar, deseaba ahorrarme los quince últimos días de rigor. Lo mejor sería decirle que me pasaba con la competencia. Los empleadores suelen considerar una traición lo que en el futbol sería un simple traspaso. Pero no opinan igual cuando te echan a la puta calle. En realidad como un amigo me dijo, el problema del curro es que mucha gente se lo toma personalmente. Desde el momento en el que se entra a trabajar en una empresa se entabla una guerra secreta entre el empresario y su empleado en la cual caben todas las combinaciones posibles: la traición a los compañeros asalariados para pasarse al bando opresor, la traición al empresario por la venta de secretos a otras empresas, el sabotaje desde dentro mediante el escaqueo, el apuñalamiento de compañeros para ascender, el asesinato del trabajador vía despido a los 40 años, etc… Quizá a los jefes les jode más aún el hecho de que el trabajador se autojubile. Después de todo ya no van a poder amargarles la vida como tanto les gusta.
Tras resolver la cuestión de mi despido me dispuse a pasar todo el fin de semana en casa descansando y pensando en lo que haría con mi fortuna. Estaba claro que ayudaría a mi madre y hermano con unos 5 millones a cada uno para darles una tranquilidad. Por mi parte, dejaría una buena parte en el banco y invertiría el resto en fondos del estado o cualquier otra opción segura que me pudiese dejar una mensualidad con la que ir tirando. Me compraría un nuevo departamento, pero nunca un chalet. No quería variar tanto mi estilo de vida. Además en un caserón se está siempre más expuesto a los ataques paramilitares de los ex soldados del este.
Siguiendo mis planes, vi el partido del arsenal y luego me dormí una siesta tardía. Sin embargo, no estaba dispuesto a quedarme a ver el partido del Real Madrid en casa mientras comía una pizza. Qué coño ya que tenía dinero me iría al estadio y compraría las mejores entradas que me pudiera ofrecer un reventa. Era un partidazo digno de los fastos de mi nuevo cambio de vida. Ni más ni menos que contra el Atlético. Esa noche fue gloriosa. Diego y Falcao estuvieron inspirados y le metieron 3 goles al Real Madrid que, sin embargo, luchó hasta el final y a punto estuvo de empatar el partido en la última jugada. Se había roto la maldición de años de derrotas y humillaciones. Me gustaba fantasear con la idea de que algo tenía que ver mi repentino enriquecimiento en ello. Había que celebrarlo. Me subí al coche y me dirigí hacia la carretera de Valencia. Quería ver el amanecer en el mar. Llegué a las 4 de la mañana y después de buscar entre las parejas que estaban follando, encontré un hueco lo suficientemente aislado donde recostarme y esperar el amanecer. Siempre me ha gustado ver el amanecer en el mar. Otear cómo se va haciendo, conforme avanza la luz, cada vez más inabarcable el océano.
El lunes me dirigí a Susana para pedir audiencia y no sé si fue producto de mis méritos en la cama o suerte, pero ella me franqueó el paso a la oficina de don Agustín
La reunión se tornó agria cuando él me preguntó cuántos emolumentos recibiría de la otra empresa. Me di cuenta de que quería hacerme una contraoferta por lo que decidí darle una cifra inigualable.
-6000 euros mensuales netos.
-Esa cantidad no te la crees ni tú. Si no me dices la verdad es porque no quieres seguir trabajando aquí. Si no quieres seguir trabajando aquí, será mejor que te vayas hoy mismo. Lárgate.
Salí contento porque había conseguido mi objetivo, pero con un cierto sabor amargo por la forma en que lo logré. Acto seguido me despedí de mis compañeros en una hora y me fui inmediatamente a la agencia de viajes para reservar mi vuelta al mundo. No me gustan mucho los viajes largos en avión; en parte porque nunca puedo dormir por la preocupación que me generan. Por ello decidí hacer viajes de no más de 5 horas. De esta forma, hice un primer viaje a Italia, para proseguir a Grecia de ahí pasarme a Turquía para luego visitar la India, China, Japón, Estados Unidos, Canadá, Islandia y, finalmente, hacer un retorno pausado vía Inglaterra y Francia. En cada uno de los países me quedaría un mes por lo menos. Antes de embarcarme en esta aventura, encontré en mi correo un enigmático mensaje que podría haber sido sacado del I-Qing:
“El que por la fortuna es visitado, el trato con la curiosidad debe evitar.”
Un año entero me pase viajando por los lugares a los que todos queremos ir en las mejores condiciones posibles.
La verdad es que todos nos acostumbramos a lo bueno de forma casi inmediata y, claro, nadie quiere volver atrás, pero si bien mi nuevo estilo de vida me encantaba, no dejaba por ello de sentirme solo. Más bien no tenía con quien compartir mi alegría. Sí, había tenido unos ligues de una noche durante el viaje, pero esos no contaban. Por otra parte me di cuenta de que por mucho que viajara, leyera o hiciese cualquier otra actividad de mi afición no conseguiría nunca evadir totalmente el aburrimiento y desidia que algunas veces me invadían. Echaba de menos los cafés de la mañana con los compañeros de la peña quinielística. Echaba de menos el tener una actividad que me entretuviese. Pero lo que me decidió a invertir mi dinero en mi antiguo empleo fue un encuentro casual con el jefe de ventas con el que siempre tuve buena relación. Estaba haciendo unas compras en unos grandes almacenes cuando sentí una garra que apresaba mis espaldas. Al voltearme, ahí se encontraba el gigantón riéndose del susto que me había dado.
-Ni que hubieras visto un fantasma. Es más soy el que debería sorprenderse ya que nadie te ha visto el pelo en un año.
-He estado muy ocupado. ¿Por qué no tomamos un café?
-De acuerdo.
Mientras que estuvimos en el centro comercial, la conversación giró en torno a rememorar viejas batallitas y, cómo no, de los últimos resultados deportivos. Sin embargo, cuando ya estuvimos sentados pasamos a hablar de cosas más serias. Como mi compañero era muy aficionado a hablar mucho, no me fue difícil darle poca información acerca de mi vida y, por el contrario, extraerle todos los datos que me interesaban.
-La crisis nos tiene muy agobiados. Desde que te fuiste han sido despedidos 10 trabajadores y estamos en mínimos en todos los sentidos.
En los siguientes días me puse en contacto con mis antiguos compañeros y fui desentrañando los problemas de mi ex empresa. Estaban en un largo proceso de hundimiento y si bien todavía tenían oxigeno para aguantar unos meses, su nivel de flotación estaba totalmente perforado y se iban a pique irremediablemente. Me reuní con los accionistas y les hice una oferta bastante generosa, teniendo en cuenta los tiempos que corrían. Las ratas suelen ser las primeras en abandonar el barco y éstas no fueron la excepción. No tuve que rogarles mucho.
A partir de ahí, cuando ya me quedé con todo el mando, pedí consejo a una consultoría y empecé a echar a aquellos que no daban el callo al tiempo que reincorporaba a los que sí valían y que habían sido despedidos porque sus indemnizaciones eran menores que las de otros; no por sus esfuerzos. Por supuesto que me gané varios enemigos en ese proceso, pero no me importaba. Me sentía poderoso y sobre todo vivo. También sabía que, entre los que se habían quedado, los había que me odiaban y hablaban mal de mí a mis espaldas, mas ese era el precio que debía pagar por la responsabilidad que asumía. Afortunadamente no tuve que echar a Agustín para tomar su puesto, ya que él ya se había jubilado. Sin embargo, el intercambio de cromos no era suficiente. Había que cambiar la mentalidad de mis otrora compañeros habituados a un cierto paternalismo desde la dirección, que establecía todas las estrategias a seguir. Había que hacerlos coparticipes del proyecto. Delegar en lugar de ordenar nada más. Sólo así podría dar el gran salto que tenía planeado.
¿Y luego qué pasó?